Sabía cómo
mojaba el agua del mar cuando inundaba sus
zapatos, pero a hasta esos días, ignoraba como salpicaba la soledad
cuando se instalaba en un único alma. Lo fue descubriendo entre las sábanas de
la habitación de invitados, pero hasta el momento justo que la ola decidió
romper en sus mocasines, no había sido consciente de ello. El agua que caía por
su gabardina, horadando la arena de la playa, sólo conseguía hablarle de la
melancolía. El sentimiento que le agujereaba concordaba con una playa enterrada
y vacía, de la que apenas se vislumbraba un horizonte confundido entre agua y
cielo, acuarelas ondulantes de gris, sobre gris eterno.
Se sentía
vestido sólo con la lluvia que caía, mientras entraba en el apartamento de
reciente alquiler. Bajo la ventana se apilaban tres maletas que aun estaban sin
abrir, que ocultaban el presente que ya no es, de aquella vida que fue humo en sus
pulmones, que le apaciguó mientras sentía que corría por su garganta.
En otra parte
de la ciudad, una mujer se desnudaba en un piso vacío y silencioso, en un
cuarto de baño donde quería encontrar agua caliente que templara su fría alma.
Allí, desnuda, descalza sobre mármol blanco, buscó su reflejo en el espejo, se
miró a los ojos, y se quiso hablar entre signos que aun debía inventar para que
los silencios empezaran a volverse torpes. De las manos que agarraban su pelo,
una escapó hacia el espejo dibujando un corazón en el cristal sobre su propia
frente, a imagen del dedo que añoraba,
del que aún sentía el tacto del añorado calor.
Ya no había
trabajo acumulado en la nueva cocina, la costumbre cayó edificio abajo,
saltando entre las cortinas y estampándose a los talones de su marcha. Debería
ser un momento para encontrar la respiración perdida, pero el aliento quedó
tras la puerta cerrada. Entre aquellas
paredes extrañas miraba el teléfono, intentando encontrar las fuerzas en el que
fue su aliento, pero el aliento no le quería encontrar, se escapaba al lado de
unas sienes que se humedecían al compás de su fracaso.
El vaho difuminaba
la luz en el cuarto de baño, mientras cubría su cuerpo compartido con una
toalla. Cientos de pensamientos cruzaban por su mente, sin que ninguno se
detuviera, sin que ninguno quedara fijo, saltaban como caminando por una calle
en obras, rotando sobre sí mismos y cogiendo la dolorosa forma del
arrepentimiento. Hasta que sus ojos se despejaron, hasta que volvió a mirar el
corazón dibujado, que ahora, había quedado entrelazado a otro igual, que había
escapado de los dedos que una vez mordió entre ternura y frenesí.
En el
vestidor, el vestido rojo corto, quedó arrinconado como si hubiese quedado
olvidado en aquella habitación de hotel. Se vistió a imagen de los gratos
recuerdos, y tomó todo el aire al cerrar la misma puerta donde sus pulmones se
vaciaron empujando el llanto que contenía su interior. La ciudad ahora era sólo
un murmullo, de roncos ruidos que llegaban para marcharse mezclados con suaves
silencios que le permitían oír lo que su corazón quería gritarle.
Bajo la
ventana se apilaban tres maletas que aun quedaban por abrir, y justo en la
puerta, una ropa vestida de lluvia comenzó a deslizarse, mientras unos dientes
encontraban el sabor a unos labios, y una cintura sentía como se entrelazaban
unos brazos, como dos corazones dibujados sobre un espejo, y una ropa escogida
a gratos recuerdos, desnudó un cuerpo que por una noche fue compartido, y que
aquella noche volvió a vestirse de deseo con la ropa íntima de la pasión. Mientras
el éxtasis les iba recorriendo, había, bajo la ventana, tres maletas apiladas,
como un futuro que aún queda por abrir.
Jaime Ros
No hay comentarios:
Publicar un comentario