jueves, 29 de enero de 2015

Tú, tu momia y yo


Andrea y Pau tomaban el primer café de la mañana, cuando les anunciaron que la momia egipcia ya había salido de camino al museo, y que en una escasa media hora la tendrían sobre la mesa de trabajo. Las caras demostraban que las relaciones entre ellos, no habían mejorado en los últimos días, desde que Pau puso su nombre encima de su compañera sin haber participado en el reciente estudio sobre los hallazgos de oro bajo las uñas de algunos monjes egipcios. Y aunque el humor no era para ir a  partir piñones juntos, se soportaban y se hablaban de modo cortés.

— Pau, antes que nada, tendríamos que hacer una toma completa, para saber a que nos enfrentamos.

La cucharilla iba golpeando los bordes de la taza mientras se meneaba en manos de Pau.

— Pues ya sabes. Prepara las placas y el equipo—. Chupó la cucharilla—. Ya me encargo de ir haciendo las primeras incisiones.

— Pau, el procedimiento es el de siempre, primero se hacen las tomas, se cotejan y luego se hace las cisuras precisas, pareces nuevo.

— Ya no soy nuevo en ninguna parte — dijo desfrunciendo el ceño—. Venga, vamos preparándolo todo que no tardará en llegar.

Mientras observaban las radiografías:

— ¿Ves eso? — Preguntó Andrea.

Pau la miró de reojo. No lo había visto. Eso le sorprendió. Él era el que tenía la plaza en el aquel laboratorio, y en él había reposado la confianza hasta que la doña rizos dorados, osó poner los pies en su sagrado suelo.

— Sí, ya lo había visto—. Contestó aún buscando.

— Parece una placa de metal.

— Si, posiblemente sea una placa. Pero si te fijas, no tiene un corte regular.

— Ya lo veo, ciega no soy — le respondió ella—. Por aquellas casualidades, ¿no sabrás copto?

— No hace falta que alardees.

— Parece ser que algo puedo aportar—. Dijo Andrea con recochineo.

A Pau eso le sorprendió y no pudo evitar que le viniese la imagen del cuello de la gallina que cayó en manos de su musculosa abuela. De inmediato, desechó la ocurrencia y ocupó sus pensamientos en otra cosa.

Andrea limpió y secó la placa y mientras la observaba detenidamente, Pau escribía un email a su jefe, de espaldas a ella, solicitando  que la cambiaran de ubicación, no la aguantaba.

—... No empi… no empieces… lo que no… puedes… puedes acabar.

— ¿Qué estás diciendo? — Le preguntó Pau con la sospecha de que lo había descubierto y mirando para atrás. — Me estás chuleando, ¿Verdad?

— ¿Por qué siempre piensas que todo lo que digo es para incordiarte?

— Porque desde que llegaste al departamento, se acabó mi paz.

— Siempre exagerando.

Pau se levantó como si la silla estuviese electrificada. A grandes zancadas,  y entre murmuraciones mal sonantes se dirigió al vestuario. Allí dio un grito apretando los puños, se quitó la bata, que quedó tendida en el suelo, y se puso a golpear un punch ball, con la foto de Andrea y una fregona Vileda girada a forma de rizos. 

Ahora se sentía tranquilo, el sudor se deslizaba por la frente, por el torso. Mientras se iba secando se repetía: “Este laboratorio es mío,  todo lo que hay aquí es mío”. Volvía hacia el laboratorio repitiendo: “Este laboratorio es mío,  todo lo que hay aquí es mío”. Se plantó detrás de ella, y se repitió: “Este laboratorio es mío, y el culo de esta es mío.”

Levantó la mano, y antes de que pudiera hacer posesión del culo, Andrea se giró diciendo, con cara de sorpresa:

Si tienes pensado tocarme el culo, no empieces lo que no puedes acabar.


Jaime Ros



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