A
mediados del siglo pasado, empezaron a registrar, a modificar genéticamente e
hibridar las semillas de los alimentos que consumismo, con un afán tal, que de
los alimentos ecológicos que puedas adquirir en el centro ecologista más
riguroso, en realidad, sólo el diez por ciento de esos víveres son realmente
ecológicos.
Las
semillas las podemos clasificar de la siguiente manera:
—De
polinización abierta o tradicionales, estas pueden ser reproducidas a partir de
las semillas que se generan de nuestra planta y que al siguiente año las
podemos plantar y nos darán los mismos frutos, vegetales, raíces…
—Los
híbridos, F1 y F2. Estas semillas son el resultado de la unión de dos especies
distintas, por medio de una polinización controlada, la inoculación de
bacterias, de fertilizantes, de fungicidas y de pesticidas. El propósito es un
mejor crecimiento, mayor productividad y resistencia, pero con las
consecuencias negativas en el medio ambiente, en la fauna y por supuesto, en
los seres humanos. Aquí, pongo como ejemplo la muerte en masa de las abejas.
Las
F1 serían de dos especies puras de polinización abierta y las F2, la
polinización de dos F1, el colmo del colmo de la hibridación.
Decir
que ambos tipos no pueden reproducirse, por lo que los agricultores tienen que
comprar las semillas cada temporada de siembra, además de tener que adquirir
fertilizantes y pesticidas químicos que son los únicos que funcionan en esas
plantas. Todo un propósito comercial.
—Y
las transgénicas o OGM, de estas no hablo porque hay mucha información en
Internet, pero como puede deducirse son también nocivas para la diversidad y
los seres humanos. Añado, que todo el arroz que se consume en el planeta,
incluso el salvaje, es transgénico. Hablan de la soja, pero no del arroz que es
mucho más consumido. Además de que, en la actualidad, también se están haciendo
estas manipulaciones genéticas en animales para consumo, pongo como ejemplo al
cerdo y al salmón.
Hasta
aquí sería el presente.
Y
en el futuro, cuando no podamos ni comprar ni vender nada, cuando hayan acabado
de registrar, hibridar, inocular, modificar y acabado con las semillas
autóctonas y puras de cada rincón del mundo, tendremos que comer la porquería
que nos quieran dar. De ahí, la importancia de crear pequeños bancos de
semillas de polinización abierta en cada zona, esas que se han pasado entre
generaciones, hacer intercambio de semillas entre los agricultores y pequeños
cultivadores, y adaptarlas con cariño a la zona donde residimos (esto suele
suceder entre la segunda y sexta generación, según la especie). Tenemos que
convertirnos en los valientes guardianes de nuestras semillas, nuestra salud y
supervivencia dependen de ellas. Tenemos que defenderlas porque somos
responsables de que nuestros hijos y nietos, tengan acceso a una alimentación
sana y sostenible con nuestra biodiversidad.
Y
recordad, que cuando ya no quede nada, siempre nos quedarán las semillas para
volver a empezar.
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