Hoy es domingo, está nublado y no apetece ir a la playa a
darse un baño, por lo tanto, iré a andar.
Haré una excursión por los campos de las lindes del pueblo.
Me pongo mis botas de montaña, preparo mi mochila con un picnic… ¿Qué más me
falta?... ¡Ah! El bastón que me regaló mi hija, cómo olvidarlo, es una
maravilla, sobre todo para subir las cuestas.
Salgo de casa, cuando llevo un rato caminando puedo ver los
preciosos campos dorados de trigo, salpicados aquí y allá de rojas amapolas. Me
encanta andar por estos caminos en esta estación, por la cantidad de flores
silvestres y verdes que me encuentro, por las traviesas mariposas que
revolotean a mí alrededor y el trinar de los pájaros de trasfondo.
Llego a una ermita muy pequeña, debe ser románica, de piedra
ennegrecida por el suceder del tiempo; por uno de sus laterales pasa un arroyo
de aguas cristalinas y rocas musgosas, me siento a descansar, es el momento de
comer algo mientras disfruto de este lugar tan especial para mí.
Oigo estruendosos truenos, grandes goterones me salpican,
recojo todo rápidamente sin orden ni concierto, metiendo de cualquier modo las
cosas dentro de la mochila para continuar mi camino, pero la lluvia cada vez en
más intensa, me pongo una capelina comprada en Decathlon, me viene un poco
grande pero al menos no me mojo. Apresuro el paso con tan mala suerte que piso
la tela y caigo al suelo, toda enredada en ella, no puedo ni sacar las manos
para apoyarme y levantarme, doy varias vueltas sobre mí misma rebozándome en el
fango.
No sé ni siquiera de donde ha salido ese perro enorme
ladrando a mi lado, ladra que te ladra, va a dejarme sorda. Detrás aparece un
hombre con un gran paraguas que manda callar al animal.
— ¿Te has hecho daño? — Me dice mientras me ayuda a
levantarme.
— No, no, estoy bien. Muchas gracias.
— ¿Seguro que estás bien?
— Sí, sí, no se preocupe, gracias.
— De nada — Me dice mientras comienza a caminar con el
chucho al lado — Qué vaya bien.
— Igualmente.
Retomo el camino de vuelta, al llegar al pueblo cesa de
llover, me noto agobiada por el clima y dolorida por la caída. Llego a casa, me
quito la capa asesina, la ropa, me seco, me cambio y salgo al balcón. Entonces
observo en el horizonte un precioso y gran arcoíris, nítido, se puede contar
sus colores, admiro esa maravilla de la física, y al final pienso que el paseo,
aunque ha sido accidentado, en realidad se ha convertido en una gran aventura,
de esas que merece la pena contar.
Angels
Muchas gracias Angels por compartir con nosotros esos momentos con los que tanto disfrutas, me ha hecho sonreír tu aventura. Muchos ánimos para seguir disfrutando como lo haces y, claro, para seguir escribiendo, jeje.
ResponderEliminarUn beso preciosa.
Hola Angels, bienvenida.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato.
Sencillo y facil de leer, cosa que he hecho
con gran placer.
Me hubiera gustado acompañarte, me encantan
las ermitas perdidas.
Espero que no estes muy magullada de la caida.
Tienes que tener cuidado, que una caida sola en
el monte no es ninguna broma.
Un gran trabajo.
Un abrazo cordial.
Benjamin.
ANIMO Y GRACIAS
Bonito. Es un relato fresco, sobre todo bajo la lluvia. Hay que tener cuidado con esas cosas que compramos para casos de emergencia, pero que se pueden convertir en "capelin-asesinas", je, je
ResponderEliminarAlbert
Hola Angels, casi me he sentido en ese lugar, un relato muy bonito, me ha gustado mucho
ResponderEliminar