Se recogía el rodete mientras sus pies se introducían en sus marrones zapatos clásicos y cerrados. Siempre llevaba una falda por debajo de la rodilla y
una camisa blanca con chorreras. Sobre ésta, una chaqueta verde, de un verde que
no era esperanza, ni manzana, era feo, del que le sobra mucho negro. Pero le
daba seguridad. La puerta que tiene en el pecho, estaba siempre cerrada, y la
chaqueta le hacía creer que no era necesaria abrirla. Se puso las gafas que le
desempañan el mundo y caminaba hacia el trabajo mirando siempre hacia el suelo,
como si quisiera coleccionar la imagen de cada zapato que se cruzara en su
mirada baja.
Siempre llevaba la chaqueta sobre el hombro, abrochada con
el último botón en el último ojal, pero al cosido le faltó fuerza, y le faltó
porque el viento sopló y se vio una chaqueta de feo verde volando por una
ciudad que conservaba el gris de día de lluvia. Voló tanto que se perdió a la
vista de quien la buscaba, y ella quedó allí sin que ninguna de sus hojas le
superan hacer sentir el soplido del viento hasta ese mismo instante.
La chaqueta entró por una ventana que no dio tiempo a
cerrarse antes de que el viento comenzara a soplar y quedó en un rincón hasta
que unas manos la acercaron a una nariz que detectaron el olor a soledad de las
noches en vela. Enseguida comprendió que no era la importancia de una prenda,
sino leal compañera que conseguía vestir la soledad de un color que no era
agradable. Decidió extenderla en la ventana, para que la soledad se ventilara, y las noches en vela
quedasen más allá de la ventana. Pero el olor a soledad no desaparecía. Quiso
lavarla, pero no quitarle el olor impregnado, y quiso encontrar en ella una
bandera que cada mañana quedaba izada y
era recogida cada noche, una bandera que no era blanca de rendición sino que
marcaba un territorio de donde estaba la capa de soledad perdida.
Se quitaba las gafas cuando iba a la calle para que el mundo
quedase empañado y huía de los zumbidos que le llegaban, pero aquel día las
abejas la fueron arrinconando, y escapaba entre calles que se mostraban de gris
borroso. Sus pasos se aceleraban al tiempo que los zumbidos se acercaban, hasta
que sus raíces le hicieron quedarse quieta, perdida entre adoquines que se
pisoteaban. Encontró las gafas en el bolso y en ellas estuvo un mundo que se
mostró claro, por un instante, para encontrarse en su pérdida, intentando
encontrar un horizonte que se ocultaba tras los edificios, y bajo una bandera
que era verde a imagen y semejanza de su soledad. Allí se esperó, con la
seguridad que da encontrarse bajo la tela que señala su tierra.
Él la vio como si el rodete fuera un nido que contuviera
toda la vida. Se dio cuenta que respiraba soledad aunque el color le hubiese
volado, subió para recoger una chaqueta que se había convertido en bandera, y
al tendérsela no quisieron que las palabras cerraran ninguna cerradura, y sólo
existió un abrazo, que se alargó mientras las noches en vela se guardaban bajo
el colchón y una chaqueta verde se colocaba en el suelo de la puerta en pecho,
que ahora está abierta.
Jaime Ernesto
* Música: Daniela –
Pedro Guerra
Me ha encanntado. Es super romántico. Felicidades.
ResponderEliminarMe gusta como haces ir el choque de dos realidades dispersas y como una simple chaqueta con ese olor hace que se encuentren. Muy original y un buen relato, muchas gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn beso
Hola Jaime Ernesto.
ResponderEliminarMe ha gustado este relato, la fantasia
impresa en el, me ha llevado hacia
otros mundos.
ANIMO Y GRACIAS