La madrugada me envuelve en
su manto de tristeza helada, a cada expiración de mi solitaria imaginación, diminutos
cristales de hielo forman delicadas estructuras que vivirán efímeramente hasta
que aparezca un poco de calor. Mi cuerpo adormilado, imagina sentir la cálida
brisa del sur, cree que pronto saldrá el sol en esta parte del mundo. Todo se
desliza sobre el precario plano de una existencia soñada y vulnerable.
Los últimos sueños se están
despidiendo calladamente mientras desaparecen por alguna puerta trasera. Todo
son difuminados, la niebla todo lo confunde, las calles, casas y avenidas,
salen y entran de ella de repente, como
si fuesen apariciones fantasmales que se abalanzan sobre ti. Te gustan las sorpresas,
como esa mujer del abrigo rojo que acaba de cruzarse conmigo; el carmín corrido
sobre su sonrisa cansada, una fugaz mirada de vidas y mundos desconocidos que
se alejan indiferentes a tu curiosidad. Sombras que se arrastran de portal en
portal sin formas, sin alma, hambrientas de compañía.
De los horrores nocturnos, sólo
puedo entrever alguna silueta, no se atreven a penetrar en el círculo que me
rodea, se quedan en el borde, y esperan. Alguna vez se adivina una garra o la
punta de un ala, siempre en silencio, como observando fascinados una luna
particular. Sus disputas por los trozos que quedan de las victimas de sus
andanzas, son cortas y sangrientas, dejando tras de sí, regueros negros y mechones
de pelo. Nunca se dejan ver, pero no pueden resistirse a la verdad de su
condición: a nadie le gusta morir solo y a oscuras.
Podría contaros la historia
de cada adoquín de esta calle, de los tacones que a altas hora de la madrugada
los pisan o de las locas carreras en pos de una felicidad que solo dura, el
valor un billete. Búsquedas frenéticas de una química que proporciona de igual
manera esperanza, ilusión, engaño y muerte.
El perro que se acerca y que
pese a mi negativa, me deja un recuerdo húmedo, la vieja loca que noche tras
noche tira migas de pan a los gatos que dan vuelta a mí alrededor, creyendo que son palomas.
Trajes sin cuerpo que siguen el ritmo frenético de los instintos ancestrales,
cazar, comer, follar o amar hasta encontrar a quien vestir.
Recuerdo cuando sólo
transitaban carruajes por debajo de mí atenta mirada, cuando la sangre tiñó de
rojos cálidos las calles en la última guerra o la primera prostituta que me
eligió como punto de contacto. De las velas, pase al gas y del gas a la
electricidad, sin que nada haya cambiado demasiado, las mismas caras perdidas,
la misma calle, la niebla espesa de las noches de invierno y los mismos deseos
retorcidos. El lado oscuro de los hombres se arrastra bajo la luz de la luna
desde el principio de los tiempos esperando conseguir lo inalcanzable.
He visto a la muerte
deambular con las manos en los bolsillos, tomándose su tiempo, quizá buscando
alguna dirección o esperando al borracho que viene dando tumbos y que cruza la
calle sin mirar. Parejas de enamorados cogidos de la cintura prometiéndose felicidad
eterna, pasearon por este trozo de ciudad. Mientras las malas sombras, sólo
sabían insultar al cielo echándole la culpa de sus desgracias, los seguían
furtivamente. He observado al oscuro ectoplasma de la desesperación pegarse a
la chepa de algún desgraciado mientras este se tiraba bajo las ruedas de un
camión.
Noches de satén negro
traspasadas por los susurros de esquirlas plateadas semejan ser estrellas,
principios de sueños que se estremecen ante la belleza de la próxima vida,
cuerpos dormidos pegados el uno al otro, mi reino todo lo abarca. Hombres y
mujeres que corren sin saber hacia dónde, para ellos lo importante es llegar
rápido aunque sea a ninguna parte. Llantos que salen de sótanos tan oscuros
como el corazón del que los frecuenta.
Cuando tímidamente el sol asoma
por encima de los edificios, se le adivina reticente, seguro que también está
falto de descanso o todavía perdido en algún sueño. No es que sea muy luminoso
o caliente, pero su sola presencia, hace que las cosas vuelvan a tener sentido,
ya sé donde estoy, la niebla se vuelve por el camino que la ha traído hasta
aquí. Otra vez las cosas a mí alrededor se visten de color y calidez, los
ruidos de la ciudad que se está levantando de la cama invaden las hasta
entonces, silenciosas y pálidas calles.
El astro rey sale de su
escondrijo, despierto con una sonrisa en el rostro, por fin siento como se
funde la escarcha que me cubre. El calor invade poco a poco hasta el mínimo
resquicio de este cuerpo recién animado a la luz de la mañana. Los miedos
noctámbulos se vuelven a sus guaridas con el zurrón lleno de almas gimientes y
prisioneras. Atrás queda la noche con sus delirios y monstruos.
Puede que sólo sea una
simple farola, pero tengo grabadas en mi memoria las vidas de los tiempos alumbradas
por mi ojo de cíclope. Mi única ambición era la de crear mundos iluminados y
ahora me he convertido en la ignorada reina de la noche de cualquier ciudad,
una escriba solitaria que sirva de faro a todas las criaturas nocturnas,
bípedas o no. Siempre habrá alguna luz que te guíe hacia la seguridad de tu
hogar o hacía la perdición, aunque nunca repares en ella.
Benjamín J. Green
Muy bueno Benjamín, lo que se puede observar sin llamar la atención. Me ha gustado mucho. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias Violeta por tu amable comentario, la verdad es que estamos rodeados de objetos que si pudieran hablar contarían muchas historia, me alegra mucho que te haya gustado, un saludo.
EliminarExcelente texto, amigo. Como recreas la vida nocturna vista desde arriba. Quizá te haya faltado decir que, con el dia, llega la hora de su descanso como vigía, pero es un magnífico trabajo, de verdad.
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