domingo, 6 de julio de 2014

El vivo al hoyo



Es una tremenda desgracia que alguien se muera. Si es cercano hasta puede llegar a ser doloroso pero, si es lejano, el acontecimiento es engorroso, y más cuando tienes el día del entierro sin un respiro y en tu fondo de armario no hay un triste vestido negro que lucir ese día. La ocurrencia del muerto pasa de ser algo sin ninguna importancia personal a una tragedia a nivel mundial, porque es tu mundo, el de ese día, el que tienes que cambiar por completo.

Ana, recordaba que Laura se había hecho hacía poco un vestido negro, ella siempre tan previsora, por si se muere alguien o por si me muero yo. Se lo pediría para tan embarazosa ocasión.

- Ana, en la parte lateral izquierda, por dentro, pone: Devuélvase a su legítimo propietario y en perfectas condiciones, ya sabemos lo desastre que eres.

- No te apures mujer que te lo devuelvo igual que me lo dejas, impecable. – Contestó con el vestido puesto y observándose en el amplio espejo de la habitación. - ¿Con este quieres que te entierren?

- Sí, claro.- Contestó Laura.

- Puede que falten muchas décadas todavía y ¿Sí engordas?

- Ya sabes lo que odio el factor sorpresa, mejor tenerlo todo preparado. Nunca se sabe ¿Por qué crees que he dejado tanto margen en las costuras?

Girando un poco la tela de la falda, observó que en realidad había dejado demasiada tela.

  
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Ana como siempre llegó justa de tiempo, era el problema eterno, aunque era adicta a la raya de los parpados desde hacía años, nunca le quedaban bien al primer trazo por el ligero temblor del final.

El sol lucía en todo su esplendor, dibujando una sombra únicamente perceptible bajo cada una de las dos personas que discutían acaloradamente ante el ataúd que reposaba sobre la plataforma grúa que lo introduciría dentro de la fosa ¿Qué fosa?, buscó Ana mirando el suelo a su alrededor.

¡Santo Dios! Debido a la huelga del personal municipal reivindicando indumentaria laboral, hablando en plata, ropa de trabajo; no se había cavado el agujero. Ana pensó que estos tenían su mismo problema, sin vestido para la ocasión ¡Qué cosas!

La viuda exaltada gritaba sobre el respeto que se le debía a su difunto marido, mientras el encargado de la funeraria intentaba excusarse alegando los recortes dinerarios municipales que sufrían, y eso se traducía en menos personal y poco equipamiento. A ella le daba igual, su querido esposo había estado pagando los muertos toda la vida para que por lo menos tuviera un agujero hecho donde descansar. El empleado indicaba que, según el convenio y debido al deterioro por el trabajo, se indicaba que el uniforme se cambiará dos veces al año. Y desde hacía dos que no se realizaba, por lo que los trabajadores habían iniciado una huelga indefinida.

-¡Indefinida!- Exclamó la acalorada viuda - ¿Hasta cuándo tiene que esperar mi amado esposo?

- Señora, tranquilícese que le va a dar algo. La solución que puedo darle es meterlo en una de las cámaras frigoríficas hasta que la situación se regularice.

- Oiga, caballero. Mi marido murió en el mar, se cayó por la borda, han estado buscándolo un mes, un mes ¿Entiende lo que es un mes metido en agua? ¿Ahora pretende qué lo meta en hielo? ¿No se merece descansar ya?

Unos espontáneos asistentes y amigos del difunto se quitaron las chaquetas y las corbatas, y cogiendo picos y palas se pusieron a cavar la fosa bajo un sol de justicia, mientras la viuda prometía encarnada de ira:

- Esto, desde luego, no va a quedar así.


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Ana pensaba mientras observaba a los voluntarios sepultureros trabajar, que de poco servían las previsiones a largo plazo de su estimada amiga Laura, si luego sucedían cosas como esta. Se oía entre murmullos que al final el cadáver lo rescataron unos pescadores entre las redes de arrastre, y que tenía toda la cara mordisqueada por las bogas, de lo que estaba segura era de que bogas no comería jamás.

En estos y otros andaba su cabeza cuando los sudorosos amigos acabaron la fosa. Salieron de ella y la gente dispersada empezó a agruparse para observar y opinar sobre la profundidad y anchura del agujero. Ana también se acercó, tanto se aproximaron que sin querer la empujaron, y resbalando del montículo de tierra en el que se hallaba subida, cayó dentro de la sepultura, ensuciándose de fango el vestido del futuro sepelio de Laura. Se miró dentro de la fosa y llena de terrones terrosos se sintió desconsolada, con lo aprensiva que era su amiga difícilmente podría entender eso del vivo al hoyo.

Y efectivamente fue así, Laura le regaló el vestido con mala cara después de días sin hablarle y Ana, jamás volvió a probar las bogas por mucho que le gustasen.


Laura Mir


* Basado en hechos totalmente reales, doy fe.

6 comentarios:

  1. Una anécdota de lo más estrambótica, que me ha regalado unas muy saludables risas. Un abrazo.

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  2. Muchas gracias Eduardo por tu comentario, me alegra que lo hayas disfrutado.

    Un abrazo.

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  3. Hola Laura.
    Me he reido un ratito, aunque vaya impresion
    que tuvo que darle a la muchacha, caerse dentro
    de la fosa, menos mal que no estaba el difunto
    en el.
    Trabaje un tiempo, en mi juventud, con un tio que
    colocaba lapidas y al principio estaba un poco raro,
    pero despues te acostumbras, aunque rapidamente
    me busque otra cosa, no me sentia comodo, con
    tanto muerto a mi alrededor.
    Me ha gustado tu relato.
    Un abrazo cordial.
    ANIMO Y GRACIAS

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  4. Hola Moraveck

    Sí te has reído un rato ya me vale, con ese fin se hizo, lo cierto es que es un relato que he disfrutado mucho escribiendo.

    Ignoraba esa faceta antigua laboral tuya, no debe ser tan malo y uno acaba por acostumbrarse a todo.

    Muchas gracias por el comentario.

    Un abrazo

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  5. Muy divertido. ¡Espero que jamás me pase a mi, con lo miedica que soy, seguro que sería yo quien se quedase en el agujero!
    Besosss

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  6. Muchas gracias Nora por tu comentario y deseo de corazón que nunca te pase a ti, jajaja. Un beso guapa.

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