jueves, 12 de mayo de 2016

Noche Mágica - Estrella





Recuerdo que era una noche en cuarto creciente y me encontraba mirando el horizonte, podía disfrutar de la silueta recortada de las colinas y sobre la misma, un conjunto de estrellas que centelleaban. Parecían que bailaban una bonita coreografía, titilando al compás de una música que tan sólo ellas podían percibir. En el centro, la luna presentaba su cara más divertida.

Llevaba largo rato observando, cuando entre el resplandor de la luna y la oscuridad de la noche, vi dibujada la silueta de un jinete montado en un caballo blanco, que con gráciles movimientos seguían la bonita danza de las estrellas.

A medida que se acercaba, pude contemplar lo bien que vestía, un traje negro de buen corte con un gracioso sombrero de ala ancha y en su mano derecha llevaba una rosa roja. Él bajó de su montura y, dirigiéndose a mí, me entregó la flor acompañada del ofrecimiento de su brazo. Me invitó a seguir la danza que tan bonita me parecía como si yo me hubiese convertido en una estrella y embelesada, al compás de la música, empezamos a bailar. Bailamos hasta que perdí la noción del tiempo, hasta que, de repente, un destello de luz y un fuerte estruendo me hizo volver a la realidad. Desperté de aquel lindo sueño, que nunca más, por mucho que insistí, se volvió a repetir.


Estrella


martes, 3 de mayo de 2016

Culpable - Lola Sans






            Muerta. Estaba muerta. Esa mujer para él desconocida yacía muerta en su cama con las ropas rasgadas y el cuerpo totalmente empapado de sangre. No sabía. No recordaba. ¿Quién era esa mujer? Apartó los ojos del cuerpo sin vida de la joven y miró a su alrededor. Reconoció el lugar. Era su apartamento. Un lujoso apartamento en el centro de Beverly Hills que ahora aparecía revuelto y con la mayoría de mobiliario destrozado. Jarrones rotos, sillas derribadas por el suelo, cuadros descolgados de la pared y sangre. Mucha sangre. No sabía. No recordaba. ¿Quién era esa mujer? Joven, guapa y rubia, sí, rubia, como a él le gustaban las mujeres; tez pálida, labios sensuales y ojos de color… de color… daba igual, no iba a levantar sus párpados para  averiguarlo. No sabía. No recordaba. La policía. Debía avisar a la policía. Buscó el teléfono y al fin lo halló, en el suelo, debajo de una montaña de libros. Tomó el auricular y al marcar el número descubrió, no con sorpresa sino con horror, el objeto que asía con fuerza en su mano derecha: un cuchillo ensangrentado. No sabía. No recordaba. Un grito, un potente alarido surgió del fondo de su garganta. Y luego pasos, voces alteradas en el rellano de la escalera. Y golpes, muchos golpes en la puerta de su apartamento. Abrió y se encontró con la mayoría de vecinos apiñados en la entrada, con los ojos muy abiertos, mirándole. Se percató del por qué de sus miradas. Le observaban a él, a sus ropas, teñidas de rojo, impregnadas de sangre. La cabeza le daba vueltas, la habitación le daba vueltas, los ojos se le nublaban y, de pronto, se desplomó.

            Despertó en un lugar áspero, oscuro, tumbado en un camastro duro, incómodo. No sabía. No recordaba. Ladeó ligeramente su cabeza y pudo ver un retrete sucio, muy sucio, que despedía un olor repulsivo. A su lado había una vieja y destartalada mesa y, encima de ella ¿qué había encima de la mesa? No podía distinguirlo. Se irguió un poco y observó. Cucarachas. Huidizas y repugnantes cucarachas correteaban alegremente encima de la mesa. No sabía. No recordaba. Terminó de levantarse e intentó conocer dónde se hallaba. Y entonces comprendió. Vio los barrotes en la ventana y supo dónde se encontraba: en la cárcel. No sabía. No recordaba.

            Le acusaron y juzgaron por un crimen que él aseguraba no haber cometido y ahora, sentado en el banquillo de los acusados, esperaba el resultado del juicio. El veredicto no se hizo esperar. Los miembros del jurado entraron en la sala y, uno a uno, fueron dando la resolución. CULPABLE. CULPABLE. CULPABLE. No sabía. No recordaba.

De nada sirvió contratar a los mejores abogados del estado, la condena iba a ser ejecutada: pena de muerte, la silla eléctrica. Ya estaba todo listo: su cabeza había sido rapada y un sacerdote le había absuelto de todos sus pecados. Le condujeron a una extraña habitación, vacía, a excepción de la silla que se hallaba en el centro del cuarto. Le sentaron a ella y sujetaron sus brazos, piernas y cabeza, dejándole completamente inmovilizado. Sus ojos fueron vendados y presintió que su fin estaba próximo. Empezó a rezar en el momento que el alcaide de la prisión dio orden de iniciar su ejecución y fue entonces, cuando un sudor frío se deslizó por su frente, cuando sintió una aguda descarga eléctrica recorrer todo su cuerpo, en ese mismo instante, recordó…

Lola Sans



Haiku a la luna - Josep Macià








                                        Sonrisa en el cielo,
                                                   la luna que brilla.
                                                  ¿De qué reirá?



Josep Macià