Durante milenios y a golpes de experiencias, fue cambiando el paradigma,
los conceptos se transformaron, los de las gentes, los de los animales y los de
las cosas. Fue sin apenas advertirlo. Era como estar tumbada, reposando con los
ojos cerrados sobre la hierba, podía sentir los aromas que olfateaba, pero no
podía definirlos, y con un gesto despreocupado, estiré los brazos y con las
manos palpé la humedad del suelo, la de las anestesiadas simientes, la de los
insignificantes guijarros y la de las musgosas cohesiones que enlazan de forma
inexorable al ayer, al hoy y al mañana.
En un instante, o lo que pareció un instante, entreabrí los ojos y el
espacio se inundó de azules, de muy diamantinos a otros muy confusos; semejantes
a un atardecer entre los hielos de Islandia. Pude sentir el frío bajo los pies porque
me imaginé inmersa entre aquellos témpanos de los insondables que llevamos
dentro. Observé a los de fuera en sus titánicas luchas, sus fútiles esfuerzos y
sus frustrados descontentos. Comparé sus guerras, las de antes y las de ahora,
con las mías de siempre, todas sus iras voceadas a los vientos, frente a todos y cada uno de mis sigilos, me parecían
tan distantes, tan ajenas, tan faltas de fe... Por mucho que lo pretendí, fue
imposible comprenderlas.
Advertí que algo muy profundo, viscoso y tenebroso se perdió en la
última contienda. El alma dejó de doler, para doler el cuerpo. Cada
articulación tenía independencia propia, era como si cada sínfisis me poseyera,
una cada vez y en su conjunto al mismo tiempo. Fue muy raro, lo confieso. Aquello
venido de muy lejos zarandeó mi cuerpo con ecos ensordecedores, centelleantes luminiscencias
y un leve mareo. Salté al vacío en el último intento, y sin llegar al suelo, caí
de rodillas encajando de un golpe las incoherencias humanas en el habitáculo
reducido existente entre el cielo y el averno.
Cuando esto pasó me levanté con la certeza de que seguía viviendo porque
respiraba, pero el oscuro metaverso que hasta ese momento y durante milenios me
había y nos había sustentado, ya no, no me correspondía, por la sencilla razón
de que mi esencia se había emancipado de la Tierra. Y ya no, ya no les
pertenecía.
Laura Mir
*Neal Stephenson, en su novela Snow Crash de 1.992, definió por primera
vez la palabra “metaverso”, en ella describía un mundo virtual en 3D al margen
de la aparente realidad donde los protagonistas podían ser héroes dejando atrás
por un rato sus insubstanciales vidas.
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