Mañana volveré a ser yo. Podré volver
a la manada, jugar con mis blancas hermanas y sentirme libre. Sé que mi familia
está impaciente, sus lametones a mis manos delatan su ansiedad, lo único que me
da miedo es que no recuerdo nada de mi vida anterior al ataque. Estoy tan bien
aquí con Raquel… así se llama la anciana que tres meses atrás me recogió en un
claro del bosque, desvalida y herida. Me gustaría ser una muchacha para
siempre, no me imagino correteando por el bosque cazando para poder comer. Ahora
entiendo por qué estoy maldita, nunca seré sólo un ser, deberé compartir mi
vida entre este mundo que me atrae tanto y con aquel del cual nada sé aún.
Ya que queda poco tiempo antes de mi
transformación, voy a dar un último paseo por el bosque de los alrededores. Me
acompañará mi madre loba, como siempre hace cuando me alejo un poco de la
cueva. Se ve que no quiere perderme de vista.
Con el permiso de Raquel, que como
siempre me dice que no me aleje demasiado, sigo un caminito que lleva a un
arroyo escondido, que baja en una cascada, debajo de la cual me he bañado muchas
veces. Me gusta aquel lugar, puedo estar a solas y pensar en el mañana, ya que el
pasado se ha borrado de mi memoria. Pero hoy mi madre, que siempre me acompaña,
se comporta de un modo extraño: no para de gruñir y de interponerse en mi
camino. La acaricio para que se tranquilice y ella me coge la mano con la boca,
tirando de mí hacia la dirección contraria, pero yo no quiero volver a la
cueva. Quiero bañarme por última vez en el arroyo, debajo de la cascada, así
que insisto y sigo hacia mi objetivo. Antes de llegar hay una pequeña colina y
llegando a la cima, con mi madre cada vez más nerviosa, oí una voz, era una voz
humana, mi corazón dio un vuelco en mi pecho. Ahí abajo en el arroyo había un
humano como yo.
Mi madre me empujaba con el cuerpo,
pidiéndome que nos fuéramos, en mi cabeza resonaba la voz de Raquel, diciéndome
que no era humana, que estaba maldita, pero la curiosidad pudo con mis buenas
intenciones: tenía que ver quién era el que estaba profanando mi lugar
favorito, porque solo había una persona y estaba cantando. Desde detrás de un
gran tronco de árbol, por fin pude ver quién era el de los canturreos, creo que
en este momento me fulminó un rayo y todo dejó de tener sentido para mí. Era un
hombre y estaba desnudo justo donde me gustaba bañarme. No podía dejar de mirar su hermoso cuerpo, sus largos
cabellos, creo que me enamoré a primera vista. Si lo que sentía era amor, prendió
fuego a mi pecho y a mi alma. En ese preciso momento, supe que estaba perdida y
que nada de lo que hiciera podría hacerme olvidar la primera vez que le vi.
De súbito alguien me agarró por
detrás poniéndome la mano en la boca, creí que me iba a desmayar del susto. Era
Raquel. Mientras yo miraba embobada a aquel hombre, mi madre debió ir corriendo
a buscarla. En su mirada ardía el fuego de su cólera y ya no parecía la
ancianita buena de los bosques. Casi a rastras me llevó de vuelta a la cueva,
donde me esperaba mi familia, bastante nerviosa, todos aullaban dando vueltas,
gruyéndose unos a otros, como es costumbre entre los lobos cuando están
preocupados.
—Te dije bien claro que no te
acercaras a los humanos— me gritaba la buena mujer; mientras yo miraba mis
pies....
Mis pies estaban recubiertos de pelo
y mis uñas se parecían más a garras que a otra cosa. Me puse a gritar, lo que
con los aullidos de los lobos y los gritos de la mujer, convirtió la cueva en
un infierno de ruido. Cuando sonó un silbido tan fuerte que todos nos quedamos
quietos y callados, en la entrada de la cueva había un hombre, no le daba la
luz en la cara y no podía ver su rostro. Pero si podía olerlo, cuando se acercó
vi que era el hombre de la cascada.
Sorprendentemente ninguno de los
lobos se movió, Raquel volviéndose hacia él dijo:
— Hola Benjamín. No esperaba tu
visita este año.
— Pues como ves aquí estoy, dispuesto
en este momento a volver a la manada.
Benjamín se llamaba aquel hombre, era
el hermano pequeño de Raquel y también estaba maldito. Por lo que pude deducir
de la conversación que estaban manteniendo él y su hermana, no podía quitarle
los ojos de encima, aún tenía grabadas en la memoria las imágenes de la cascada
y los sentimientos caóticos que habían provocado en mi corazón. Cuando me
acordé de mis pies, dios mío, ya no eran pies, eran patas de lobo. Sin poder
evitarlo, me eche a llorar desconsoladamente.
Cuando sentí su presencia detrás de
mí, no podía dejar de llorar y me avergonzaba que me viera en aquel estado, ¿Por qué no apareciste un par de días antes?
pensaba. Sentí su mano sobre mi hombro, que con suave pero firme insistencia me
obligó a darme la vuelta, su mirada llenaba mi mundo y su olor me hizo olvidar
dónde estaba y quien era. Nunca olvidaré
aquella noche, me hablaste de tus viajes, de tus sueños, me prometiste que
nunca me abandonarías, que habías recorrido medio mundo sin saber que lo que
buscabas estaba aquí en esta cueva y mientras nos convertíamos en lobos, te amé
con toda mi alma.
Cuando llegó, el amanecer vio cómo
salía de una cueva un gran lobo negro seguido por una loba blanca, y con sus
ojos dorados encadenados, se dirigieron hacia el tupido bosque corriendo uno al
lado del otro, empujándose, mordisqueándose las patas y el cuello. Se diría que
estaban a gusto. Se perdieron por un camino que llevaba a un riachuelo, que en
lo profundo del bosque cantaba limpio y cristalino.
Dice la leyenda que las noches de
luna llena de primavera, pasean por aquellos bosques un hombre y una mujer
cogidos de la mano. Moreno y fuerte él, menuda y rubia ella, siempre juntos se
bañan bajo la cascada de un riachuelo, ese que está más allá del tiempo y de
los sueños.
* Música: La quiero a morir – Francis Cabrel
Me ha parecido un emotivo relato romántico con un bonito final. Un abrazo.
ResponderEliminarMe gusta como has hecho ir la segunda parte de la historia, de una simple idea que surgió de una canción y una extraña coincidencia, estas cosas pasan.
ResponderEliminarUn bonito y sensible relato de amor, muchas gracias por compartirlo.
Un abrazo.
Gracias por vuestros amables y alentadores
Eliminarcomentarios, me alegro que os haya gustado.
Otra vez agradecer el esfuerzo de corrección y
de construcción impagable de este trabajo, a cargo
de Laura y compañía.
Un abrazo cordial.
Benjamín.