Apenas cruzó la puerta de cristal
Mercedes divisó a su hija: estaba ubicada en una pequeña mesa de mármol próxima
a los baños. Como muchas tardes de invierno, madre e hija se habían citado en
una cafetería. Era habitual que quedaran para charlar, de hecho tenían un día
estipulado para tal actividad, todos los jueves. Sin embargo, esa tarde era
martes. Isabel la había llamado al mediodía:
— Mamá, necesito hablar contigo, pero
no por teléfono, ha de ser en persona, quedamos a las siete en la cafetería
Pelayo.
Llegó nerviosa, cogió una silla y se
sentó frente a su hija.
— ¿Me vas a contar de una vez el motivo por el que me has citado con tanta
urgencia? – preguntó Mercedes.
Isabel no contestó, la angustia de su
madre era lo que menos le preocupaba, cogió su taza y de un largo sorbo se
acabó el café, se pidió otro y mientras lo traían, habló:
— Me voy a divorciar.
— ¿Cómo? ¿De qué estás hablando?
Víctor es el hombre perfecto, trabajador, detallista, buen padre…
Isabel la interrumpió:
— Tiene una amante.
— ¿Víctor?— preguntó Mercedes soltando
una carcajada —. No digas sandeces. Él,
te adora.
— No mamá, tengo pruebas — Isabel sacó
un sobre del bolso y se lo extendió a su madre—. Compruébalo tú misma.
Mercedes abrió el sobre y vio que
había unas cuantas fotografías. Las sacó y las observó detenidamente en
silencio, las fue colocando boca abajo sobre la mesa y dirigiéndose a Isabel le
dijo:
— Hija mía, no le des tanta
importancia, seguro que es sólo una aventurilla. Pronto se cansará de ella y
todo volverá a ser como antes.
Isabel estaba atónita. No podía creer
lo que su madre sugería.
— No mamá, no puedo perdonarle, esto
no.
— No seas ingenua, hija. ¿Acaso crees
que eres la única mujer cuyo marido tiene una amante? Cuando tu hermana y tú
erais unas niñas tu padre también tuvo una aventura.
— ¡No puede ser!
— Sí hija, sí, como lo oyes. Fue con
Paquita, la vecina que vivía en el sexto. Estuvieron juntos unos meses, luego
ella se mudó y ya no volvieron a verse.
— ¿Y por qué no te divorciaste?
— Pues por vosotras, hija. Por tu
hermana Rosita y por ti. No quería que crecierais sin un padre.
— Lo siento mamá, debiste de pasarlo
muy mal.
— Pues sí, hija sí. Pero ya ves, al final todo salió bien. La
aventura de tu padre con Paquita hace años que quedó atrás y ahora estamos
mejor que nunca. Hazme caso, no le digas nada a tu marido, sigue con tu vida,
actúa con normalidad, no le pidas explicaciones y olvídalo. Seguro que pronto esto
tan sólo lo recordarás como una pesadilla.
Para todos los males hay dos remedios: el tiempo y el silencio. Así que
calla y espera, todo pasará.
Isabel se quedó absorta,
reflexionando, tal vez su madre tuviera razón. Terminar tan drásticamente con
una relación de más diez años era algo demasiado precipitado y los niños...
Revolvía el contenido de la taza casi
vacía con resignación, mientras decidía darle otra oportunidad, pero sólo una.
Decepcionada, sorbió el último trago y le supo muy amargo, tan amargo como ese momento
de su vida.
Muy buen texto. Difícil que decidir en una situación así.
ResponderEliminarAbrazo.
Hola Alejandra. Gracias por leerme. Sí, un momento difícil para la protagonista.
EliminarPor desgracia es una realidad. Buen relato. Me ha gustado mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias María. Me alegro que te haya gustado.
EliminarDiseccionas como un cirujano con su bisturí.
ResponderEliminarExcelente