Desde el ventanuco de la buhardilla acompañada de su fiel
perro Mysti, Olivia observaba como la nieve caía recubriendo las calles y los
tejados de la cuidad.
La horrible mujer con la cual se había casado su padre,
solía encerrarla allí arriba por cualquier motivo, real o ficticio, sin sospechar
que a Olivia le gustaba ese lugar lleno de polvo y de misterio. Estaba repleto
de cajas y de cosas que a lo largo de los años se habían ido amontonando por
los rincones.
Hoy hacia mucho frío, el viento helado del invierno se filtraba
por todas las rendijas y hacía que se estremeciera por mucho que se abrazara a
su querido Mysti, mientras imaginaba que estaba entre los brazos de su madre.
Olivia nunca había llegado a conocerla. Según lo que le había contado su padre,
había muerto en el parto y aunque Olivia soñaba con ella todas las noches,
nunca podía por mucho que se esforzara, recordar su rostro.
Además, nunca había visto una foto de ella en casa: “Seguro que la bruja con la que se había
casado su padre las había tirado o escondido”. Pensaba Olivia.
Cuánto le hubiese gustado poder verla y dejarse querer por
ella. Todo eso imaginaba mientras abrazaba a su único amigo, puede que nunca la
hubiese conocido pero la echaba tanto de menos. Siempre pensaba en ella cuando
veía a otros niños de la mano de sus madres cuando salía a la calle. En aquellos
momentos no podía evitar llorar, lo que conllevó que no la sacaran mucho de
casa por ser muy llorona y sensiblera.
Antes de ponerse a llorar otra vez, decidió buscar entre
todas las pertenencias allí almacenadas, una manta vieja o algo con que
cubrirse que mitigara un poco el helor que sentía.
La buhardilla estaba repleta de cajas, paquetes, muebles,
maletas viejas, baúles; todo estaba cubierto de una gruesa capa de polvo.
Dentro de un viejo armario Olivia encontró un abrigo de
lana, raído y descolorido que le quedaba muy grande, pero que le proporcionó
protección contra el frío de esa tarde invernal.
Tenía las manos heladas, para calentárselas las metió en los
bolsillos, faltaba poco para que su madrastra viniera a buscarla, siempre le
levantaba el castigo un poco antes de que volviera su padre del trabajo, para
después hacerse la mártir y quejarse del comportamiento incorregible. Éste,
cansado de trabajar, escuchaba las quejas con paciencia y la reconvenía un
poco. Ella sabía que su padre la quería, pero estaba tan ocupado que pocas veces
podían disfrutar juntos.
En ese preciso momento le pareció palpar algo en el fondo
del bolsillo derecho del viejo abrigo que le llegaba hasta los pies, era una
vieja nota de papel amarilleada por el tiempo, que ponía:
“Busca la puerta del
mundo olvidado que está hacia abajo y donde sólo se puede llegar desde arriba.
Cuando lo encuentres, allí te estaré esperando.
Madelene”.
Madelene, era el nombre de su madre. Leyó la nota unas
cuantas veces más, hasta que se convenció de que la misiva era de ella y algo
dentro de su corazoncito le decía que buscara esa misteriosa puerta. Cuando oyó
que la llamaban, era su madrastra que le decía que ya era hora de volver a su
cuarto para esperar a su padre, Olivia se guardó la nota y escondió el abrigo,
resuelta a volver cuanto antes para poder empezar la búsqueda.
Aquella noche Olivia soñó que bajaba unas escaleras de
colores y al final de ella, la esperaba una mujer vestida de blanco con los
brazos abiertos a los cuales se lanzó sin pensarlo, sabía que era su madre.
Mientras la abrazaba y la besaba esta le dijo al oído:
— Sabía que encontrarías el baúl, hermosa mía.
Olivia se despertó sobresaltada, ella había visto unos
cuantos baúles viejos en la buhardilla, debía volver ahí arriba la antes
posible. Decidió portarse mal desde primera hora, con un poco de suerte su malvada
madrastra la castigaría pronto y podría comenzar su búsqueda. Olivia volvió a
dormirse con una sonrisa en la cara.
No eran aún las diez de la mañana, cuando Olivia ya estaba
castigada en la buhardilla con su amigo Misty. Había derramado adrede una botella
de leche, crimen capital, según su madrastra.
Una vez en la buhardilla y con el viejo abrigo puesto, Olivia
empezó a buscar, los baúles estaban casi todos en el mismo lugar, en un rincón,
unos sobre otros; todos eran más grandes que ella, ninguno parecía diferente a
los demás, salvo uno.
Éste, curiosamente estaba tapado con una manta gruesa y
pesada, después de tirar y forcejear, por fin pudo dejar al descubierto el
misterioso baúl, Olivia se quedó con la boca abierta. No era un viejo trasto
lleno de polvo y mugre, era magnífico. Las esquinas estaban tachonadas con
cobre, todas las bisagras brillaban, la tapa estaba tallada con imágenes de
planetas, animales fantásticos, dragones, hadas, hasta había unicornios que
parecían tener vida propia. Olivia sabía que había encontrado el baúl de sus
sueños, ahora sólo faltaba poder abrirlo.
El cierre era de un hierro negro y brillante, no se veía
ningún agujero de una cerradura y parecía que era una pieza más de adorno.
Olivia intento tirar de la tapa hacia arriba, pero no se movía, además de que
debía pesar bastante, ya llevaba más de una hora intentando abrir el dichoso
baúl, cuando en una esquina de la tapa se fijo que había una talla diferente a
las demás, era la palma de una mano pequeña como la suya.
Olivia con el corazón latiendo muy rápido en el pecho, apoyó
su mano sobre la talla. De repente el baúl comenzó a temblar y a sacudirse,
asustada Olivia retiró la mano.
La tapa se estaba levantando sola, muy lentamente y por la
rendija salía una luz dorada que hacía daño a la vista si la mirabas muy
fijamente. Misty estaba a su lado gruñendo ligeramente intercalando algún
gemido, pero movía el rabo como si supiera lo que había en aquel baúl.
Cuando estuvo abierto, Olivia no pudo evitar asomarse
dentro.
Al hacerlo vio una escalera de peldaños de colores, igual a
la del sueño.
Misty y ella, empezaron a bajar adentrándose en un mundo
nuevo, todo lo que les rodeaba era mágico, las nubes del cielo que ahora la
cubría se paraban a hablar, los pájaros tenían cuatro alas, las fuentes de agua
cantaban canciones, extraños y bellos caballos galopaban por los prados de
hierba intensamente irisados.
Subiendo hacia ella por aquella escalera, Olivia, vio a una
mujer vestida de blanco, con sus largos cabellos dorados que parecían dejar polvo
de estrellas a su paso, supo de inmediato quien era aquella desconocida, por
fin sus sueños tendrían rostro.
Olivia y su madre se fundieron en un abrazo de años de
separación y de tristeza, que en esos mismos instantes se esfumaron para dejar
paso a la alegría y la felicidad más absoluta, entre lágrimas, risas
entrecortadas y tiernos besos.
Olivia y Misty en contra de lo que podríais pensar no
desaparecieron, la madre de Olivia era una gran maga que había sido desterrada
del mundo de los hombres por la maldición de un malvado brujo, pero ella había
conseguido mantener una de las puertas mágicas abierta. Sabía que su hija algún
día la encontraría porque también poseía sus poderes, y su don la guiaría hacia
ella.
Esa puerta tenía una peculiaridad, en cuanto traspasabas su marco,
el tiempo se paraba en el mundo de los hombres.
Olivia pudo vivir felizmente a caballo entre dos mundos, y
durante toda su vida la acompañó un baúl de madera tallada con las esquinas
remachadas de cobre brillante.
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