Como roja sangre sobre blanca nieve, así de reluciente eres.
En corto trecho repatriaste este corazón que era frío como su
tormento.
¡Cómo no quieres tener el color del Sol más tempranero!
¿Cómo no quieres querer que de quererte esté hambriento?
Hambre por tenerte, hambre es lo que tengo,
hambre por comerme ese alma que es mi alimento,
hambre de tus ojos, hambre de todo tu cuerpo,
hambre, sólo hambre de en ti, verme dentro.
Si en la cara oculta de la
Luna tuvieses cinco minutos para estar conmigo,
subiría con humo de hoguera hecha con cada segundo que en mi
cabeza vas ardiendo,
tan hambriento estoy, tan hambriento, por conocer el hilo perdido
de tu ombligo.
Pero sabes, aun con hambre, que no pido, la frontera que piso tú
vas definiendo.
Si en la punta de mi dedo quisiera un tesoro,
una lágrima tuya caída de pura alegría, sería,
no quiero diamante que es guijarro que no añoro,
que no busco más riqueza que oírte reír algún día.
Hambre por quererte, hambre es lo que tengo,
hambre por comerme esa mente que es mi sustento,
hambre de tus labios, hambre de tus íntimos besos,
hambre, sólo hambre de devorar todos tus secretos.
Si el destino, que nadie dijo, que de mí fuese compañero,
quiere que sea sólo deshilachado de un pañuelo al viento,
sea… pero no pierdas esa mente que hace mi mundo divino,
mi niña, tú no pierdas eso, que por eso, yo soy hambriento.
En noches como ésta, que por temor a no soñarte no duermo,
dejo para ti expuesto lo poco que tengo, mis palabras, mis
sentimientos
y jurarte que no sabía que existía hambre de no pertenecer a tu
beso,
porque con la brasa de tu alma, calentaste, un corazón que era
frío destierro.
Jaime Ros
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