martes, 29 de julio de 2014

Puedes verlo




Puedes verlo en los atardeceres rojos
cuando el sol refleja sobre la laguna,
es el halo de mi pupila, no de tus ojos,
que sólo hay amor, sin duda ninguna.

Puedes verlo más cerca que lejos,
fuera de estos tiempos de hambruna,
en el lecho, en el fondo, es un espejo,
sin la indiferencia que tanto importuna.

Puedes verlo si quieres, es un reflejo
rosáceo en la superficie de la laguna,
sin rojos de pasión pero en mis ojos,
que es sólo amor sin precisar fortuna.

Puedes verlo sin ver a este viejo,
sin memoria ni compasión ninguna,
lo siente desde lo hondo y es añejo,
la entrega de este amor que tanto ayuna.


Albert Gran


lunes, 28 de julio de 2014

Bajo la lluvia



Esta tarde la lluvia trae imprecisos ecos de secretos desvelados, de dulces ternuras emitidas en sombras, suaves caricias clandestinas en instantes soñolientos que hicieron por un tiempo, sonar melodías que adormecían el paisaje y vibraban las almas con cada acorde, con cada nota, en una comunión casi perfecta entre el cielo y la tierra.

Era un besar suave el de aquellos besos, a veces ávidos, a veces lentos, pero siempre torpes.

Sigue lloviendo sobre el pavimento duro y gris de esta estación; guardo en mis maletas disfrazados con otras prendas de rigidez aquellos te quieros, que por mucho que llueva y sople el viento, no se los lleva, aunque ahora los desecho porque sé que nunca fueron ciertos.

Me resguardo bajo un paraguas negro como la noche que apenas cubre de olvido todo lo que siento y me salpica el agua de otras hablas de boca en boca que en mi interior maldigo.

El mito del amor desquerido y descreído vuelve a proyectarse como las lobregueces de tus últimos silencios, de las esperas eternas y de los murmullos perpetuos.

Bajo esta lluvia fría, aquellas melodías ya no se asemejan a nada, no armonizan nada porque todo está al descubierto. Es la agonía lo que queda a falta de la clave en este pentagrama, es solo desconcierto en este concierto lleno de contrariedad y de despecho.

Sé que no hay voz, sé que no hay rima, sé que ha muerto el verso.

No he de sentir vergüenza por haber amado, por haber querido los frutos en los amaneceres recolectados, porque he entregado el corazón en cada encuentro, porque he entregado el alma en cada beso, porque he derramado vida en cada rincón de tu cuerpo.

Pero eso me llevo, el recuerdo del besar suave de tus labios, antes ávidos, ahora añejos; antes de seda, ahora ni de acero, pero siempre y ahora lo sé, fueron desmedidos y embusteros.

Con todo me quedo porque nada apreciaste, mientras espero mi tren bajo un paraguas negro que apenas cubre todo lo que en estos momentos de despedida siento.


Laura Mir

martes, 22 de julio de 2014

Mi padre



Mi nombre no tiene ninguna importancia, sólo diré que soy un hombre de cierta edad, vivo con mi padre ya mayor y bastante entorpecido por lo que precisa de muchos cuidados; cuando lo observo distraído viendo la televisión, ajeno a mi mirada, siento una ternura que no puedo describir, me da la impresión de que es más de lo que pueden sentir otros. Pero para que puedan entender de lo que hablo, es preciso que sepan mi historia.

Durante la postguerra los tiempos no fueron fáciles, mi madre había enviudado quedando con tres niños pequeños y ante la escasez de recursos y medios para conseguirlos, optó por darme en adopción por ser el mayor, pensando quizás, que podría sobrellevar esa carga mejor, ignoro en realidad como le fue porque no la he vuelto a ver nunca más.

La realidad fue muy distinta, pasé gran parte de mi infancia de institución en institución, con una ira y rebeldía muy difícil de cuantificar, eran tiempos de una disciplina muy severa, crecí torcido, demasiado torcido, convirtiéndome en lo que puede calificarse como un gamberro.

Una de mis gamberradas más placentera era molestar a los vagabundos que vivían en los parques y portales. Cosa muy fea no voy a negarlo, en mi defensa diré que era un adolescente de los que ahora se considerarían muy difíciles.

Durante algunas semanas me dio por meterme con uno al que reconozco que le hice la vida imposible, siempre lo abordaba al atardecer en el callejón donde solía recluirse, me gustaba hacerlo enfadar, escuchar sus gritos e insultos. A veces cuando dormía le tiraba piedras, algunas no eran pequeñas puedo asegurarlo.

La cuestión es que un día harto de mis excesos decidió denunciarme en el cuartelillo de la guardia civil por lo que fui arrestado en un centro a espera de juicio.

Cuando este se celebró descubrimos que el vagabundo era mi padre, dado por muerto durante la guerra. No hace falta explicar la emotividad que nos produjo a los dos esta revelación.

Ambos decidimos unir nuestras vidas y aunque fueron tiempos muy duros, lo conseguimos.

Me siento orgulloso de todo el esfuerzo y en cierta manera también siento orgullo ante el hecho de haber sido un gamberro, quizás nunca hubiese conocido a mi padre de no haber sido así, a ese hombre valiente que luchó por un país que le dio la espalda al acabar la guerra como a tantos otros.

Lo observo viendo la televisión y mi ternura hacia él es infinita, porque me enseñó a ser el hombre responsable, trabajador y honrado que soy hoy.


Anónimo


lunes, 21 de julio de 2014

La elección



Es una realidad estar aquí al borde de este precipicio, esta fina línea transparente me mantiene en tierra estable de lo socialmente correcto, como una frontera de controles imaginarios limitan lo conocido de aquellos dominios utópicos e inexplorados de lo no vivido.

Es un pasaje contenido, me niego a comprender y no comprendo, tanto que el tiempo ha hecho perder las referencias iniciales por los recovecos de la memoria, es tanto el silencio interno que llego por momentos a perder la razón por la inconsistencia de lo moralmente aceptado y lo oficialmente impuesto.

Sólo necesitaba una visión más amplia, una confirmación y un desafío.

Atrás quedaron los callejones sinuosos repletos de dudas y olvido, rincones negros cubiertos por el polvo de ajenos recelos escondidos.

Soplan nuevos vientos pero ni tú ni yo podemos sentirlos, si doy ese paso, si te quedas atrás, dejaremos de convivir juntos en este mismo entresijo. A veces, frente a tu declive se me olvida que soy quien domino, callo, otorgo, y nunca exijo.

Aquí, inmediatos y entrelazados muchas veces por nuestras diferencias, en esta extraña encrucijada del destino, rara mezcolanza que resulta un desatino, te pido que te eches a un lado, que me dejes espacio porque lo necesito, para desplegar mis alas, y sobrevolar los contratiempos que porta de por sí el tiempo.

Se agita mi pecho sólo al pensar que existe esa posibilidad de elección, entre la luz y la sombra, entre la paz y la desesperación que conlleva el miedo.

Sólo necesitaba eso; una visión más amplia, una confirmación y un desafío.

Ahora, en el precipicio de las elecciones de último momento, elijo la maravillosa luz, esa luz que brilla y llevo dentro.


Laura Mir




sábado, 19 de julio de 2014

La hija de los lobos




          Mañana volveré a ser yo. Podré volver a la manada, jugar con mis blancas hermanas y sentirme libre. Sé que mi familia está impaciente, sus lametones a mis manos delatan su ansiedad, lo único que me da miedo es que no recuerdo nada de mi vida anterior al ataque. Estoy tan bien aquí con Raquel… así se llama la anciana que tres meses atrás me recogió en un claro del bosque, desvalida y herida. Me gustaría ser una muchacha para siempre, no me imagino correteando por el bosque cazando para poder comer. Ahora entiendo por qué estoy maldita, nunca seré sólo un ser, deberé compartir mi vida entre este mundo que me atrae tanto y con aquel del cual nada sé aún.

          Ya que queda poco tiempo antes de mi transformación, voy a dar un último paseo por el bosque de los alrededores. Me acompañará mi madre loba, como siempre hace cuando me alejo un poco de la cueva. Se ve que no quiere perderme de vista.

          Con el permiso de Raquel, que como siempre me dice que no me aleje demasiado, sigo un caminito que lleva a un arroyo escondido, que baja en una cascada, debajo de la cual me he bañado muchas veces. Me gusta aquel lugar, puedo estar a solas y pensar en el mañana, ya que el pasado se ha borrado de mi memoria. Pero hoy mi madre, que siempre me acompaña, se comporta de un modo extraño: no para de gruñir y de interponerse en mi camino. La acaricio para que se tranquilice y ella me coge la mano con la boca, tirando de mí hacia la dirección contraria, pero yo no quiero volver a la cueva. Quiero bañarme por última vez en el arroyo, debajo de la cascada, así que insisto y sigo hacia mi objetivo. Antes de llegar hay una pequeña colina y llegando a la cima, con mi madre cada vez más nerviosa, oí una voz, era una voz humana, mi corazón dio un vuelco en mi pecho. Ahí abajo en el arroyo había un humano como yo.

          Mi madre me empujaba con el cuerpo, pidiéndome que nos fuéramos, en mi cabeza resonaba la voz de Raquel, diciéndome que no era humana, que estaba maldita, pero la curiosidad pudo con mis buenas intenciones: tenía que ver quién era el que estaba profanando mi lugar favorito, porque solo había una persona y estaba cantando. Desde detrás de un gran tronco de árbol, por fin pude ver quién era el de los canturreos, creo que en este momento me fulminó un rayo y todo dejó de tener sentido para mí. Era un hombre y estaba desnudo justo donde me gustaba bañarme. No podía  dejar de mirar su hermoso cuerpo, sus largos cabellos, creo que me enamoré a primera vista. Si lo que sentía era amor, prendió fuego a mi pecho y a mi alma. En ese preciso momento, supe que estaba perdida y que nada de lo que hiciera podría hacerme olvidar la primera vez que le vi.

          De súbito alguien me agarró por detrás poniéndome la mano en la boca, creí que me iba a desmayar del susto. Era Raquel. Mientras yo miraba embobada a aquel hombre, mi madre debió ir corriendo a buscarla. En su mirada ardía el fuego de su cólera y ya no parecía la ancianita buena de los bosques. Casi a rastras me llevó de vuelta a la cueva, donde me esperaba mi familia, bastante nerviosa, todos aullaban dando vueltas, gruyéndose unos a otros, como es costumbre entre los lobos cuando están preocupados.

          —Te dije bien claro que no te acercaras a los humanos— me gritaba la buena mujer; mientras yo miraba mis pies....

          Mis pies estaban recubiertos de pelo y mis uñas se parecían más a garras que a otra cosa. Me puse a gritar, lo que con los aullidos de los lobos y los gritos de la mujer, convirtió la cueva en un infierno de ruido. Cuando sonó un silbido tan fuerte que todos nos quedamos quietos y callados, en la entrada de la cueva había un hombre, no le daba la luz en la cara y no podía ver su rostro. Pero si podía olerlo, cuando se acercó vi que era el hombre de la cascada.

          Sorprendentemente ninguno de los lobos se movió, Raquel volviéndose hacia él dijo:

          — Hola Benjamín. No esperaba tu visita este año.

          — Pues como ves aquí estoy, dispuesto en este momento a volver a la manada.

          Benjamín se llamaba aquel hombre, era el hermano pequeño de Raquel y también estaba maldito. Por lo que pude deducir de la conversación que estaban manteniendo él y su hermana, no podía quitarle los ojos de encima, aún tenía grabadas en la memoria las imágenes de la cascada y los sentimientos caóticos que habían provocado en mi corazón. Cuando me acordé de mis pies, dios mío, ya no eran pies, eran patas de lobo. Sin poder evitarlo, me eche a llorar desconsoladamente.

          Cuando sentí su presencia detrás de mí, no podía dejar de llorar y me avergonzaba que me viera en aquel estado, ¿Por qué no apareciste un par de días antes? pensaba. Sentí su mano sobre mi hombro, que con suave pero firme insistencia me obligó a darme la vuelta, su mirada llenaba mi mundo y su olor me hizo olvidar dónde estaba y quien era. Nunca olvidaré aquella noche, me hablaste de tus viajes, de tus sueños, me prometiste que nunca me abandonarías, que habías recorrido medio mundo sin saber que lo que buscabas estaba aquí en esta cueva y mientras nos convertíamos en lobos, te amé con toda mi alma.

          Cuando llegó, el amanecer vio cómo salía de una cueva un gran lobo negro seguido por una loba blanca, y con sus ojos dorados encadenados, se dirigieron hacia el tupido bosque corriendo uno al lado del otro, empujándose, mordisqueándose las patas y el cuello. Se diría que estaban a gusto. Se perdieron por un camino que llevaba a un riachuelo, que en lo profundo del bosque cantaba limpio y cristalino.


          Dice la leyenda que las noches de luna llena de primavera, pasean por aquellos bosques un hombre y una mujer cogidos de la mano. Moreno y fuerte él, menuda y rubia ella, siempre juntos se bañan bajo la cascada de un riachuelo, ese que está más allá del tiempo y de los sueños.


Benjamín.J.Green


* Música: La quiero a morir – Francis Cabrel



viernes, 18 de julio de 2014

Corazones descongelados




Corazones congelados en el tiempo.
Pasan soles, pasan lunas y ellos permanecen en ese instante,
en el de la locura del silencio,
la mirada perdida y el labio roto.

Sueños grises, petrificados y somnolientos
comienzan a despertar de ese letargo.
Puede que haya sido una sonrisa
que les haya llenado de color con el aliento.

Es el calor de unas bocas de sustento
estrechadas, frenéticas y entregadas
a ese frenesí que el amor transporta
cuando se dan dos personas amadas.
Con esa seguridad que el sentimiento… otorga.


Laura y Eduardo



miércoles, 16 de julio de 2014

La casa de las cenizas



En aquellos momentos simplemente no se me ocurrió. La tarde primaveral  transcurría tranquila. A lo lejos, en el horizonte, se vislumbraban trazos de nubes, cúmulos níveos parecidos al algodón.

La lectura del libro me resultaba bastante monótona, “La Casa de las Cenizas”… Los ojos absorbidos por el aburrimiento y el constante atropello de letras, se me cerraban, el tedio me vencía.

La mena ferrosa y oscura, seguía oculta en el fondo de la mina, mientras paseaba por mis sueños con descaro una máscara dorada. Su silencio no me engañaba, no podía; quizás podía engañar al mundo, pero en la solapa de su portafolio colgaba la etiqueta brillante e inmaculada de: “CALLADA”, anunciando con descaro el renombre comercial del peletero.

Miraban sin verme, la tercera persona del singular y completamente anónima, oculta a los ojos que no quieren ver, convirtiéndose con el tiempo en un plural indefinido sito en algún lugar de la memoria junto con otros matices lejanos de existencia.
 
Miraban a su alrededor sin verse, se miraban mutuamente sin vislumbrar la realidad.

Observaba el biplaza de nueva y oscura tapicería en medio del salón; la chimenea vacía, la leña quemada había producido demasiado polvo de ceniza. Desparramada por doquier y en desconcierto, se acumulaba rodeándolo todo en continua amenaza de cubrir por completo la estancia.

Más allá de la ventana, un flamante jardín. Lo crucé sin prisas, pisando la hierba y saboreando los aromas de mandrágoras portados por la brisa hasta el dintel, tras de mí un sepulcral silencio; ni lo pensé, cerré la puerta.

Desperté aliviada de este sueño lúcido con una sonrisa, y a mis pies, cerrado y casi oculto se encontraba en reposo para ser leído  “La Casa de las Cenizas”, mientras el reloj de arena en inexorable descenso marcaba sin prisas pero sin pausas durante aquel ocaso, un transcurrir lento y exento de melodía; en definitiva, sólo unas cuantas horas para dar testimonio de una determinada e innecesaria legalidad a lo insostenible y efímero de una vulgar e ilusoria excusa.


Laura Mir

martes, 15 de julio de 2014

La maldición de los lobos



El viento ulula salvaje, suena a aullido, en la oscuridad del bosque, entre matorrales y en silencio, oculta su delirio y su sed. La bestia, ya por dos noches seguidas bajo el cielo raso y la luna llena; tiene los ojos inyectados en sangre. Un leve crujido a su izquierda llama su atención, fija su mirada, con todos los músculos de su cuerpo tensos, los latidos de su corazón, cada vez resuenan con más fuerza en sus oídos, su pulso se acelera, su vista se agudiza. Está observando a una joven muchacha que se apura por llegar a su destino, antes de que sea demasiado oscuro. Ni siquiera lo piensa, el instinto puede más que él; la acecha, se acerca sigiloso, se agacha sobre sus patas para tomar impulso y salta sobre su presa atacándola.

En pleno salto se opera la transformación y ataca la carne nívea del cuello clavándole los dientes, pero justo en aquel instante, ruidos de disparos suenan en el bosque, lo que le hace desistir, la suelta y huye despavorido. Dejando en el suelo inconsciente y sangrante a la criatura.

A la mañana siguiente con las primeras gotas del rocío, la muchacha se despierta en el lugar del ataque, se siente débil y tambaleándose intenta volver a su aldea. Camina torpemente hasta llegar a un claro, donde perdiendo todas sus fuerzas, se deja vencer por el agotamiento y cae desplomada al suelo.

No recuerda el tiempo que llevaba inconsciente, sólo recuerda que era casi de noche y algo grande la había atacado. Ahora observa todo lo que la rodea. Puede que sea una cueva, es húmeda, pero no hace frio, un fuego calienta la estancia  y ella está cubierta con unas pieles; son duras y algo ásperas, le recuerdan un poco al pelaje de los lobos.

Cuando una mujer de cabellos plateados y desaliñados, le acerca un cuenco humeante a la boca, sin una palabra la ayuda a beber, está amargo, repulsivo, le provoca arcadas, en silencio la mira a los ojos, estos la invitan, lo toma a sorbos, en su fuero interno algo le dice que la aliviará. Al momento se siente invadida por un sopor que se transforma en sueño. Vuelve a dormirse, esta vez con una sonrisa en la boca, no está sola, se siente segura.

Despierta, fuera ha caído la noche, el fuego esta moribundo y la herida de su cuello, le duele, pero está tan bien bajo las pieles que decide no moverse. Eso sí, le gustaría poder comer algo. De repente algo se mueve junto a ella y su instinto le grita al oído, que no se dé la vuelta, pero ella lo hace. Tumbado a su lado, un gran lobo gris la está mirando, sus ojos dorados la mantienen paralizada sólo un momento, justo cuando la anciana vuelve a aparecer con un brazado de leña.

En cuanto el fuego se reaviva, la misteriosa mujer despelleja un par de conejos y los pone a asar, la muchacha asustada por la presencia del lobo tan cerca no sabe bien qué hacer, si ponerse a gritar, esperar por el conejo o salir corriendo. Opta por lo segundo, tiene demasiada hambre: el olor que desprende el asado, hace que su estómago gruña. Siempre en silencio la anciana se acerca y le mira la herida del cuello, hace una cataplasma con barro y hierbas, la calienta un poco al fuego y se la aplica con mucha dulzura y suavidad. El calor la alivia, ya casi no siente nada.

Entonces de súbito le habla o más bien le pregunta:

— ¿Qué hacías en el bosque a esas horas tan tardías, dulce chiquilla?

Ella tarda un momento en responder, la garganta le duele y le cuesta hablar. Pero responde que no se acuerda, en realidad no recuerda nada, hasta que el animal la atacó, la anciana vuelve a preguntarle:

— ¿Sabes de qué aldea provienes? ¿Debes de venir de alguna parte, no?

La chiquilla hace un esfuerzo, pero nada, no sabe ni cómo se llama, entonces la anciana le hace un gesto al lobo, el cual se despereza y se estira con mucha tranquilidad, antes de salir de la cueva, no sin antes mirar a los ojos de la muchacha para desaparecer en la oscuridad.

La joven oye como la anciana murmura mientras corta y prepara los conejos, le da igual lo que la mujer diga, ella solo quiere comer. Después de haber saciado su hambre, la anciana le comentó que se iba, debía enterarse de alguna manera de donde procedía, para poder dar aviso a la familia, alguien debería estar buscándola ahí fuera, esperaba no tardar. Pero por si lo hacía, le dejaba un poco de conejo, unas bayas y frutas del bosque en un rincón de la mesa. La muchacha se asustó y le preguntó a la anciana, qué debía hacer si el lobo volvía. Le dijo que no debía temer nada, y con una sonrisa añadió, que era como de la familia. Antes de irse le dio otra vez unos sorbos de la bebida humeante, unas hierbas del bosque según su cuidadora que le ayudarían a curarse y a descansar. Antes de que la anciana saliera de la cueva, la muchacha se había dormido.

Fuera sentado tranquilamente está el gran lobo gris. En cuanto ve a la mujer, espera que pase por su lado, se levanta y la sigue.

Cuando la muchacha vuelve a abrir los ojos, la anciana está ahí, de cuclillas al lado del fuego, observándola:

— Ya era hora de que abrieras los ojos, la comida está lista; ¿Porque tendrás hambre, no? Ya veo por la cara que pones, que sí. Bien, pues a comer, que tengo muchas cosas que contarte. Son muy importantes y no admiten demoras.

Una vez saciada el hambre y la sed, la anciana vuelve a cambiarle el emplaste, comentando lo bien que se estaba curando, el brebaje que le preparó esta vez tenía el sabor de las frutas del bosque.

Éste tuvo un efecto diferente, la llenó de energía y fuerza. Entonces la mujer le empezó a hablar, primero le rogó que no la interrumpiera y que pasara lo que pasara no se asustara que nada ni nadie en este lugar podría hacerle ningún daño.

— No debes asustarte de lo que te diga, déjame acabar y lo entenderás todo. He encontrado a tu familia y están ahí fuera esperando para entrar.

La muchacha  abrió la boca, pero la anciana le hizo un gesto, como diciendo déjame terminar, emitió un especie de gemido agudo y el gran lobo gris entró acompañado de una decenas de lobos más, se acercaron y se acomodaron a su alrededor, sin dejar de mirarla. Todos eran de un color grisáceo menos dos de ellos: sus pelajes eran blancos como la nieve, eran un poco más pequeños que los otros, se diría que aún eran unos cachorros. La muchacha no daba crédito a lo que veía. No pudo soportarlo y gritando, le preguntó a la anciana dónde estaba su familia.

— Cállate y escucha— le espetó la anciana — ahora te voy a contar una historia y esta vez espero que estés callada hasta el final. El ser que te atacó hace dos noches es un lobo-hombre, la maldición de los lobos como nosotros, no pongas esa cara, has oído bien, lobos como nosotros.

Mientras la anciana hablaba, la muchacha no podía dejar de mirar a los lobos, aunque ya no tenía miedo, las palabras de la mujer le daban a conocer su historia.

— El ser que te atacó es uno de tus tíos, quien a su vez fue mordido por un lobo-hombre errante.

Esos seres son lobos que en cada luna llena de los meses de primavera, se transforman en humanos y atacan a los de su propia especie, matándolos y cubriéndose con sus pieles. Yo misma soy una loba-mujer, a mi madre la mordieron mientras estaba encinta y me pasó la maldición. Fue ella la que me enseñó a conocer los brebajes de los antiguos que permiten que mientras seamos humanos no ataquemos a los nuestros, pero no impide la transformación, por eso esta cueva, aquí vivimos algunos de los que estamos malditos. Por desgracia tu tío, no pudo resistirse a su instinto y te atacó, ahora eres una de nosotros, cuando lleguen los meses de primavera deberás dejar la manada y trasladarte aquí, si no quieres convertirte en una asesina de lobos.

— Serás una muchacha unos dos o tres meses al año, y mientras tanto, deberás tomarte las pociones que te dé, así podrás estar con tu familia aquí presente, siempre que pueda. Pero debo hacerte una advertencia, nunca y digo nunca, deberás acercarte a ningún humano, no lo olvides jamás, eres y serás siempre un lobo. Y ahora acércate y saluda a tus padres, tíos y hermanos.




domingo, 13 de julio de 2014

Préstame tus alas blancas



Gaviota que vuelas alto
yo  te recuerdo en mi noche,
no te vayas, vuela raso
no te haré ningún reproche.

No me dejes en la sombra
del pesar y el desconsuelo.
Préstame tus alas blancas
déjame cruzar el cielo.

Tus alas me cubrirán y nada ya me podrá,
ni las noches en desvelo, ni el dolor insoportable,
ni trampas de pajarero,
ni la incomprensión de nadie.

Cruzaré los anchos mares,
buscaré un lugar seguro.
Allí me recostaré, descansaré,
sí, al fin dormiré. Aguardaré mi futuro.

Dormir, dormir… sí, dormir o… ¿Es morir?
Aún siendo así qué más da,
Por fin podré descansar
¿He de dudar yo? ¡Jamás! Él me vendrá a despertar.

Por eso gaviota mía…
No me dejes en la sombra
del pesar y el desconsuelo,
préstame tus alas blancas,
déjame cruzar el cielo.


Mati de Tena


(Madrugada del 13 de Noviembre de 2.006)   

sábado, 12 de julio de 2014

Ejercicio al aire libre



Hoy es domingo, está nublado y no apetece ir a la playa a darse un baño, por lo tanto, iré a andar.

Haré una excursión por los campos de las lindes del pueblo. Me pongo mis botas de montaña, preparo mi mochila con un picnic… ¿Qué más me falta?... ¡Ah! El bastón que me regaló mi hija, cómo olvidarlo, es una maravilla, sobre todo para subir las cuestas.

Salgo de casa, cuando llevo un rato caminando puedo ver los preciosos campos dorados de trigo, salpicados aquí y allá de rojas amapolas. Me encanta andar por estos caminos en esta estación, por la cantidad de flores silvestres y verdes que me encuentro, por las traviesas mariposas que revolotean a mí alrededor y el trinar de los pájaros de trasfondo.

Llego a una ermita muy pequeña, debe ser románica, de piedra ennegrecida por el suceder del tiempo; por uno de sus laterales pasa un arroyo de aguas cristalinas y rocas musgosas, me siento a descansar, es el momento de comer algo mientras disfruto de este lugar tan especial para mí.

Oigo estruendosos truenos, grandes goterones me salpican, recojo todo rápidamente sin orden ni concierto, metiendo de cualquier modo las cosas dentro de la mochila para continuar mi camino, pero la lluvia cada vez en más intensa, me pongo una capelina comprada en Decathlon, me viene un poco grande pero al menos no me mojo. Apresuro el paso con tan mala suerte que piso la tela y caigo al suelo, toda enredada en ella, no puedo ni sacar las manos para apoyarme y levantarme, doy varias vueltas sobre mí misma rebozándome en el fango.

No sé ni siquiera de donde ha salido ese perro enorme ladrando a mi lado, ladra que te ladra, va a dejarme sorda. Detrás aparece un hombre con un gran paraguas que manda callar al animal.

— ¿Te has hecho daño? — Me dice mientras me ayuda a levantarme.

— No, no, estoy bien. Muchas gracias.

— ¿Seguro que estás bien?

— Sí, sí, no se preocupe, gracias.

— De nada — Me dice mientras comienza a caminar con el chucho al lado — Qué vaya bien.

— Igualmente.

Retomo el camino de vuelta, al llegar al pueblo cesa de llover, me noto agobiada por el clima y dolorida por la caída. Llego a casa, me quito la capa asesina, la ropa, me seco, me cambio y salgo al balcón. Entonces observo en el horizonte un precioso y gran arcoíris, nítido, se puede contar sus colores, admiro esa maravilla de la física, y al final pienso que el paseo, aunque ha sido accidentado, en realidad se ha convertido en una gran aventura, de esas que merece la pena contar.


Angels

viernes, 11 de julio de 2014

El hombre que daba cuerda al mundo



Llevo cuatro días encerrado en mi casa, ahora ya es seguro, se están empezando a cumplir los vaticinios de aquella anciana.

Me he pasado las últimas tres semanas midiendo el tiempo exacto de los días y de las noches, comparándolos con los meses anteriores, y haciendo cálculos, me he dado cuenta que en estas tres semanas, los días se han alargado media hora; dentro de mes y medio será una hora, y así hasta que la tierra deje de girar, el principio del fin está a punto de mordernos el culo.

Hace justo tres semanas de aquel accidente. Y todo por culpa de un borracho, les cuento:

Era domingo por la mañana, sobre las siete, andaba paseando a mi perrita por la avenida principal de la ciudad, casi no había tráfico y muy pocas personas. Iba tranquilo y relajado, fumándome un cigarrillo, cuando de la nada, apareció un coche invadiendo la acera, llevándose por delante a una pareja de ancianos, que como yo, estaban paseando tranquilamente unos cuantos metros más adelante.

Me quedé horrorizado, el coche se había empotrado en una marquesina, mandando a los ancianos a unos cuantos metros, me acerqué corriendo, mientras llamaba a emergencias. Cuando llegué a su altura, me di cuenta de que el hombre estaba muy mal, tenía los miembros en ángulos imposibles, aún respiraba, pero estaba inconsciente, la mujer parecía haber tenido mejor suerte, estaba consciente y hablaba, lo que a mí en ese momento me parecieron delirios, quizás provocados por el choque, decía cosas como:

— No puede morir... Él es la llave… Estamos perdidos… Es el fin… — Cosas de ese estilo.

La ambulancia y la policía no tardaron en llegar, unos se llevaron a los ancianos, y la policía al borracho, el tipo no podía ni andar de la turca que llevaba, eso sí, ni un rasguño; en ese momento pensé que no había justicia.

Pero ocurrió algo, cuando se estaban llevando a la mujer, me llamó por mi nombre, me acerqué a ella, cogió mi mano y una voz en mi cabeza me habló.

Inmediatamente me soltó y se la llevaron, tuve que quedarme a prestar declaración por haber sido testigo del accidente, cuando regresé a casa ya eran pasadas las doce.

En realidad solo podía pensar en la voz de la anciana en mi cabeza, me decía que fuera a verla, que era muy urgente, el futuro del mundo peligraba.

Dejé al perro en casa y me encaminé hacia el hospital donde se habían llevado a la pareja, por lo visto el hombre estaba en estado crítico, se conoce que la mayoría del golpe se lo había llevado él; la mujer, sólo tenía un par de fracturas y estaba consciente.

Pregunté a una enfermera si podía visitarla y me dijeron, que sí, pero sólo un momentito. Cuando entré en la habitación, me sobrecogió al ver la fragilidad de aquella anciana, con la cabeza hundida en el almohada, si me dicen entonces que tenia más de cien años, me lo hubiera creído, parecía una muñeca de cristal y entonces abrió los ojos.

Son las cuatro de la mañana y me acabo de despertar con el corazón desbocado y sin poder respirar, si no me conociera, juraría que estoy sufriendo una crisis de ansiedad. No puedo dejar de pensar en las palabras o pensamientos de aquella frágil mujer.

Puede que a vosotros, lo que voy a revelaros os parezca absurdo, un cuento o los desvaríos de una vieja media chocha, que ha sufrido un fuerte golpe.....Pero vosotros no estuvisteis allí, con ella. Esa mujer no estaba loca, en cuanto abrió los ojos, me grabó sus palabras en la mente, mirándome con aquellos fuegos que vivían en sus ojos, no pronunció una palabra, sólo me miraba, cuando dejó de hacerlo, se desvaneció en la nada, estaba allí y al instante ya no estaba, así, como cosa de magia.

Me pareció que pasaron horas antes de que pudiera moverme y salir de allí, huí como si todos los diablos me persiguieran, para encerrarme en mi casa, ahora ya sabía el nombre de los ancianos y a que se dedicaban.

Sé que no debería revelar lo que me dijo aquella anciana, pero haga lo que haga, nada se puede cambiar, así que he decidido desvelar el secreto.

Aquella pareja no eran de la tierra, eran seres que venían a este mundo cada doce mil años a dar cuerda a nuestra tierra, el se llamaba Gabriel y ella Lilit, estaba atónito, no me lo podía creer, a través de su mente vi el mundo del cual procedían, era practicante igual a la tierra, sólo  que aún era salvaje y libre, como un paraíso, esos seres no tenían cuerpo, eran energía pura y como tal viajaban por el universo. Su cometido era dar cuerda a la tierra para que siguiera girando. Pero por un capricho de ella, se habían materializado en humanos, sentía deseo de pasearse por la tierra, lo que no sabían, es que bajo forma humana podían morir y aquel desgraciado percance lo había trastornado todo, ya no había tiempo de ir a buscar otra llave, y a ella sola le era imposible cumplir con la misión.

Dijo que se iba y que intentaría regresar a tiempo, pero era un viaje de cientos de años. Que lo sentía, pero que estábamos condenados. Y desapareció

Sí, en tres semanas los días se han alargado media hora, el mundo se parará dentro de unos tres o cuatro años, voy a intentar contactar con periodistas y científicos, aunque lo más seguro es que me tomen por un loco, espero que los números me ayuden, tengo miedo, no sé lo que va a pasar.

* Hay muchas teorías, sobre el tema, pero en todas salimos mal parados, repasando mis apuntes leí una frase que me gustó, decía: Has matado al hombre que daba cuerda al mundo, en tu maldito sueño, nos has condenado. Lo adorné un poco más y se lo ofrezco, esperando por supuesto, que el mundo nunca deje de girar.



Benjamin. J. Green


* Música: El Muro - Pink Floyd


miércoles, 9 de julio de 2014

El miedo del corazón fatuo




Vuelvo a paralizarme en el filo del bordillo, con miedo a echar el pie sobre el pavimento gris como si no hubiera asfalto, y fuera a enfrentarme a la inmensidad del mar, al vacío, y retorna la ansiedad; pierdo la seguridad y el calor, me ahogo; un temblor me recorre, me percato de que una bandada de golondrinas negras vuelan raso y en silencio sobre mí, sigilosas aletean, bajo un cielo lánguido y deslucido, vaticinando nubes hoscas y el retorno de aquellos tiempos oscuros, repletos de absoluta soledad.

Giro la cabeza, no puedo soportarlo más, esta espiral emocional me arrastra, no alcanzo a aferrarme a nada, ya no quedan rescoldos de buenos fuegos junto al hogar, y sin quererlo siento todas las células de mi cuerpo como si fueran estopa; rígidas y resecas. Y noto que la vida me muestra su lado más severo, las lágrimas se desbordan incontenibles y comienza a sufrir una vez más este pobre corazón fatuo, corazón, corazón como el de una calabaza, hueco y lleno de contradicciones e indecisiones, y de semillas que nunca encontrarán una tierra fértil y próspera donde germinar.

Se me hace tan extraño, me siento tan ajena que ni siquiera me reconozco viviendo en este entresijo de existencia, mal encauzada, suspendida entre el suelo firme y la profundidad del mar, y poco importa mi periferia si soy muy poco valiente y en soledad me quedo siempre, sin tomar las riendas de la providencia por exceso de prudencia, y abrazada fuerte, muy fuerte al miedo… tiemblo.

Anónimo




martes, 8 de julio de 2014

Es verdad



Cuentan las leyendas
que es verdad,
que al final la primavera llega.

Y hablan los ancianos
que es verdad,
que la vida se renueva.

Que la lluvia alegra
que el gris se desintegra
que la vida se renueva.

Que el sol calienta
y la sombra refresca,
que la vida se renueva.

Que el cielo es azul
y hay vida en la higuera,
que la vida se renueva.

Que para San José
llega la primavera,
que la vida se renueva.

Las golondrinas regresan
y se hacen madrigueras,
que la vida se renueva.

Yo sentado espero
ver azul el cielo,
ver la vida que se renueva.

Ver el cielo moteado
de negro pintado,
ver la vida que se renueva.

Verte siendo golondrina
que  me deshace  la espina,
ver la vida que se renueva.

Y aquí tendré que esperar
ver la triste lluvia pasar
esperarte, golondrina llegar.


Jaime Ernesto

La ametralladora



Dijo el sabio Sisebuto:

- Con esta ametralladora,
mil disparos por minuto
y sesenta mil por hora:
¡que gloria será la mía
si con esta máquina potente
llego a matar buenamente
un millón de hombres al día!
Proclamarán su bondad
en las más lejanas tierras,
pues así acabarán las guerras,
y también la humanidad.


*Recuerdo por Albert Gran

Escribo porque soñé



Soñé que me besabas,
soñé labios que se fusionaban
soñé pudores que alejabas,
soñé con miedos que esquivabas.

Viví como te acercaste,
viví la dulce forma de besarme,
viví una humedad,
una humedad que se hace constante.

Despierto soñando un sueño,
un sueño en el que me besaste,
de ayer me quedó el sueño,
de rozar tu piel por un instante.

Noté labios que me son ignorados,
noto la marca en mi piel marcada,
rozo mis labios con los dedos,
buscando un recuerdo guardado.

Bailaste después de besarme,
burlona forma de sonrojarme,
vergüenza de querer conservar,
sólo para mí ese instante.

Escribo porque soñé que me besaste,
porque entre sueños que no me besaste,
quiero recordar este sueño,
esta piel marcada de cuando me besaste.


Jaime Ernesto

Niña de faz de cera - Para Mar



Naciste dando paso a la primavera
dejando atrás al invierno en una hora.
Desafiando al frío con tu faz de cera
te aferraste a la vida sin más demora.

Niña hecha de luz y trazos de la luna
que dan ese destello a tu mirada,
más esperada y soñada que ninguna
te vas dejando querer como si nada.

Duermes y sueñas con el firmamento
atravesando fugaz la estela tras el cometa.
Siempre dándolo todo en el justo momento
en que, ajena, matas de amor a este poeta.


Laura Mir


Sólo conmigo



Voy a tu encuentro cuando no estás.
Las mareas cotidianas me obligan
al placer de contemplarte en soledad.
Fundirme contigo en ese abrazo frío,
húmedo… solos, tú y yo, bajo este cielo
amenazante, plomizo y atormentado.
Desciendes sinuoso para ese beso
de amante indiferente que depositas
en mi mejilla, para esa caricia leve.
Perfilando como sin querer, rozas
con tus manos gélidas mis contornos,
no hay palabras, sólo tus sonidos…
Siento tu respiración sobre mi rostro
y por un  breve instante me impregnas
de tus fragancias a vida, a sal, a muerte…
Inhalo, y me llenas de una sensación extraña
de estar frente a ti sin espigón ni estelas,
que nos separen…  Desnudo y aterido,
como cuando amas y todo lo has perdido,
pero en rara comunión… sólo conmigo.


Laura Mir

domingo, 6 de julio de 2014

El vivo al hoyo



Es una tremenda desgracia que alguien se muera. Si es cercano hasta puede llegar a ser doloroso pero, si es lejano, el acontecimiento es engorroso, y más cuando tienes el día del entierro sin un respiro y en tu fondo de armario no hay un triste vestido negro que lucir ese día. La ocurrencia del muerto pasa de ser algo sin ninguna importancia personal a una tragedia a nivel mundial, porque es tu mundo, el de ese día, el que tienes que cambiar por completo.

Ana, recordaba que Laura se había hecho hacía poco un vestido negro, ella siempre tan previsora, por si se muere alguien o por si me muero yo. Se lo pediría para tan embarazosa ocasión.

- Ana, en la parte lateral izquierda, por dentro, pone: Devuélvase a su legítimo propietario y en perfectas condiciones, ya sabemos lo desastre que eres.

- No te apures mujer que te lo devuelvo igual que me lo dejas, impecable. – Contestó con el vestido puesto y observándose en el amplio espejo de la habitación. - ¿Con este quieres que te entierren?

- Sí, claro.- Contestó Laura.

- Puede que falten muchas décadas todavía y ¿Sí engordas?

- Ya sabes lo que odio el factor sorpresa, mejor tenerlo todo preparado. Nunca se sabe ¿Por qué crees que he dejado tanto margen en las costuras?

Girando un poco la tela de la falda, observó que en realidad había dejado demasiada tela.

  
                                                          ********

Ana como siempre llegó justa de tiempo, era el problema eterno, aunque era adicta a la raya de los parpados desde hacía años, nunca le quedaban bien al primer trazo por el ligero temblor del final.

El sol lucía en todo su esplendor, dibujando una sombra únicamente perceptible bajo cada una de las dos personas que discutían acaloradamente ante el ataúd que reposaba sobre la plataforma grúa que lo introduciría dentro de la fosa ¿Qué fosa?, buscó Ana mirando el suelo a su alrededor.

¡Santo Dios! Debido a la huelga del personal municipal reivindicando indumentaria laboral, hablando en plata, ropa de trabajo; no se había cavado el agujero. Ana pensó que estos tenían su mismo problema, sin vestido para la ocasión ¡Qué cosas!

La viuda exaltada gritaba sobre el respeto que se le debía a su difunto marido, mientras el encargado de la funeraria intentaba excusarse alegando los recortes dinerarios municipales que sufrían, y eso se traducía en menos personal y poco equipamiento. A ella le daba igual, su querido esposo había estado pagando los muertos toda la vida para que por lo menos tuviera un agujero hecho donde descansar. El empleado indicaba que, según el convenio y debido al deterioro por el trabajo, se indicaba que el uniforme se cambiará dos veces al año. Y desde hacía dos que no se realizaba, por lo que los trabajadores habían iniciado una huelga indefinida.

-¡Indefinida!- Exclamó la acalorada viuda - ¿Hasta cuándo tiene que esperar mi amado esposo?

- Señora, tranquilícese que le va a dar algo. La solución que puedo darle es meterlo en una de las cámaras frigoríficas hasta que la situación se regularice.

- Oiga, caballero. Mi marido murió en el mar, se cayó por la borda, han estado buscándolo un mes, un mes ¿Entiende lo que es un mes metido en agua? ¿Ahora pretende qué lo meta en hielo? ¿No se merece descansar ya?

Unos espontáneos asistentes y amigos del difunto se quitaron las chaquetas y las corbatas, y cogiendo picos y palas se pusieron a cavar la fosa bajo un sol de justicia, mientras la viuda prometía encarnada de ira:

- Esto, desde luego, no va a quedar así.


                                                  ********

Ana pensaba mientras observaba a los voluntarios sepultureros trabajar, que de poco servían las previsiones a largo plazo de su estimada amiga Laura, si luego sucedían cosas como esta. Se oía entre murmullos que al final el cadáver lo rescataron unos pescadores entre las redes de arrastre, y que tenía toda la cara mordisqueada por las bogas, de lo que estaba segura era de que bogas no comería jamás.

En estos y otros andaba su cabeza cuando los sudorosos amigos acabaron la fosa. Salieron de ella y la gente dispersada empezó a agruparse para observar y opinar sobre la profundidad y anchura del agujero. Ana también se acercó, tanto se aproximaron que sin querer la empujaron, y resbalando del montículo de tierra en el que se hallaba subida, cayó dentro de la sepultura, ensuciándose de fango el vestido del futuro sepelio de Laura. Se miró dentro de la fosa y llena de terrones terrosos se sintió desconsolada, con lo aprensiva que era su amiga difícilmente podría entender eso del vivo al hoyo.

Y efectivamente fue así, Laura le regaló el vestido con mala cara después de días sin hablarle y Ana, jamás volvió a probar las bogas por mucho que le gustasen.


Laura Mir


* Basado en hechos totalmente reales, doy fe.

miércoles, 2 de julio de 2014

Tan distantes, tan distintas



Nunca he llegado a saber por qué misteriosas tretas del destino, fuimos a parar las dos aquella noche de bochornoso verano, perdidas o encontradas, ciertamente lo ignoro, a aquella inmensa montaña después de tantos años, en un discreto y pulcro excusado de aquel pequeño hotel rural.

Salía cuando tú entrabas, tenías urgencias, yo andaba aliviada pensando en mis cosas. Un simple pasa mientras te aguantaba la puerta, nuestras miradas se cruzaron un instante y los recuerdos emergieron de golpe. Había tantas, tantas cosas que no dijimos en su momento.

Me indicaste que te esperara, que precisabas decirme algo, y esperé. Mientras lo hacía recordé nuestros veranos en la playa, nuestros juegos infantiles, nuestras conquistas juveniles y las retahílas de fondo de Silvia, como si de repetirlas y repetirlas fuese posible ese milagro, el de enderezarnos, el de hacernos tocar con estilo aquel lujoso y monstruoso piano, pero en mi caso fue en vano.

No disponíamos de mucho tiempo, pero eso nunca nos había importado, pero ahora apremiaba. Por un lado te esperaba lo legal, el orden, lo rígido, el capitalismo y lo severo; a mí por el contrario lo ilegal, la libertad, el anarquismo y el partisano, todo lo contrario a tu fortuna.

Siempre se te dio bien pedir disculpas y hacer el papel. Ibas muy elegante, demasiado para la montaña. Me dijiste que nada importaba, pero mentías, importaba todo, todo lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Pero lo entiendo, tranquila, sé guardar bien los secretos. Lo explicaste todo con tanta prisa, pero no con la suficiente, tu escolta picó a la puerta y saliste presurosa para no alarmar no sin antes darme un breve beso en la mejilla. No quisiste delatarnos, cosa que te agradezco.

Días después vi en la prensa la noticia de tu compromiso, cosa que ya sabía. Me alegró mucho. Pero lo cierto, lo que más me maravilla de verdad es que en el pasado fuimos tan iguales, cuando éramos niñas y no habían otros intereses que nuestro afecto y cariño, y ahora amiga, bajo este mismo cielo hostil que nos ampara, tan alejadas de la inocencia… tan distantes, tan distintas.

Laura Mir


* Basado en hechos reales

martes, 1 de julio de 2014

Bajo el color de un verde feo



Se recogía el rodete mientras sus pies se introducían en sus marrones zapatos clásicos y cerrados. Siempre llevaba una falda por debajo de la rodilla y una camisa blanca con chorreras. Sobre ésta, una chaqueta verde, de un verde que no era esperanza, ni manzana, era feo, del que le sobra mucho negro. Pero le daba seguridad. La puerta que tiene en el pecho, estaba siempre cerrada, y la chaqueta le hacía creer que no era necesaria abrirla. Se puso las gafas que le desempañan el mundo y caminaba hacia el trabajo mirando siempre hacia el suelo, como si quisiera coleccionar la imagen de cada zapato que se cruzara en su mirada baja.

Siempre llevaba la chaqueta sobre el hombro, abrochada con el último botón en el último ojal, pero al cosido le faltó fuerza, y le faltó porque el viento sopló y se vio una chaqueta de feo verde volando por una ciudad que conservaba el gris de día de lluvia. Voló tanto que se perdió a la vista de quien la buscaba, y ella quedó allí sin que ninguna de sus hojas le superan hacer sentir el soplido del viento hasta ese mismo instante.

La chaqueta entró por una ventana que no dio tiempo a cerrarse antes de que el viento comenzara a soplar y quedó en un rincón hasta que unas manos la acercaron a una nariz que detectaron el olor a soledad de las noches en vela. Enseguida comprendió que no era la importancia de una prenda, sino leal compañera que conseguía vestir la soledad de un color que no era agradable. Decidió extenderla en la ventana, para que  la soledad se ventilara, y las noches en vela quedasen más allá de la ventana. Pero el olor a soledad no desaparecía. Quiso lavarla, pero no quitarle el olor impregnado, y quiso encontrar en ella una bandera que cada mañana quedaba izada y era recogida cada noche, una bandera que no era blanca de rendición sino que marcaba un territorio de donde estaba la capa de soledad perdida.

Se quitaba las gafas cuando iba a la calle para que el mundo quedase empañado y huía de los zumbidos que le llegaban, pero aquel día las abejas la fueron arrinconando, y escapaba entre calles que se mostraban de gris borroso. Sus pasos se aceleraban al tiempo que los zumbidos se acercaban, hasta que sus raíces le hicieron quedarse quieta, perdida entre adoquines que se pisoteaban. Encontró las gafas en el bolso y en ellas estuvo un mundo que se mostró claro, por un instante, para encontrarse en su pérdida, intentando encontrar un horizonte que se ocultaba tras los edificios, y bajo una bandera que era verde a imagen y semejanza de su soledad. Allí se esperó, con la seguridad que da encontrarse bajo la tela que señala su tierra.

Él la vio como si el rodete fuera un nido que contuviera toda la vida. Se dio cuenta que respiraba soledad aunque el color le hubiese volado, subió para recoger una chaqueta que se había convertido en bandera, y al tendérsela no quisieron que las palabras cerraran ninguna cerradura, y sólo existió un abrazo, que se alargó mientras las noches en vela se guardaban bajo el colchón y una chaqueta verde se colocaba en el suelo de la puerta en pecho, que ahora está abierta.


Jaime Ernesto


* Música: Daniela – Pedro Guerra