sábado, 15 de febrero de 2014

Sin rencores, sin recelos

La transparencia en el cristal era inexistente, no se divisaba el exterior, las brumas lo cubrían de una película opaca y gris. Esa mañana helada se toras, yace el instante siguiente a una maldita confidencia, a un susurro íntimo y profundo, pronunciado casi quedo por el miedo, murmurado como sin querer en bocas de terceros. Sus labios enmudecen y los míos exclaman, pero ahí queda, como si en realidad nada pasara, y nada pasa, es cierto, aunque nos pese, para el mundo que rota sobre sí mismo de forma inexorable, para él, somos insignificantes, somos casi el olvido.

Son muchas nuestras vivencias, añejas y lejanas que si agudizo el oído, ni hacen eco, entre medio de todos estos años queda el orgullo enaltecido y los principios enacerados, como únicos testigos de nuestras analogías y nuestras diferencias. 

Y así han seguido nuestras vidas, distintas ciudades, distanciadas en perpendicular, trazadas sobre este extraño mapa que forma la incomprensible orografía humana, relieves incompletos por inconexos, se estrellan una y otra vez, en este alto muro de escarcha y nieve que nos aísla.

Ahora,  sabiendo lo que te aflige, siento tu dolor como si fuese propio, mí grito surge desde esta garganta insondable, fuerte y firme; para decirte que ya no hay rencores, ni recelos… sólo quiero correr hacia ti en estos duros momentos, para sostenerte de pie, y abrazarte de nuevo.


Laura Mir

2 comentarios:

  1. Este relato tiene tal sonoridad y tal fuerza, que se te marca a fuego en el alma. Un relato maravilloso. ¡Así dan ganas de perdonar hasta los pecados más terribles! jajaja. De verdad, un gran trabajo. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Fernando por tu comentario, me alegra que te haya gustado.

    Saludos.

    ResponderEliminar