viernes, 16 de enero de 2015

La suspicacia del inspector Gutiérrez



Vivo en un pueblecito de interior, donde nunca sucede nada pero no dejan de pasar cosas, y todo se debe al increíble recelo del inspector de policía que se emplea con verdadera vocación, sin menospreciar la colaboración de sus ineptos ayudantes.

A Gutiérrez lo trasladaron de la capital hace unos meses y me ha llegado a resultar bastante irritante, porque todo lo convierte en un acto delictivo de gran trascendencia; pienso que si fuese juez acusaría a todos los posibles sospechosos a la pena capital sin posibilidad de defensa. Demasiado tesón para esclarecer casos inexistentes, entre ellos: La sustracción de la bicicleta ebria, Los sumideros pasan inadvertidos al atardecer, La okupación fantasma de los sábados tarde y El moroso misterioso que recibía cartas de desamor, en este último fue demasiado lejos, se presentó en nuestra casa con una orden de arresto para llevarse a mi compañera de piso.

En Mayo pasado, Troska cogió pulgas y cuando me di cuenta, Zafiro, Perla y Morgana, eran parásitos propietarios sin escritura legal de animales como avituallamiento. Ante la gravedad de la plaga no me quedó más remedio que bañar a la perra y a los tres gatos.

Todo fue bien hasta que le tocó el turno a Morgana, una gata arisca como pocas. Con la rabia de cien felinos, al meterla en la bañera se enganchó con saña y dientes, me desgarró parte de la carne del antebrazo. Tuve que ir a urgencias y el doctor anotó en el informe: Agresión Animal. Se curó con los días, y aquello quedó en una anécdota sin más.

En otro orden, mi compañera tiene un mono de noche precioso, de raso negro con hombros al descubierto, al probármelo el antepasado año para el festejo de Nochevieja, y por exceso de pandero, lo rajé de arriba abajo, cosa que la disgustó bastante, pero no dijo nada. Con resignación lo guardó para una mejor ocasión.

Después de un año de pasar hambre y realizar ejercicios agotadores, conseguí rebajar los nueve kilos que me sobraban para meterme dentro del mono. Me lo probé y estaba perfecto, el rasgado seguía descosido, pero quedaba bien aunque enseñara hasta donde la espalda pierde su decoroso nombre.

Así es que mi novio Daniel, unos amigos, el mono y yo, decidimos pasar el fin de año en el hotel de Doña Juanita, aprovechando una promoción.

Después de una noche de cierto desenfreno estábamos durmiendo plácidamente, cuando a las seis de la mañana sonó la alarma del móvil que no habíamos desconectado. A las ocho volvió a sonar y para nuestra sorpresa, era el teléfono de la habitación, desde recepción me requerían.

— Señorita Sanz, el inspector Gutiérrez pregunta por usted.

Me quedé pasmada, temblando contesté:

— Ahora mismo bajo.

Con las lagañas pegadas y el mono negro como testigo, porque no bajaba. Daniel y yo, nos acercamos a los cuatro agentes de policías.

— Señorita Núria Sanz, tendría que acompañarnos a comisaría para tomarle declaración. — Ante mi cara de incredulidad prosiguió. — Se ha presentado una denuncia de agresión contra usted. — Mi novio nervioso, observado y conteniéndose, no sabía qué hacer, y paseaba de un lado a otro midiendo el hall del hotel.

Como pude, aclaré la apreciación inadvertida de “animal” y en ese estado hipnótico mi mente no paraba de pensar y me di cuenta de que todo había sido producto de su imaginación enfermiza y mi falta de empadronamiento, mientras mis ojos no podían apartarse de la cara decepcionada que lucía ese primer día del año el inspector Gutiérrez. En el fondo me dio lástima que se quedará sin sospechoso a quien detener.


Sonia Mallorca


*Todo parecido con la realidad no es pura coincidencia.



NOTA: La frase “y en ese estado hipnótico mi mente no paraba de pensar y me di cuenta de que…” de la novela “El diario de un hombre decepcionado” de W.N.P. Barbellion, es la que he usado para este cuento en el juego literario FRASELETREANDO, organizado por la comunidad ALMAS DE BIBLIOTECAS Y CINE.

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