jueves, 6 de marzo de 2014

Café La Tertulia

La mesa de manteles inmaculados quedó dispuesta con sus imponentes platos de respeto y sus cubiertos relucientes, enmarcados por una serie de copas brillantes, bien alineadas, en espera de un generoso brindis; en el reservado de La Amistad.
Quedó la música silenciada por el transcurrir del tiempo a falta de los comensales. Las velas quedaron sobre el candelabro sin llegar a prenderse, a la ausencia completa de celebrar nada, y el antiguo café La Tertulia, sin la asistencia de clientes, ni nuevos, ni viejos, tuvo finalmente que acabar cerrando sus puertas dejando atrás alguna promesa, como la de que siempre podrás contar conmigo.
Con el tiempo sobre la persiana echada pusieron de una agencia inmobiliaria, el cartel “En Traspaso” con un número de teléfono, ya medio desfigurado por los rayos del sol; como invitando a reabrir sus puertas, con nuevas energías, o las mismas renovadas y desde luego, con diferentes perspectivas.
La calle envejeció junto con el barrio de La Tocha, con sus gentes y con ellas el acogedor café. El murmullo a gentío de diversas ideologías y comprensiones se difuminó hasta hacerse de un tono casi imperceptible, por lo silencioso.
El pasear por sus calles me trae algunos recuerdos flojos, con regusto a ciertas añoranzas. Esas risas y palabras derramadas en el acogedor restaurante, quedaron impregnadas en sus paredes, que si aún ahora aproximas el oído a ellas, a ese eco rancio que desprenden, aún puedes oírlas, pero si se deja al tiempo actuar como actúa siempre, a su manera y en desconcierto, hasta eso, dejará de existir algún día.
Ayer hablé por casualidad con uno de los socios y con pena arraigada en el alma, me comentó que habían sido más de treinta años de actividad, más de media vida. Y que desearía volver a reabrir el pequeño local al precio que fuera, pero con su mismo colaborador, con el mismo, no con otro, pues le echaba de menos: era muy fácil y llevadero el trabajo que se realizaba entre ambos. Conservaba en su haber, aún, a pesar de todo, muchos recuerdos bien liados en cariño.
Sus palabras me sonaron amargas, me sabían al sabor negro y mal agüero de las grandes despedidas, a aquellas que con dejes de tristeza hacen que el corazón se silencie de tal forma que hasta acaban enmudeciendo y paralizando totalmente las acciones.
Si yo no fuera como soy, pensaría que todos los pasos están dados, pero no, como dice mi estimado Quim, siempre me queda un nuevo paso por dar.

Si se pudiera levantar otra vez esa persiana, si se pudiera… quizás se volverían a oír las risas y las palabras mezcladas con la música, envolviendo con generosa melodía el mejor rincón de nuestro viejo café, el reservado sin ninguna duda a la buena, sana y muy, pero que muy escasa por verdadera: Amistad.


Laura Mir

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