La transparencia en el cristal era inexistente, no se divisaba el exterior, las brumas lo cubrían de una película opaca y gris. Esa mañana helada se tornaba tibia a medida que transcurrían las horas, el reloj ralentizado parecía que estaba casi parado; las agujas inertes hacían de sus segundos un transcurrir lento, muy lento, suspendidos en una cierta apatía latente, pero muy profunda.
Un sueño, a medias recordado, quedó escondido tras el tono rosa pastel de las sabanas bordadas con corazones y tejidas en satén. Quizás llegaba a su memoria algún resquicio lejano de lo soñado, como una visión algo placentera de un paraíso utópico, pero bien distante a la realidad cotidiana.
El nenúfar marchito en el que se había convertido con el tiempo, quedó flotando sobre un lecho de aguas estancadas, así se sentía, no las vio tornarse del verde al negro, ni se dio cuenta, simplemente un día la oscuridad acabó envolviéndola por completo, dejándola asida a una raíz fuerte y profunda, bien arraigada.
De poco sirven las lágrimas cuando el temor la inmoviliza, pero llora, llora su mutismo con regusto a impotencia, con lagrimal seco y el corazón árido en ausencia de emociones. Una existencia por completo ahogada en fibras de estopa, desoladoras y carentes de sentido. Sin ilusiones es imposible, no se pueden vislumbrar nuevos horizontes a golpe de vista.
Poco o nada importa el tiempo malgastado cuando se ha perdido la integridad en un único camino, en una sola dirección; se ocultó su Estrella del Norte una noche fría, ya no existe un universo imaginado posible, para ella, todo esta sumido en oscuras tinieblas depresivas.
Tras el cristal opaco el mundo ajeno continua su marcha, imparable a ninguna parte, ella está sorda y tumbada en la cama, sin perspectivas, va perdiendo poco a poco la conciencia, imágenes pasadas de dolor y violencia la golpean sin que la inmuten en el ahora, mientras un último hilillo viscoso de sangre resbala lentamente por sus dedos, goteando desde sus uñas en dirección al suelo. Se le va la vida muy despacio, como el ritmo letárgico de las notas de una caja de música a la que sin ninguna duda se le acaba la cuerda, desdibujando su identidad irremediablemente hacia un simple número negro más de esta estadística asoladora, otro cristal quebrado por culpa de una asignatura educacional pendiente que nos avergüenza y desacredita totalmente ante la calidad de “humanos”.
Laura Mir
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