domingo, 28 de septiembre de 2025

LA VIBRACIÓN DE LA ESPERANZA


 


Un sonido encima de otro, superpuestos.

No cesan, no pueden sustituirse: se amontonan.

Como capas de ceniza en una estancia cerrada,

susurros en distintos idiomas que nadie entiende.

 

Una capa sobre otra, suman o restan,

hasta que una de esas capas coincide

con la frecuencia de la voz humana.

 

En la profundidad de su abismo oscuro,

infinito, húmedo, un hombre espera.

No grita porque está afónico.

Intenta ajustar su voz. No puede.

Y espera.

 

Rememora recuerdos lentos.

Tiempos lejanos entretejen un leve sonido,

apenas audible.

Sabe que cuando la frecuencia cambie,

cuando todo encaje,

alguien logrará escucharlo.

 

Pero por ahora,

es una leve vibración más,

una de esas capas tenues

perdida entre pasados recuerdos,

futuros posibles

y calendarios que nunca llegan.

 

Todo queda en el aire.

Como si el aire mismo fuera un archivo.

Como si la historia que hemos olvidado

necesitara tomar aliento antes de hablar.

 

Mientras la ignorancia y el caos giran,

se pregunta:

¿Cuántos habrá como yo?

 

 

Laura Mir  


martes, 16 de septiembre de 2025

EL VIENTO


 



 

El viento de cada día choca contra mí, como ayer; y hoy no iba a ser indiferente.

Su fuerza aviva feroces incendios y erosiona tranquilas lomas.

Peina insolentes penachos, los deshoja, y los enfrenta —desnudos—

a la inquietud de lo que no se comprende.

 

Y yo, como las lomas, siento el desgaste del transcurrir del tiempo,

la erosión de mis certezas…

¿Y si esas certezas no fueran ciertas?

¿Y si lo que debiera ser por naturaleza, en realidad no fuera?

¿Y si lo que creemos absoluto, en absoluto lo fuera?

 

Camino contra el céfiro, que sopla sin coger aliento.

Y al girarme, mientras me debato, contemplo en silencio

cómo él, en su tenaz persistencia, va desdibujando mis huellas.

 

 

Laura Mir           

                                                            

viernes, 5 de septiembre de 2025

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE NUESTRA SOBERANÍA ALIMENTARIA

 



A mediados del siglo pasado, empezaron a registrar, a modificar genéticamente e hibridar las semillas de los alimentos que consumismo, con un afán tal, que de los alimentos ecológicos que puedas adquirir en el centro ecologista más riguroso, en realidad, sólo el diez por ciento de esos víveres son realmente ecológicos.

 

Las semillas las podemos clasificar de la siguiente manera:

 

—De polinización abierta o tradicionales, estas pueden ser reproducidas a partir de las semillas que se generan de nuestra planta y que al siguiente año las podemos plantar y nos darán los mismos frutos, vegetales, raíces…

—Los híbridos, F1 y F2. Estas semillas son el resultado de la unión de dos especies distintas, por medio de una polinización controlada, la inoculación de bacterias, de fertilizantes, de fungicidas y de pesticidas. El propósito es un mejor crecimiento, mayor productividad y resistencia, pero con las consecuencias negativas en el medio ambiente, en la fauna y por supuesto, en los seres humanos. Aquí, pongo como ejemplo la muerte en masa de las abejas.

 

Las F1 serían de dos especies puras de polinización abierta y las F2, la polinización de dos F1, el colmo del colmo de la hibridación.

 

Decir que ambos tipos no pueden reproducirse, por lo que los agricultores tienen que comprar las semillas cada temporada de siembra, además de tener que adquirir fertilizantes y pesticidas químicos que son los únicos que funcionan en esas plantas. Todo un propósito comercial.

 

—Y las transgénicas o OGM, de estas no hablo porque hay mucha información en Internet, pero como puede deducirse son también nocivas para la diversidad y los seres humanos. Añado, que todo el arroz que se consume en el planeta, incluso el salvaje, es transgénico. Hablan de la soja, pero no del arroz que es mucho más consumido. Además de que, en la actualidad, también se están haciendo estas manipulaciones genéticas en animales para consumo, pongo como ejemplo al cerdo y al salmón.

 

Hasta aquí sería el presente.

 

Y en el futuro, cuando no podamos ni comprar ni vender nada, cuando hayan acabado de registrar, hibridar, inocular, modificar y acabado con las semillas autóctonas y puras de cada rincón del mundo, tendremos que comer la porquería que nos quieran dar. De ahí, la importancia de crear pequeños bancos de semillas de polinización abierta en cada zona, esas que se han pasado entre generaciones, hacer intercambio de semillas entre los agricultores y pequeños cultivadores, y adaptarlas con cariño a la zona donde residimos (esto suele suceder entre la segunda y sexta generación, según la especie). Tenemos que convertirnos en los valientes guardianes de nuestras semillas, nuestra salud y supervivencia dependen de ellas. Tenemos que defenderlas porque somos responsables de que nuestros hijos y nietos, tengan acceso a una alimentación sana y sostenible con nuestra biodiversidad.

 

Y recordad, que cuando ya no quede nada, siempre nos quedarán las semillas para volver a empezar.

 

 

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