Siempre intenta descifrar lo
que te enseña la vida, si confías en ti mismo, podrás encontrar agua en el
desierto, flores sobre el hielo y calma en la tempestad. Si dejas que el timón
de ese barco llamado Alma haga de guía por ti, descubrirás la infinidad de tus
posibilidades.
Claire, vino del norte con
el hielo incrustado en la médula y restos de drogas corriendo libremente por
sus venas.
Cuando la edad la cubrió por
completo de inutilidad para pasar modelos, fue demasiado el frío y el vacío que
sintió. Tanto, que sin muchos miramientos y en un santiamén, hizo su maleta y
se alejó sin mirar atrás.
Al llegar, se hizo edificar
una casa en punta del este, a pie de faro y al borde del acantilado, a la misma
altura donde vuelan las águilas.
Y para ser la primera
persona del planeta en calentarse con los matutinos rayos del sol, se hizo
construir una ventana.
¡Era tanto el helor interno!
¡Fueron tantas las
discusiones con el constructor!
¿Una
excentricidad más, un sinsentido nuevo para llenar su vacía existencia?— Se
preguntaba con pesar, una y otra vez, cuando el fuerte viento la arrastraba al
interior de la vivienda para evitar el peligro mayor de caer al mar y esa
solitaria ventana le daba tanta vida...
De ese modo, llenaba sus
días, de realidad e irrealidad, escribiendo sus memorias a sabiendas de que no
le importarían a nadie.
Joan, andaba dando
palos de ciego. Lo había perdido todo, fue de los mejores contratistas de la
costa. Ahora, su dorado pasado habitaba de alquiler en su recuerdo y en un
cuartucho de tres por tres; porque la crisis, los bancos y su mujer, no le
dejaron ni al perro.
Cada amanecer al
despertar de la turca, su primer pensamiento, era tirarse al río, pero en la
zona no existían caudales con la suficiente profundidad como para ahogarse. Desalentado hasta con los afluentes, se iba al bar y se sumergía en el fondo de
las botellas hasta el día siguiente.
Cuando oía cantar
aquello de Serrat:
De vez en cuando
la vida nos besa en la boca.
Espetaba sin
pensar:
— ¡Y el culo, no
me jorobes!
Así pasaba las
jornadas, de tasca en tasca pensando que algún día, cuando tuviera ganas y
sobriedad suficiente, subiría al acantilado del faro, donde aquella guapa, pero
loca mujer, le hizo construir una ventana extraña para ser la primera en ser tocada
por el sol cada mañana. Otro desperdicio de la humanidad.
Y se tiraría…
vamos si se tiraría, a sabiendas de que no le importaría a nadie.
Aquella mañana de Junio, el
viento soplaba más fuerte de lo habitual y a Claire le dolía mucho la cabeza,
tanto que era incapaz de escribir, con todo lo que tenía que decir. Ahora
entendía eso de: Tocat per la tramuntana*. Era para volverse loca.
Sólo podía mirar por la
ventana, y fue cuando vio a aquel pobre infeliz dando tumbos en dirección al
acantilado, luchando contra el viento que lo arrastraba. Ni siquiera lo pensó,
ni siquiera se arregló el pelo, ni miró lo que llevaba puesto, simplemente
salió corriendo siguiendo los pasos del desdichado.
Pudo alcanzarlo en el borde
del risco y cogerlo por la camiseta. Cuando pensaba que ya lo tenía, una ráfaga
los empujó, y ambos se precipitaron al vacío.
Mientras caían, pensaron
arrepentidos en la inutilidad de sus acciones, hasta sumergirse en el mar. Al
emerger, él le gritó mientras nadaban entre el oleaje hacia la orilla:
— ¿Por qué me has salvado?
Ella, extenuada por el
esfuerzo y recordando al constructor y sus discusiones con la edificación, le
contestó con un hilillo de voz:
— Porque necesito que construyas otra ventana.
— ¿Otra? ¿No tuvimos
suficiente con la primera?
— Sí, y de sobras. Pero ésta
es únicamente para salvarte a ti, para que puedas ver más allá de la punta de tu nariz.
Laura Mir
* Tocat
per la tramuntana – La tramontana es un viento frío y fuerte procedente del
norte, con el poder de influenciar en las mentes de las personas. Usamos ésta
expresión para aquellas personas que hacen las cosas de forma poco
convencional, o sea, como verdaderas cabras.
Dedicado
a mi querido amigo Jaime. Sin agotarse nunca, él construye ventanas donde reina la más
terca oscuridad, sólo para que los rayos del sol puedan iluminarme. Ahora sé,
que siempre ha hecho y hace: magia con mis imposibles.
Siempre he tenido un cuerpo
orondo, de dimensiones extraordinarias.
A los veinticinco, y después
de haber perdido un peso considerable a base de esos esfuerzos sobrehumanos en
los que ponemos a prueba la voluntad de la mente, pude comprar mi primer
vestido de confección estándar.
Lo conseguí a base de
raciones de risa, qué otra cosa podía hacer: mucho ejercicio, sudando hasta
quedar extenuada y cerrando el pico con todas las hambres habidas y por haber
en mi interior. Conceptos cruciales para ese fin.
Me sentía tan feliz con mi
nuevo cuerpo esculpido día a día, que mantenerme era una decisión inamovible
frente a la provocación en fiestas y celebraciones de todo tipo.
Han pasado muchos años y
muchos kilos más de aquello; y reconozco que soy una persona que disfruto
comiendo. Ahora estoy en esas “edades complicadas”. Esas en que los excesos que
cometes y hayas cometido a lo largo de toda tu vida, te pasan factura.
He tenido dos hijos, que
también se hacen notar por sus formas corporales. Un marido y dos novios.
Desde que me separé, no había
conseguido mantener una relación seria, y mis frustraciones emocionales, las suplía
con abundantes ingestas de alimento descontroladas.
Pero
de vez en cuando la vida nos besa la boca, sí, sí, eso es lo que
me pasó cuando conocí a este hombre que me venera y le gusta mi cuerpo, tal
cual es. Me quiere con locura, y lo mejor de todo, es que sus besos, saben a
pastel de nata y chocolate.
Confieso que he suplido mis
ansias de comer por su amor, he perdido peso y estoy divina. Creo que es la
primera vez en mi vida que estoy en perfecto equilibrio.
Silvia se contempló en el
espejo que colgaba tras la puerta de su
dormitorio. Estaba preciosa. Sus amigos habían hecho un excelente trabajo. El
maquillaje había quedado natural y discreto. Su cabello estaba recogido en un
moño italiano que estilizaba su bonito cuello, y sus manos lucían una elegante
manicura francesa.
Las lágrimas empezaron a
brotar de sus ojos.
— No llores, cariño, te vas
a estropear el maquillaje — dijo Pablo.
— Es que es todo tan
perfecto. Estoy tan tan tan…— tartamudeó Silvia.
— Increíble, estás increíble
querida – le atajó Natalia.
— Sí, jamás pensé que algún
día me vería así de guapa. Gracias chicos. Y este vestido es precioso. No me
puedo creer que al final consiguierais que el gran Francelo aceptara encargarse
del diseño.
— Para ti lo mejor, preciosa
— dijo Pablo guiñándole un ojo.
— Además te vas a convertir
en la señora de Valverde. Eres la envidia de media ciudad — añadió Karina —.Tienes
que estar espectacular.
— Sí, es cierto. He tenido
mucha suerte. Luis es perfecto. Me trata de maravilla y quiere mucho a
Claudia.
— Qué envidia me das,
cariño. Ya quisiera yo uno así para mí. Vas a vivir como una reina. Espero que
a partir de ahora que te va a sobrar el dinero, seas un poco más espléndida con
tus amigos—. Dijo Pablo guiñando el ojo de nuevo.
— Chicos, ya sabéis que no
me importa su dinero. He trabajado toda la vida para sacar a Claudia adelante y
no me importaría seguir haciéndolo.
— No te importaría, pero ya
no tendrás que hacerlo— replicó Karina sarcásticamente.
— No. Ya hablé con mi
encargado en el Petit Moulin Rouge. El martes fue mi última noche. Hicieron un espectáculo especial como
despedida y les prometí que iría a verles de vez en cuando.
— Dudo mucho que vuelvas a
pisar ese lugar. No es más que un tugurio. No sé ni cómo aceptaste trabajar
allí. Una vez casada es mejor que te olvides de ese ambiente — dijo Natalia.
— A la fuerza ahorcan…
Silvia miró hacia el suelo
entristecida. Su vida iba a cambiar radicalmente. Sí, era para mejor, lo tenía
claro. Pero un cambio tan drástico le daba pavor.
Natalia que se dio cuenta de
su repentina congoja le cogió la mano y subiéndole la barbilla con el dedo
índice para mirar a sus ojos, le dijo:
— Alegra esa cara mujer. Al
final todo ha salido bien. En unos minutos serás la señora de Valverde y todo
el sufrimiento que has vivido hasta hora se irá evaporando. Luis no es sólo
rico, es un buen hombre que cuidará bien de ti y de Claudia.
— Y pobre como no lo haga,
que si me entero yo de que ese señorito os hace sufrir, se las tendrá que ver
conmigo —. Amenazó Pablo.
— Sí, tenéis razón. Todo
esto es como un sueño. Soy muy feliz.
— Pues claro mujer. Si es
que de vez en cuando la vida nos besa en la boca y hay que disfrutarlo— dijo
Karina.
— Exacto preciosa, así que
ahora respira hondo y ve a por tu Luis, que seguro que ya ha salido hacia la
capilla —. Apremió Pablo.
— Sí, vamos, vamos, que ya
es casi la hora—. Añadió Karina preocupada mirando el reloj.
Silvia se echó un último
vistazo en el espejo. Sus lágrimas apenas habían estropeado el rímel de los
ojos. Seguía estando preciosa. Natalia le estiró la larga cola del vestido, y
todos juntos se dirigieron a la puerta del apartamento. Silvia estaba lista para
comenzar por fin a vivir.
He despertado esta mañana con la extraña sensación de que todo ha perdido su sentido original, procura leer esto con calma para que no se disparen las alarmas, porque no es mi intención liarla.
Sobre peldaños de fuego comenzaría el descenso. Bajaría renunciando al aire que me pesa. Para buscarme en ti. Para encontrarte sin el marco que enjaula esta ventana. Para huir de la luz de la farola que te ilumina, incluso cuando no estás. Para seguir leyendo, CLIQUEA AQUÍ
Cuando leí tu carta, quedé perpleja y no dije nada. No te imaginas la matona de compañera que tengo, toda o todo tatuado, da miedo. Parece un camionero ruso, igual a los que tú ya conoces. Aunque tengo la suerte de estar bajo su protección, como si estuviera en un tarro de vidrio sumergida... Para seguir leyendo, CLIQUEA AQUÍ
Me gusta la noche. Me gusta desesperadamente la noche. Horas mágicas en las cuales todo se confunde, como fundidos en bronce entre las sombras que sólo se diferencian por sus matices grisáceos... Para seguir leyendo, CLIQUEA AQUÍ
Ya veo que lo tuyo es medir esas dichosas escaleras de todas las formas posibles. Me alegro que quedaras colgando de la barandilla en el último momento, como un hábil trapecista, soy comedida con las comparaciones, y la cosa no fuera más grave. Para seguir leyendo, CLIQUEA AQUÍ
La vida tiene estos descaros
de mala suerte. Corro, caigo, y sin poder ni sacudir la ropa, sigo corriendo
para llegar al tren que me llevará a la pasión de la Semana Santa. De verdad,
quería unas tapas, unas saetas y un par de finos y una fina que se deje beber.
Dos minutos más, y pierdo el tren. Podía haberlo perdido en lugar de haber
encontrado el castigo.
Aquellas noches vuelven
inevitablemente a mi memoria. Vuelven, a la hora de que la sábana cubre mi
cuerpo. Necesito volar, despejar y airear mi propia alma. Fue un error que se
guardó como la llave bajo el felpudo. Llegué tarde a la relación, cuando tuve
que haberlo hecho mucho antes. Ahora un simple billete me llevará lejos de
aquí, cerca del sol del sur, que me aleje de este frío que trae este mes de
marzo.
Lo echo tanto de
menos, cuando me meto en la cama es como si me faltara el aire, necesito sentir
su cuerpo a mi lado, su peso sobre el mullido colchón, su respiración, su calor…
este frío no hay edredón que lo quite. Incluso la perra lo echa de menos, lo
busca, husmea y sólo encuentra su vacío. No comprendo cómo pude dejar que la
relación se deteriorara tanto. Ahora no puedo pensar en ello, tengo que ir a
solucionar un tema personal a Sevilla, increíble en plenas fiestas, con lo poco
que me gustan las saetas, las procesiones y el gentío.
Espero que la compañía de
asiento se vista de corto y apretado, que tenga sabor a nueva oportunidad, a
nuevo inicio, un nuevo aliento que se ahogue mientras deje de exhalarse el
antiguo. La maleta es liviana como lo fueron mis razones. Pero son sólo unas
horas de viaje, contando traqueteos que suman metros de lejanía.
Pero no hubo ningún sabor a
nueva oportunidad en el asiento de al lado. Vino el regusto de lo perdido, de
lo que se dejó de ganar, de aquello que se dejó de sentir, para que las
entrañas voltearan en el interior de su abdomen.
Tenía pensado que
mi viaje fuera placentero, ya saben, un buen libro y un humeante café,
necesitaba relajarme, pero no, tuve que encontrarme con él en el asiento de al
lado. Tan alto, con esas piernas que estorban en todos sitios, y encima, no me
tocó ventanilla, lo veía muy incómodo y con demasiadas reticencias.
— Al margen de nuestras diferencias y habiendo
cariño por ti, te cedo el sitio.
— Gracias, para ti es más
fácil, porque eres pequeña. Pero para mí siempre fue más difícil, ni encontré
el lugar en la cama. Tuviste que meterte tú para probarla.
— El problema fue del colchón, te dije que de
dos metros.
— Dicen que para todos los males, hay dos remedios: el
tiempo y el silencio, pero por lo visto a nosotros no nos funciona,
seguimos igual cuando nos vemos.
— Pues no sé de qué
tiempo hablas. No se dejó que pasase. Ni sé de qué silencio, si tengo
aborrecido el sonido del móvil. Lo cambio tres veces al día, para pensar que
siempre le suena a otra persona. Pero la dichosa luz, parpadea y parpadea.
Y mira que al principio pensé que me sacarías de este planeta para llevarme a
K-Pax.
— El problema es que no me
escribiste la carta.
— Te escribí
cientos de ellas mientras duró lo nuestro. Las dejaba acostadas en la cabecera
de la cama, donde dormitaban los cabellos que te iban abandonando.
— ¿Donde la perra iba a
dormir mientras trabajábamos?
— Sí.
— Se las debió de comer todas.
— Resulta que el
amor murió entre dentelladas caninas. Culpa del muerto, typical spanish.
— Será tu amor porque el mío
sigue siendo el mismo.
Al decir esto, sus miradas
se cruzaron, se sostuvieron y comprendieron que nada había muerto entre ellos,
sólo las cartas para ir a K-Pax, viéndose sin posibilidad de realizar un viaje
interplanetario, decidieron irse juntos tras el Santo Cristo y que fuera lo que
este señor en taparrabos quisiera.
Soy consciente de que voy
abrir la famosa caja esa de Pandora y cuando nos demos cuenta, todos los
demonios de aquellos infiernos de sol y arena nos cubrirán por completo, pero
serán vientos nuevos aunque de tormentas viejas, sé que no es consuelo, pero en
cierto modo, reconfortan o sólo me conforman, puede que sea el caso.
Lo hago porque hoy he pensado
en ti, en mí, en nosotros; en ellos, en los vivos y en los muertos, esos que
yacen en las fosas del silencio y la locura; en la gran fractura que provoqué,
que provocamos… No, no, no pretendo justificarme, justificarte, a estas alturas
y después de tanto tiempo, creo que no hace falta. Nunca nos gustaron las
excusas.
Durante estos años me han
ofrecido otras cosas, muchas, algunas las he intentado, otras no me han atraído
en absoluto, ya sabes como soy de inquieta, me conoces bien y lo que no
interesa, sobra.
Ninguna de las que he ido probando
me ha llegado a llenar lo suficiente como para quedarme. Lo último ha sido un
proyecto de reinsertación social para las víctimas que nos ha dejado esta
crisis. Aunque lo pintan bien y es un proyecto piloto en esta zona, no termina
de completarme. Tampoco interesa a nadie, ¡cómo te lo cuento!
Nos estamos volviendo todos
locos de eso no me queda duda…¡Cuánta razón tenías!
Después de darle muchas
vueltas, he pensado en volver al exilio, al plato vacío, al muro sinvergüenza,
a la cárcel negra, a las torturas y al barracón. Necesito hacerlo porque quiero
sentir sobre la piel nuestros colores y ese tacto tan especial de la gente
pequeña, esa gente que con solo buena voluntad hace cosas muy grandes. Quizá sea,
porque en estos últimos tiempos sólo he conocido a gentes muy grandes
encapsuladas por propia estupidez en círculos muy reducidos.
Ignoro dónde y con quién
estás ahora, pero eso nunca supuso un gran problema para nosotros. Porque
siempre hemos sido como lagartos reposando al sol, dejándonos la piel en la
espera del momento preciso para poder ir, simplemente para luego poder volver y
explicarlo.
Porque echo de menos todo
eso y más… Te llamaré, pero esta vez te pido que si no podemos salvar a nadie,
no te quites las gafas con rabia para tirarlas por encima de los carteles en
las marchas negras, fue por lo único que desaparecí.
Apenas cruzó la puerta de cristal
Mercedes divisó a su hija: estaba ubicada en una pequeña mesa de mármol próxima
a los baños. Como muchas tardes de invierno, madre e hija se habían citado en
una cafetería. Era habitual que quedaran para charlar, de hecho tenían un día
estipulado para tal actividad, todos los jueves. Sin embargo, esa tarde era
martes. Isabel la había llamado al mediodía:
— Mamá, necesito hablar contigo, pero
no por teléfono, ha de ser en persona, quedamos a las siete en la cafetería
Pelayo.
Llegó nerviosa, cogió una silla y se
sentó frente a su hija.
— ¿Me vas a contar de una vez el motivo por el que me has citado con tanta
urgencia? – preguntó Mercedes.
Isabel no contestó, la angustia de su
madre era lo que menos le preocupaba, cogió su taza y de un largo sorbo se
acabó el café, se pidió otro y mientras lo traían, habló:
— Me voy a divorciar.
— ¿Cómo? ¿De qué estás hablando?
Víctor es el hombre perfecto, trabajador, detallista, buen padre…
Isabel la interrumpió:
— Tiene una amante.
— ¿Víctor?— preguntó Mercedes soltando
una carcajada —. No digas sandeces. Él,
te adora.
— No mamá, tengo pruebas — Isabel sacó
un sobre del bolso y se lo extendió a su madre—. Compruébalo tú misma.
Mercedes abrió el sobre y vio que
había unas cuantas fotografías. Las sacó y las observó detenidamente en
silencio, las fue colocando boca abajo sobre la mesa y dirigiéndose a Isabel le
dijo:
— Hija mía, no le des tanta
importancia, seguro que es sólo una aventurilla. Pronto se cansará de ella y
todo volverá a ser como antes.
Isabel estaba atónita. No podía creer
lo que su madre sugería.
— No mamá, no puedo perdonarle, esto
no.
— No seas ingenua, hija. ¿Acaso crees
que eres la única mujer cuyo marido tiene una amante? Cuando tu hermana y tú
erais unas niñas tu padre también tuvo una aventura.
— ¡No puede ser!
— Sí hija, sí, como lo oyes. Fue con
Paquita, la vecina que vivía en el sexto. Estuvieron juntos unos meses, luego
ella se mudó y ya no volvieron a verse.
— ¿Y por qué no te divorciaste?
— Pues por vosotras, hija. Por tu
hermana Rosita y por ti. No quería que crecierais sin un padre.
— Lo siento mamá, debiste de pasarlo
muy mal.
— Pues sí, hija sí. Pero ya ves, al final todo salió bien. La
aventura de tu padre con Paquita hace años que quedó atrás y ahora estamos
mejor que nunca. Hazme caso, no le digas nada a tu marido, sigue con tu vida,
actúa con normalidad, no le pidas explicaciones y olvídalo. Seguro que pronto esto
tan sólo lo recordarás como una pesadilla.
Para todos los males hay dos remedios: el tiempo y el silencio. Así que
calla y espera, todo pasará.
Isabel se quedó absorta,
reflexionando, tal vez su madre tuviera razón. Terminar tan drásticamente con
una relación de más diez años era algo demasiado precipitado y los niños...
Revolvía el contenido de la taza casi
vacía con resignación, mientras decidía darle otra oportunidad, pero sólo una.
Decepcionada, sorbió el último trago y le supo muy amargo, tan amargo como ese momento
de su vida.
Cosa rara pero hoy no voy a
recriminarte nada, no tengo ganas y además entiendo que la auditoría no fuese
clara, acabases en prisión y allí no se permiten los móviles, me hago cargo.
Aquí me tienes, sobre la
cama, muy incómoda escribiendo sobre papel y con un lápiz que me regaló mi
padre hace muchos años, aún vivía, se entiende porque muerto poco podía
regalarme.
Es bonita esa sensación del
grafito al rasgar mientras garabatea letras, está un poco seco, emite ese sonido
parecido a un suspiro ronco prolongado en el tiempo. ¡Es todo tan añejo!
El tema no sé por dónde
cogerlo, y si no hubiese recibido esa carta creo que estaría un poco más risueña
o no; estaría sola y sin todos estos fantasmas que se han levantado de entre
los muertos para rodearme. Sonríen irónicos, mientras te escribo y contemplan
este momento con miradas malvadas entre ellos, ignorándome, como si no
estuviera o como si no me diera cuenta. Son guasones pero no me molestan, deben
estar a gusto porque se han quedado todos y no cabemos en el apartamento.
La culpa es de esa maldita rueda
tuya del destino, que vuelve cargada de formas escurridizas pero repletas de
tanto significado, asustan cuando se vuelven asimétricas y las comprendes una a
una.
Bien sabes, que desde hace cinco
años me alimento de pequeñas ilusiones, en el día a día no hay cabida para las
grandes porque no son alcanzables, porque se acomodan, te seducen, te hacen suya
y luego te desilusionan con brutalidad y no hay grúa que pueda levantarte.
No desde que aquel me rechazó
por no ser lo suficientemente buena, apurando hasta el último día para decirme
que se casaba con otra. Ya, ya, ya sé que ha llovido y que el dolor y la
angustia han disminuido y que incluso respiro mucho mejor. No vayas a empezar
de nuevo con la retahíla al leer esto, que a tu compañera de celda no le importa
y a lo mejor hasta se molesta y te da una paliza y prolonga tu estancia.
Esta mañana la cartera que
hace fofuchas y las vende por face para sacarse un sobresueldo, ya sabes cómo
están los salarios públicos. Me ha hecho entrega de una carta muy extraña.
El sobre venía sin
remitente, supongo para que no se me ocurriera devolverla. La letra en negro,
fina, muy masculina e inclinada hacia la derecha, con excesivo rigor para mi
gusto.
La he abierto poco a poco, ¡parecía
tan frágil! Venía a decir que la relación del mentecato con su esposa se había
enfriado, que lo había engañado, cuánta razón tenía, se deshacía en disculpas y
me pedía una cita formal, tal y como hacían los antiguos, por escrito. Para
retomar la relación donde la dejamos hace cinco años.
La he observado durante algún
tiempo con incredulidad y finalmente la he colocado, porque no sabía dónde
ponerla, entre las hojas del diccionario chino del 55 que me regalaste. Es
bastante antiguo, una primera edición y otro aticismo de los tuyos, porque bien
sabes que mi máximo interés por la cultura oriental termina en los rollitos de
primavera del restaurante chino de la esquina. Y a eso me ha sonado, además de
llegar en frío y a destiempo.
Cuánta razón tenías al
decirme que para todos los males, hay dos remedios: el tiempo y el silencio,
estoy sorprendida, siempre pensé, aunque nunca te lo dije, que jamás le
encontraría el sentido práctico al diccionario chino. Ya puedes estar contenta,
yo lo estoy, porque finalmente pude hallarle utilidad a lo incomprensible.