martes, 1 de julio de 2014

Bajo el color de un verde feo



Se recogía el rodete mientras sus pies se introducían en sus marrones zapatos clásicos y cerrados. Siempre llevaba una falda por debajo de la rodilla y una camisa blanca con chorreras. Sobre ésta, una chaqueta verde, de un verde que no era esperanza, ni manzana, era feo, del que le sobra mucho negro. Pero le daba seguridad. La puerta que tiene en el pecho, estaba siempre cerrada, y la chaqueta le hacía creer que no era necesaria abrirla. Se puso las gafas que le desempañan el mundo y caminaba hacia el trabajo mirando siempre hacia el suelo, como si quisiera coleccionar la imagen de cada zapato que se cruzara en su mirada baja.

Siempre llevaba la chaqueta sobre el hombro, abrochada con el último botón en el último ojal, pero al cosido le faltó fuerza, y le faltó porque el viento sopló y se vio una chaqueta de feo verde volando por una ciudad que conservaba el gris de día de lluvia. Voló tanto que se perdió a la vista de quien la buscaba, y ella quedó allí sin que ninguna de sus hojas le superan hacer sentir el soplido del viento hasta ese mismo instante.

La chaqueta entró por una ventana que no dio tiempo a cerrarse antes de que el viento comenzara a soplar y quedó en un rincón hasta que unas manos la acercaron a una nariz que detectaron el olor a soledad de las noches en vela. Enseguida comprendió que no era la importancia de una prenda, sino leal compañera que conseguía vestir la soledad de un color que no era agradable. Decidió extenderla en la ventana, para que  la soledad se ventilara, y las noches en vela quedasen más allá de la ventana. Pero el olor a soledad no desaparecía. Quiso lavarla, pero no quitarle el olor impregnado, y quiso encontrar en ella una bandera que cada mañana quedaba izada y era recogida cada noche, una bandera que no era blanca de rendición sino que marcaba un territorio de donde estaba la capa de soledad perdida.

Se quitaba las gafas cuando iba a la calle para que el mundo quedase empañado y huía de los zumbidos que le llegaban, pero aquel día las abejas la fueron arrinconando, y escapaba entre calles que se mostraban de gris borroso. Sus pasos se aceleraban al tiempo que los zumbidos se acercaban, hasta que sus raíces le hicieron quedarse quieta, perdida entre adoquines que se pisoteaban. Encontró las gafas en el bolso y en ellas estuvo un mundo que se mostró claro, por un instante, para encontrarse en su pérdida, intentando encontrar un horizonte que se ocultaba tras los edificios, y bajo una bandera que era verde a imagen y semejanza de su soledad. Allí se esperó, con la seguridad que da encontrarse bajo la tela que señala su tierra.

Él la vio como si el rodete fuera un nido que contuviera toda la vida. Se dio cuenta que respiraba soledad aunque el color le hubiese volado, subió para recoger una chaqueta que se había convertido en bandera, y al tendérsela no quisieron que las palabras cerraran ninguna cerradura, y sólo existió un abrazo, que se alargó mientras las noches en vela se guardaban bajo el colchón y una chaqueta verde se colocaba en el suelo de la puerta en pecho, que ahora está abierta.


Jaime Ernesto


* Música: Daniela – Pedro Guerra

3 comentarios:

  1. Me ha encanntado. Es super romántico. Felicidades.

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  2. Me gusta como haces ir el choque de dos realidades dispersas y como una simple chaqueta con ese olor hace que se encuentren. Muy original y un buen relato, muchas gracias por compartirlo.

    Un beso

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  3. Hola Jaime Ernesto.
    Me ha gustado este relato, la fantasia
    impresa en el, me ha llevado hacia
    otros mundos.
    ANIMO Y GRACIAS

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