lunes, 8 de enero de 2018

La noche estrellada - Jaime Ros






La curiosidad siempre fue un gato que no había muerto. Por eso, a pesar de que sus gafas oscuras y su bastón la señalaban como invidente, decidió entrar a la sala de exposiciones.

Intentó seguir los pasos que se ampliaban con sus propios ecos, queriendo distinguir así, dónde encontraban las vistas la importancia. Cuando unos cuantos pies marcaron con su sonido su marcha, se situó donde creyó que estaba el cuadro y se quedó mirando sin poder mirar. Gente venía e iba. Pero seguía allí quieta, mirando una oscuridad como otra cualquiera.

La noche es un telón azul, que se arremolina, como la tela que se va escondiendo bajo un puño.                           Una voz, que se situó detrás de ella, hizo que su pelo oscilara.              ¿Cómo es el azul?         Unos segundos de silencio siguieron la duda, hasta que una fría mano se posó en el lateral de su cuello. Escapó un silbido de su boca, sintió su pecho encogerse.

   ¿Lo sientes?                     Sí, lo siento.             Azul.

Las estrellas, y la luna, las pintó de color amarillo,        dio un grito, y callado, puso cinco dedos en la palma de la mano de ella, juntos, y fue separándolos lentamente,             y  tienen un cerco que lo separa del telón de la noche. Abajo, las laderas quedan arañadas, como formando parte de la oscuridad…

¿Cómo es la noche verdadera?

La negrura que invade tus ojos, pero con millones de minúsculos puntos de luz, de calor invisible que no se dejan ser invadidos.      
           
El brazo de él pasó bajo el brazo de ella, y el brazo de ella se recostó sobre el de él. Comenzaron a caminar, dando él el primer paso en la dirección correcta. Ella se dejó guiar, y escuchaba que los pasos se adentraban en la dirección contraria, y escuchó la puerta abrirse, y sintió el sol cómo calentaba la piel. Anduvieron entre el vaivén de los peatones, aguardando al borde del alquitrán, cruzando la calle y sintiendo un mundo que no se escondía bajo el tic-tac del golpeo de su bastón. Hablaban de todo, mientras hacían recuento de nada. Se sentía segura, caminando con la libertad de no hacerlo libre.

La brisa corría, separándolos, y trayéndole miles de aromas. Los iba reconociendo, todos juntos y podía separarlos, uno a uno, andaba en un mismo momento por muchas calles, esos olores eran los mismos, pero también de nuevos, de los parques y travesías que transitaba. Se sentaron al contacto de la madera de un banco. Ella quiso ver qué le rodeaba, aspirando fuerte cada molécula que flotaba en el aire, mientras él guardaba silencio para que pudiera escuchar aquél único rincón del planeta.

Apretaba la tierra en su mano, mientras que le hablaba con la voz más baja que tenía para no perturbar ese rincón,               los árboles se levantan con su tronco marrón,              la tierra crepitaba en su mano                        con sus copas verdes,                   y la mano acariciaba el frescor de la hierba,                hacia un cielo que se esconde tras las nubes             y  un pequeño trocito de pañuelo, con una burbuja de aire, golpeaba suavemente la cara de ella          que el sol las miente como naranjas,               gritó, al sentir una llama sobre su piel. 
               
En esta noche que empieza a ser estrellada.

¿Cómo es el rojo?             



Jaime Ros




5 comentarios:

  1. Este relato y sus personajes, por fin ven la luz, qué ironía. Sorry. Me gusta lo descriptivo que es y su sensibilidad. Gracias por confiar en nosotros. Un abrazo.

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  2. Me ha gustado mucho Jaime. Me ha hecho pensar en lo equivocado que está el refrán ese que dice que una imagen vale más que mil palabras.
    J.R. Carrero

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  3. Estupendo relato. La ceguera no la tiene quien no ve, sino quien no quiere hacerlo. Aquí tenemos la prueba definitiva de ello: hay quien mira y no ve, y hay quien ve sin mirar. Felicidades, Jaime.

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  4. Hola Jaime, me ha gustado mucho,dan ganas de quedarse ciego je je je. En serio, un muy buen trabajo, no carece de nada, lo he leído con gran placer y disfrute, un saludo.

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  5. Excelente manera de describir un cuadro, casi dan ganas de acudir a una sala de exposiciones, cerrar los ojos y empezar a ver... o mirar. Muy bueno!

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