Desde
el lugar en el que me encuentro veo como despierta tu delicado resplandor
cuando la luz de la mañana incide sobre tu cuerpo de nácar, siento como en mi
pecho de piedra se desboca un corazón que no tengo.
Sé
que nunca te fijarás en mí, ni notarás mi mirada oscura y profunda, pero no me
importa, sólo con poder observarte a escondidas me conformo mientras sueño.
Eres
como la reina de la luz, y brillas como las alas de las hadas de los cuentos,
mientras que yo sólo parezco un pedrusco oscuro, que aunque sea caliente nunca
será tu amante y compañero.
Engarzada
en oro, rodeada de diamantes y esmeraldas, invades mis sueños más locos y
desesperados, me veo rodeando tu suave cuerpo con mis brazos mientras bailamos
la música de los amores imposibles sobre suelos de mármol veteado, por inmensos
salones al raso, bañados por la luz de las titilantes estrellas.
Me
paso las noches esperando las mañanas, las mañanas esperando las noches, y son
días los que vivo temiendo la llegada de las noches. No sé ni puedo hacer otra
cosa que mirarte desde este lugar en el cual estoy fijado, totalmente incapaz
de acercarme a ti, por mucho que lo desee.
Desde hace mucho tiempo, sé que me observas desde la distancia, me
complace. Cuando te miro, tu color me trae recuerdos de las oscuras aguas donde
nací y crecí, las profundas aguas de donde me arrancaron, hace tanto que se me
antojan muy escurridizos.
Lo que veo a mí alrededor no me gusta, en realidad me asquea. Ni el
oro ni los diamantes que me rodean me llenan, y menos esta exposición sobre el
terciopelo negro, siento hastío de tanta admiración. En un vano intento de huir
de mi realidad, sólo sueño. Sueño con los cálidos abrazos que tan sólo tú
podrías darme. Y perderme por siempre en ellos. Perderme en la profundidad
verde cuando me enfrento a tu mirada, es como si volviera a las fosas
insondables de mi niñez.
Me cuesta soportar la luz dicroica que hiere mis sensibles ojos,
tengo que cerrarlos, y entonces quedo impedida de ver el dolor que existe en
los tuyos. Tal vez, si pudiera hacerte olvidar tus penas, pudiese por siempre
aliviar las mías.
Los días se suceden sin que nada cambie, es soledad lo que me
envuelve en este manto que ni siquiera es mío, pero cuando de soslayo te miro,
se mitiga un poco esta sensación de pérdida y olvido. Estamos tan cerca y sin
embargo, te noto tan lejos…
Deseo con fuerza que un algo acontecido nos adquiera para ser broche
en pecho prendido, y ese sentir que desprende un corazón amante y amado nos
envuelva en cálidas sensaciones, entre enamoradas risas y musicales palabras,
pueda bailar por fin entre tus brazos, los amores posibles y sentidos pero de
otros corazones, porque son delirados con vehemencia en este salón que tantas
veces he imaginado.
Hay
un lugar más allá de los sueños, donde algunas veces, cuando nadie los observa,
se puede sentir como baila una perla de blanco nácar con un trozo de jade verde
del color del mar profundo, al son de una música que solo existe en los
corazones que no poseen, pero que les lleva por los salones inventados de las
ilusiones y las esperanzas que llevan consigo los quiméricos sentires.
Desde
hace algún tiempo, detrás de la persiana metálica de una prestigiosa joyería del
centro de esta ciudad, sólo los seres sensibles pueden escuchar una extraña
música cuando cae la noche, si se acercan en silencio hasta pueden oír las
risas y el suave ruido de los pasos que se encajan con la melodía de un amor imposible,
ese que vive en unos corazones que no existen, pero si intentan agudizar la
vista en la oscuridad, todo se para. Y sólo pueden ver sobre el terciopelo
negro, un sencillo broche de jade oscuro que, simulando unos brazos que no
abrazan, envuelven con ternura protectora a una sencilla e irisada perla blanca.
Laura y
Benjamín
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