Ayer
me ocurrió una
cosa curiosa, no suelo utilizar los baños de mi empresa salvo cuando no me
queda más remedio, prefiero la intimidad y la comodidad de mi hogar.
Una
vez sentado en el exiguo habitáculo y procediendo al asunto que me había
llevado hasta allí, me fijé en un pequeño texto, o mejor dicho, en una frase
que alguien había escrito sobre la puerta del baño que rezaba así:
— ¡Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas
inconstantes, ese montón de espejos rotos!
Me
pareció muy didáctico e interesante, ya que las anotaciones que uno puede
encontrarse sobre las puertas de los baños públicos suelen tener otra clase de
contenidos, la inmensa mayoría zafios y por lo general poco recurrentes. La
frase estaba rodeada de muchos de esos mensajes, insultos, teléfonos, dibujitos
obscenos, poemas de dudosa rima, en fin, una gran muestra del nivel intelectual
“retreteril” del pequeño mundo que representa
esta empresa.
De
alguna manera esa diminuta isla de cultura escrita en la puerta de un baño me
hizo ver que no estaba solo en el mundo, que había alguien en algún lugar de
este edificio con quien valdría la pena
comunicarse y decidí, dejar una pequeña muestra de mi erudición en respuesta a
esa gran frase, así que me puse estruja que te estruja el cerebro para estar a
la altura de aquella magnifica reflexión.
Me
quedé en blanco, fuera por el lugar, el olor, la postura o la hora, mi mente se
negaba rotundamente a recordar o a imaginar nada que valiera la pena escribir. Decidí
hacer trampa y aprovechando que nadie me veía saqué mi smartfone queriendo buscar
en la red algo digno. Mala suerte para mí, en esta parte del edificio no había
manera de poder conectarse, estaba empezando a cabrearme de veras.
Me
puse a pensar en serio sobre el autor de aquella clara violación de las normas tácitas
que rigen cuando uno va a expresarse con un escrito en la puerta de un baño público,
fuera de aquí o en la misma China. Seguro que se la había traído de casa
apuntada en un papel, era imposible ponerse a filosofar en un retrete
claustrofóbico y maloliente.
¿A quién se le ocurriría
semejante frase sentado en un lugar como este? Pensaba este servidor ya molesto con
la idea de tener que irme sin poder contestar al tipo este de la dichosa
frasecita. Evidentemente frustrado, impotente y viendo la hora que se estaba echando
encima, me dio un repentino ataque de genialidad que en aquel momento y lugar, casi
rallo la epifanía más profunda, ya sabía que contestar a aquel prepotente que
iba por ahí fastidiando el alivio a los demás, al fin me había llegado la
respuesta.
Con
mi mejor letra saqué a relucir mi intelecto superior y le di un enfoque
diferente al asunto, más de acuerdo con la filosofía del lugar. Los dioses de
los retretes seguro que me lo iban a agradecer y debajo del escrito de aquel “filosofastro” mañanero, dejé mi epifanía
sobre el asunto:
— ¡Somos nuestra mierda, somos ese quimérico museo de mojones
inconstantes, ese montón de culos rotos!
Tras
lo cual, con el estómago aliviado por fin, mi conciencia tranquila y más que feliz
por mi genialidad manifestada, me dirigí al bar a tomarme un cafelito,
orgulloso de haber dejado la bandera del club de los filósofos de retretes en
lo más alto, según los cánones y reglas que guían desde tiempos inmemoriales la
excelsa literatura de una puerta de retrete.
Benjamín
J. Green
Nota: Este relato es para participar en el juego FRASELETREANDO de la Comunidad ALMAS DE BIBLIOTECAS Y CINES, en esta ocasión la frase es de Jorge Luis Borges:
"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos."
"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos."
No hay comentarios:
Publicar un comentario