Mi nombre no tiene ninguna importancia, sólo diré que soy un
hombre de cierta edad, vivo con mi padre ya mayor y bastante entorpecido por lo
que precisa de muchos cuidados; cuando lo observo distraído viendo la
televisión, ajeno a mi mirada, siento una ternura que no puedo describir, me da
la impresión de que es más de lo que pueden sentir otros. Pero para que puedan
entender de lo que hablo, es preciso que sepan mi historia.
Durante la postguerra los tiempos no fueron fáciles, mi
madre había enviudado quedando con tres niños pequeños y ante la escasez de
recursos y medios para conseguirlos, optó por darme en adopción por ser el
mayor, pensando quizás, que podría sobrellevar esa carga mejor, ignoro en
realidad como le fue porque no la he vuelto a ver nunca más.
La realidad fue muy distinta, pasé gran parte de mi infancia
de institución en institución, con una ira y rebeldía muy difícil de
cuantificar, eran tiempos de una disciplina muy severa, crecí torcido,
demasiado torcido, convirtiéndome en lo que puede calificarse como un gamberro.
Una de mis gamberradas más placentera era molestar a los
vagabundos que vivían en los parques y portales. Cosa muy fea no voy a negarlo,
en mi defensa diré que era un adolescente de los que ahora se considerarían muy difíciles.
Durante algunas semanas me dio por meterme con uno al que
reconozco que le hice la vida imposible, siempre lo abordaba al atardecer en el
callejón donde solía recluirse, me gustaba hacerlo enfadar, escuchar sus gritos
e insultos. A veces cuando dormía le tiraba piedras, algunas no eran pequeñas
puedo asegurarlo.
La cuestión es que un día harto de mis excesos decidió
denunciarme en el cuartelillo de la guardia civil por lo que fui arrestado en
un centro a espera de juicio.
Cuando este se celebró descubrimos que el vagabundo era mi
padre, dado por muerto durante la guerra. No hace falta explicar la emotividad
que nos produjo a los dos esta revelación.
Ambos decidimos unir nuestras vidas y aunque fueron tiempos
muy duros, lo conseguimos.
Me siento orgulloso de todo el esfuerzo y en cierta manera
también siento orgullo ante el hecho de haber sido un gamberro, quizás nunca
hubiese conocido a mi padre de no haber sido así, a ese hombre valiente que
luchó por un país que le dio la espalda al acabar la guerra como a tantos
otros.
Lo observo viendo la televisión y mi ternura hacia él es
infinita, porque me enseñó a ser el hombre responsable, trabajador y honrado
que soy hoy.
Anónimo
Muchas gracias por compartirlo con nosotros es una buena historia.
ResponderEliminarUn saludo.
Un bonito relato con moraleja. Un abrazo.
ResponderEliminarUn precioso relato, emocionante. La vida nos enseña cosas nuevas cada día.
ResponderEliminarUn saludo
Es genial. Ya dicen que la realidad supera a la ficción.
ResponderEliminarSe debían ir recogiendo las piedras una a una, del aquel callejón para poder sacarlas.
ResponderEliminarAún quedan, pero noto que ya pesa un poco menos.
Gracias