Nací
en Brasil, mi nombre no tiene ninguna importancia. En ese país mi padre, un
gran hombre de negocios, supo hacer fortuna, por lo que crecí teniéndolo todo, ajena
a la miseria y adversidad de todos los que nos rodeaban.
A
los pocos años volvimos a España y se instaló a vivir con nosotros la única
familiar que teníamos viva, mi abuela materna, hasta hace pocos años que murió.
La
vida transcurrió con normalidad hasta estas navidades pasadas en las que recibí,
una extraña llamada telefónica de una tal Alicia, una chica que decía ser mi
prima y comenzó a narrar una historia increíble de una familia, la mía y que
desde siempre había desconocido.
Alicia
me contó que tengo tíos, primos y abuela por parte de mi padre. Estaba atónita
y necesitaba saber, comprender y aceptar. Me refirió que mi abuela residía en
una mala residencia, a falta de recursos para una mejor, y que había perdido la
cabeza cuando su hijo predilecto, mi padre, vendió el piso donde residían y
abandonándolos a su suerte, marchó a Brasil.
Pasadas
las fiestas me encaminé para conocer a toda esa rama familiar que desconocía,
tíos, primos, eran gente sencilla y trabajadora; y claro está, a mi abuela. Una
mujer delgada, nerviosa y totalmente ida. Me partió el alma en dos ver las
condiciones en las que vivía en aquel centro estatal para enfermos mentales. Me
dolió saber lo que mi padre había hecho y me decidí a hablar con él del asunto,
para que al menos pudiera devolver parte de lo que en su día robó pagándole a
su madre un sitio mejor.
— Si tienes pensado tocarme el culo, no empieces lo que no puedes acabar, esto te viene demasiado grande. No
hay más que hablar.
Esas
fueron sus últimas palabras aquella tarde en aquel café de aquella solitaria
calle, antes de que girara sobre mí misma, rota por la pérdida del ídolo, y me
alejará por siempre de su vida, dándole la espalda a él, dándole la espalda al imperio
que construyó con el dolor de otros. Mientras sobre la mesa, un vaso de cristal
se llenaba de diminutas burbujas guardando en el interior de cada una de ellas,
minúsculas fracciones de oscuros secretos y grandes rencores.
Laura
Mir
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