La mesa de manteles inmaculados quedó
dispuesta con sus imponentes platos de respeto y sus cubiertos relucientes,
enmarcados por una serie de copas brillantes, bien alineadas, en espera de un
generoso brindis; en el reservado de La
Amistad.
Quedó la música silenciada por el
transcurrir del tiempo a falta de los comensales. Las velas quedaron sobre el
candelabro sin llegar a prenderse, a la ausencia completa de celebrar nada, y
el antiguo café La Tertulia, sin la
asistencia de clientes, ni nuevos, ni viejos, tuvo finalmente que acabar
cerrando sus puertas dejando atrás alguna promesa, como la de que siempre
podrás contar conmigo.
Con el tiempo sobre la persiana echada
pusieron de una agencia inmobiliaria, el cartel “En Traspaso” con un número de
teléfono, ya medio desfigurado por los rayos del sol; como invitando a reabrir
sus puertas, con nuevas energías, o las mismas renovadas y desde luego, con
diferentes perspectivas.
La calle envejeció junto con el barrio
de La Tocha, con sus gentes y con
ellas el acogedor café. El murmullo a gentío de diversas ideologías y
comprensiones se difuminó hasta hacerse de un tono casi imperceptible, por lo
silencioso.
El pasear por sus calles me trae
algunos recuerdos flojos, con regusto a ciertas añoranzas. Esas risas y
palabras derramadas en el acogedor restaurante, quedaron impregnadas en sus
paredes, que si aún ahora aproximas el oído a ellas, a ese eco rancio que
desprenden, aún puedes oírlas, pero si se deja al tiempo actuar como actúa
siempre, a su manera y en desconcierto, hasta eso, dejará de existir algún día.
Ayer hablé por casualidad con uno de
los socios y con pena arraigada en el alma, me comentó que habían sido más de
treinta años de actividad, más de media vida. Y que desearía volver a reabrir
el pequeño local al precio que fuera, pero con su mismo colaborador, con el
mismo, no con otro, pues le echaba de menos: era muy fácil y llevadero el trabajo
que se realizaba entre ambos. Conservaba en su haber, aún, a pesar de todo,
muchos recuerdos bien liados en cariño.
Sus palabras me sonaron amargas, me
sabían al sabor negro y mal agüero de las grandes despedidas, a aquellas que
con dejes de tristeza hacen que el corazón se silencie de tal forma que hasta
acaban enmudeciendo y paralizando totalmente las acciones.
Si yo no fuera como soy, pensaría que
todos los pasos están dados, pero no, como dice mi estimado Quim, siempre me
queda un nuevo paso por dar.
Si se pudiera levantar otra vez esa
persiana, si se pudiera… quizás se volverían a oír las risas y las palabras
mezcladas con la música, envolviendo con generosa melodía el mejor rincón de
nuestro viejo café, el reservado sin ninguna duda a la buena, sana y muy, pero
que muy escasa por verdadera: Amistad.
Laura Mir
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