Es una
tremenda desgracia que alguien se muera. Si es cercano hasta puede llegar a ser
doloroso pero, si es lejano, el acontecimiento es engorroso, y más cuando
tienes el día del entierro sin un respiro y en tu fondo de armario no hay un
triste vestido negro que lucir ese día. La ocurrencia del muerto pasa de ser
algo sin ninguna importancia personal a una tragedia a nivel mundial, porque es
tu mundo, el de ese día, el que tienes que cambiar por completo.
Ana,
recordaba que Laura se había hecho hacía poco un vestido negro, ella siempre
tan previsora, por si se muere alguien o
por si me muero yo. Se lo pediría para tan embarazosa ocasión.
- Ana, en la
parte lateral izquierda, por dentro, pone: Devuélvase
a su legítimo propietario y en perfectas condiciones, ya sabemos lo
desastre que eres.
- No te
apures mujer que te lo devuelvo igual que me lo dejas, impecable. – Contestó
con el vestido puesto y observándose en el amplio espejo de la habitación. - ¿Con
este quieres que te entierren?
- Sí, claro.-
Contestó Laura.
- Puede que
falten muchas décadas todavía y ¿Sí engordas?
- Ya sabes lo
que odio el factor sorpresa, mejor tenerlo todo preparado. Nunca se sabe ¿Por
qué crees que he dejado tanto margen en las costuras?
Girando un
poco la tela de la falda, observó que en realidad había dejado demasiada tela.
********
Ana como
siempre llegó justa de tiempo, era el problema eterno, aunque era adicta a la
raya de los parpados desde hacía años, nunca le quedaban bien al primer trazo
por el ligero temblor del final.
El sol lucía
en todo su esplendor, dibujando una sombra únicamente perceptible bajo cada una
de las dos personas que discutían acaloradamente ante el ataúd que reposaba
sobre la plataforma grúa que lo introduciría dentro de la fosa ¿Qué fosa?,
buscó Ana mirando el suelo a su alrededor.
¡Santo Dios!
Debido a la huelga del personal municipal reivindicando indumentaria laboral,
hablando en plata, ropa de trabajo; no se había cavado el agujero. Ana pensó
que estos tenían su mismo problema, sin vestido para la ocasión ¡Qué cosas!
La viuda
exaltada gritaba sobre el respeto que se le debía a su difunto marido, mientras
el encargado de la funeraria intentaba excusarse alegando los recortes
dinerarios municipales que sufrían, y eso se traducía en menos personal y poco
equipamiento. A ella le daba igual, su querido esposo había estado pagando los
muertos toda la vida para que por lo menos tuviera un agujero hecho donde
descansar. El empleado indicaba que, según el convenio y debido al deterioro
por el trabajo, se indicaba que el uniforme se cambiará dos veces al año. Y
desde hacía dos que no se realizaba, por lo que los trabajadores habían
iniciado una huelga indefinida.
-¡Indefinida!-
Exclamó la acalorada viuda - ¿Hasta cuándo tiene que esperar mi amado esposo?
- Señora,
tranquilícese que le va a dar algo. La solución que puedo darle es meterlo en
una de las cámaras frigoríficas hasta que la situación se regularice.
- Oiga,
caballero. Mi marido murió en el mar, se cayó por la borda, han estado
buscándolo un mes, un mes ¿Entiende lo que es un mes metido en agua? ¿Ahora
pretende qué lo meta en hielo? ¿No se merece descansar ya?
Unos
espontáneos asistentes y amigos del difunto se quitaron las chaquetas y las
corbatas, y cogiendo picos y palas se pusieron a cavar la fosa bajo un sol de
justicia, mientras la viuda prometía encarnada de ira:
- Esto, desde
luego, no va a quedar así.
********
Ana pensaba
mientras observaba a los voluntarios sepultureros trabajar, que de poco servían
las previsiones a largo plazo de su estimada amiga Laura, si luego sucedían
cosas como esta. Se oía entre murmullos que al final el cadáver lo rescataron
unos pescadores entre las redes de arrastre, y que tenía toda la cara
mordisqueada por las bogas, de lo que estaba segura era de que bogas no comería
jamás.
En estos y
otros andaba su cabeza cuando los sudorosos amigos acabaron la fosa. Salieron
de ella y la gente dispersada empezó a agruparse para observar y opinar sobre
la profundidad y anchura del agujero. Ana también se acercó, tanto se
aproximaron que sin querer la empujaron, y resbalando del montículo de tierra
en el que se hallaba subida, cayó dentro de la sepultura, ensuciándose de fango
el vestido del futuro sepelio de Laura. Se miró dentro de la fosa y llena de
terrones terrosos se sintió desconsolada, con lo aprensiva que era su amiga
difícilmente podría entender eso del vivo al hoyo.
Y
efectivamente fue así, Laura le regaló el vestido con mala cara después de días
sin hablarle y Ana, jamás volvió a probar las bogas por mucho que le gustasen.
Laura Mir
Una anécdota de lo más estrambótica, que me ha regalado unas muy saludables risas. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Eduardo por tu comentario, me alegra que lo hayas disfrutado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Laura.
ResponderEliminarMe he reido un ratito, aunque vaya impresion
que tuvo que darle a la muchacha, caerse dentro
de la fosa, menos mal que no estaba el difunto
en el.
Trabaje un tiempo, en mi juventud, con un tio que
colocaba lapidas y al principio estaba un poco raro,
pero despues te acostumbras, aunque rapidamente
me busque otra cosa, no me sentia comodo, con
tanto muerto a mi alrededor.
Me ha gustado tu relato.
Un abrazo cordial.
ANIMO Y GRACIAS
Hola Moraveck
ResponderEliminarSí te has reído un rato ya me vale, con ese fin se hizo, lo cierto es que es un relato que he disfrutado mucho escribiendo.
Ignoraba esa faceta antigua laboral tuya, no debe ser tan malo y uno acaba por acostumbrarse a todo.
Muchas gracias por el comentario.
Un abrazo
Muy divertido. ¡Espero que jamás me pase a mi, con lo miedica que soy, seguro que sería yo quien se quedase en el agujero!
ResponderEliminarBesosss
Muchas gracias Nora por tu comentario y deseo de corazón que nunca te pase a ti, jajaja. Un beso guapa.
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