Gran Jefe, aunque no estés,
camino por nuestras calles en silencio, sumida en mis confusiones, subo bordillos
y al bajar, tropiezo con mis avernos y caigo de bruces en ellos. Y es cuando me
permito llorarte. No voy a negarte que no esté siendo fácil. Pero no me
importa, porque sé que por fin, puedes descansar en la luz, un alma tan grande
como la tuya no tiene otro lugar adonde ir.
Fue la elección de un
instante, tenía que decidir entre tu sufrimiento o mi dolor, así de simple. Y se
sorprendieron que no vacilara, que no tuviera que pensar; siento tanto amor por
ti que no podía ver como luchabas a diario y con todas tus mermadas fuerzas contra tu deterioro, sin
ninguna posibilidad de recuperación. Perdóname tú, porque a mí me cuesta un
mundo.
Quiero decirte, Gran Jefe,
que trajiste a mi vida con tu mirada dulce y humanizada, sentimientos que jamás
había experimentado. Llenaste nuestras jornadas de puro amor, de caricias, de
dulzura, de actividad insospechada. Recuerda que solías salir corriendo a la
desesperada en el instante menos pensado, y me tocaba perseguirte para que no
cruzaras la autovía sin mirar.
Necesito darte las gracias
por todo el amor que compartiste conmigo, por darme la posibilidad de estar a
tu lado todos estos años. Por dejar que te estimara lo inmensurable. Ya te
confirmo que va a ser imposible olvidarte.
Y no dudes, valencià del meu
cor, que en cuanto pueda salir de este vacío tan grande, iré a buscar a otro paisano
tuyo, para que ambos podamos darnos otra oportunidad como la que tú y yo tuvimos,
es lo mínimo que puedo hacer para con los tuyos.
Millones de gracias por
haberme dado la oportunidad de compartir contigo tanto, tanto y tanto.
Laura Mir