La curiosidad siempre fue un
gato que no había muerto. Por eso, a pesar de que sus gafas oscuras y su bastón
la señalaban como invidente, decidió entrar a la sala de exposiciones.
Intentó seguir los pasos que
se ampliaban con sus propios ecos, queriendo distinguir así, dónde encontraban
las vistas la importancia. Cuando unos cuantos pies marcaron con su sonido su
marcha, se situó donde creyó que estaba el cuadro y se quedó mirando sin poder
mirar. Gente venía e iba. Pero seguía allí quieta, mirando una oscuridad como
otra cualquiera.
La
noche es un telón azul, que se arremolina, como la tela que se va escondiendo
bajo un puño. Una voz, que se situó
detrás de ella, hizo que su pelo oscilara. ¿Cómo
es el azul? Unos segundos de
silencio siguieron la duda, hasta que una fría mano se posó en el lateral de su
cuello. Escapó un silbido de su boca, sintió su pecho encogerse.
¿Lo sientes?
Sí, lo siento. Azul.
Las
estrellas, y la luna, las pintó de color amarillo, dio
un grito, y callado, puso cinco dedos en la palma de la mano de ella, juntos, y
fue separándolos lentamente, y
tienen un cerco que lo separa del telón de la noche. Abajo, las laderas
quedan arañadas, como formando parte de la oscuridad…
¿Cómo
es la noche verdadera?
La
negrura que invade tus ojos, pero con millones de minúsculos puntos de luz, de
calor invisible que no se dejan ser invadidos.
El brazo de él pasó bajo el
brazo de ella, y el brazo de ella se recostó sobre el de él. Comenzaron a
caminar, dando él el primer paso en la dirección correcta. Ella se dejó guiar,
y escuchaba que los pasos se adentraban en la dirección contraria, y escuchó la
puerta abrirse, y sintió el sol cómo calentaba la piel. Anduvieron entre el
vaivén de los peatones, aguardando al borde del alquitrán, cruzando la calle y
sintiendo un mundo que no se escondía bajo el tic-tac del golpeo de su bastón.
Hablaban de todo, mientras hacían recuento de nada. Se sentía segura, caminando
con la libertad de no hacerlo libre.
La brisa corría, separándolos,
y trayéndole miles de aromas. Los iba reconociendo, todos juntos y podía
separarlos, uno a uno, andaba en un mismo momento por muchas calles, esos
olores eran los mismos, pero también de nuevos, de los parques y travesías que
transitaba. Se sentaron al contacto de la madera de un banco. Ella quiso ver
qué le rodeaba, aspirando fuerte cada molécula que flotaba en el aire, mientras
él guardaba silencio para que pudiera escuchar aquél único rincón del planeta.
Apretaba la tierra en su
mano, mientras que le hablaba con la voz más baja que tenía para no perturbar
ese rincón, los árboles se levantan con su tronco
marrón, la tierra
crepitaba en su mano con sus copas verdes, y la mano acariciaba el
frescor de la hierba, hacia un cielo que se esconde tras las nubes y un pequeño trocito de pañuelo, con una burbuja
de aire, golpeaba suavemente la cara de ella que el
sol las miente como naranjas, gritó,
al sentir una llama sobre su piel.
En
esta noche que empieza a ser estrellada.
¿Cómo
es el rojo?
Jaime Ros
Este relato y sus personajes, por fin ven la luz, qué ironía. Sorry. Me gusta lo descriptivo que es y su sensibilidad. Gracias por confiar en nosotros. Un abrazo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Jaime. Me ha hecho pensar en lo equivocado que está el refrán ese que dice que una imagen vale más que mil palabras.
ResponderEliminarJ.R. Carrero
Estupendo relato. La ceguera no la tiene quien no ve, sino quien no quiere hacerlo. Aquí tenemos la prueba definitiva de ello: hay quien mira y no ve, y hay quien ve sin mirar. Felicidades, Jaime.
ResponderEliminarHola Jaime, me ha gustado mucho,dan ganas de quedarse ciego je je je. En serio, un muy buen trabajo, no carece de nada, lo he leído con gran placer y disfrute, un saludo.
ResponderEliminarExcelente manera de describir un cuadro, casi dan ganas de acudir a una sala de exposiciones, cerrar los ojos y empezar a ver... o mirar. Muy bueno!
ResponderEliminar