La transparencia en el cristal era inexistente, no se divisaba el exterior, las brumas lo cubrían de una película opaca y gris. Esa mañana helada se toras, yace el instante siguiente a una maldita confidencia, a un
susurro íntimo y profundo, pronunciado casi quedo por el miedo, murmurado como
sin querer en bocas de terceros. Sus labios enmudecen y los míos exclaman, pero
ahí queda, como si en realidad nada pasara, y nada pasa, es cierto, aunque nos
pese, para el mundo que rota sobre sí mismo de forma inexorable, para él, somos
insignificantes, somos casi el olvido.
Son muchas nuestras vivencias, añejas y lejanas que si
agudizo el oído, ni hacen eco, entre medio de todos estos años queda el orgullo
enaltecido y los principios enacerados, como únicos testigos de nuestras
analogías y nuestras diferencias.
Y así han seguido nuestras vidas, distintas ciudades, distanciadas
en perpendicular, trazadas sobre este extraño mapa que forma la incomprensible
orografía humana, relieves incompletos por inconexos, se estrellan una y otra
vez, en este alto muro de escarcha y nieve que nos aísla.
Ahora, sabiendo lo
que te aflige, siento tu dolor como si fuese propio, mí grito surge desde esta
garganta insondable, fuerte y firme; para decirte que ya no hay rencores, ni
recelos… sólo quiero correr hacia ti en estos duros momentos, para sostenerte de
pie, y abrazarte de nuevo.
Laura Mir
Este relato tiene tal sonoridad y tal fuerza, que se te marca a fuego en el alma. Un relato maravilloso. ¡Así dan ganas de perdonar hasta los pecados más terribles! jajaja. De verdad, un gran trabajo. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias Fernando por tu comentario, me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarSaludos.