Me
encuentro en mitad de una pradera que se extiende hasta donde abarca la mirada;
la hierba verde aún salpicada del rocío, brilla bajo la luz de la mañana. Hay
una ligera cuesta que lleva hacia lo alto de una colina. Allí dirijo mis pasos.
Una vez en la cima, una figura a cierta distancia e inmóvil, llama mi atención.
Parece un árbol, pero no consigo verlo bien, debo acercarme más, la curiosidad
me puede.
Ignoro por
qué, pero tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido, mientras me
acerco a lo que sin duda es un gran árbol, aunque algo extraño. Me recuerda a
las leyendas sobre los ents, esos míticos y milenarios arboles pastores que
guiaban a sus pares por un mundo tan antiguo que su recuerdo se pierde en las edades
de la memoria arcana.
Nunca creí
que tendría la ocasión de ver un ents, pero este no es uno de ellos, es algo aún
mucho más especial. No me atrevo a acercarme, me siento en la hierba a cierta
distancia y escucho como aquella cosa canta con voz amorosa al vástago que
gesta en su abultado vientre, mientras la brisa mece suavemente las hojas de
sus frondosas ramas.
De repente
me doy cuenta de que es un hacedor de mundos, el árbol sagrado que cobija bajo
sus ramas los universos de todos los tiempos y lo que lleva en el vientre es un
mundo nuevo. Siento, más que veo: su cielo azul salpicado de nubes blancas, sus
mares, tierras y a todas las criaturas que habitan en él.
Oigo como
su corazón late al ritmo de las estaciones que están por llegar, fuerte y joven,
henchido por el ansia de salir al día que se avecina lleno de un futuro
terrible y maravilloso, me invade una sensación protectora, y no puedo evitar
que mis sentidos liberados, sin cuerpo, se unan a esta nueva tierra a punto de
nacer.
Acunados
por las mareas del tiempo estas sensaciones se abren, dando paso hacia las
entrañas de este nuevo ser, haciéndome una con su corteza.
Todo
tiembla y se estremece a mí alrededor, como si todo fuera a estallar, las
puertas de la inmensidad se están abriendo, creo que ya ha llegado el momento y
pronto estaré sintiendo sobre la piel el calor del sol, veré como las nubes
cabalgan sobre los vientos hacia los cuatro puntos cardinales, libres por fin y
llenas de vida por compartir.
Ayer era una
mujer que paseaba por un prado de hierba verde aun húmeda de rocío y ahora soy
aquella que guía hacia la nueva luz a un mundo lleno de esperanzas y de
ilusiones por estrenar.
La fuerza
que me empuja se hace patente en mí, todo se distorsiona mientras la velocidad
de los acontecimientos hace que mí alma se estire hasta el punto de una ruptura
que nunca llega a producirse.
Abro los
ojos sin saber muy bien donde estoy, mientras el condenado despertador parece
haberse vuelto loco, lo apago y cojo rápidamente ese cuaderno que tengo sobre
la mesilla para apuntar lo que he soñado.
Arreglada,
salgo a la calle, voy retrasada, para no cambiar. Noto algo extraño en el
ambiente, la gente está parada en los portales, fuera de sus coches, mirando
hacia el cielo, y todo, todo, todo… es silencio.
Lo que hay
en el cielo me deja boquiabierta: llenando el espacio, hay un mundo nuevo, una
tierra gemela, rotando sobre su eje, ajena a tanta expectación, luce resplandeciente
e inmensamente azul.
Mientras el
silencio de las segundas oportunidades, lo envuelve todo.
Sonia
Mallorca
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