Siempre al acecho, preparada para cubrirnos con su negro manto. Se desliza ante nosotros, imperceptible incluso a nuestras miradas. Todo es un absurdo, para ella somos una representación teatral con la que, a lo largo de la vida, se regodea pensando:
Antes
o después, seréis mis trofeos.
Hoy le toca a él, un hombre falto de sensibilidad y
egocéntrico. Totalmente convencido de que todo gira a su alrededor. Un hombre
para el que las mujeres son un simple objeto de usar y tirar.
Se acercó a ella en
un bar musical, un local frecuentado por él con asidua frecuencia, seguro de
que conseguiría su propósito. Una noche de pasión que satisfaga sus deseos más
bajos y una conversación ostentosa cargada de pura palabrería. Sería una más de
sus cientos de conquistas.
Esta vez todo se le iría de las manos, los papeles
cambiarían, él sería la presa y no el cazador.
La invitó a una copa, ella aceptó, pensó:
Ya la tengo en mis
redes, ninguna de estas preciosas muñecas se me resiste.
Comenzó a desnudarla con la mirada, soñando despierto en
pasar sus manos por la delicada piel y el sedoso cabello de aquella diosa. Sus
pensamientos volaban hacia el lugar al que pensaba llevarla y en cuanto vio el
momento propicio se lo propuso.
Ella también esperaba ese momento, saboreando la estupidez
de su víctima.
Asintió encantada.
–Me encantará cubrirte con mi cuerpo- le contestó.
Se dirigieron a la salida. El aparcacoches les trajo el
precioso vehículo digno del mejor conquistador. Él le abrió la puerta con gesto
de gran caballero y la invitó a subir, se alejaron de la zona en dirección al
hotel.
No había mucha distancia, era su lugar de siempre, allí
disponía de aquella habitación a la que, una vez tras otra, llevaba a sus
conquistas.
Se sentaron sobre el sofá de plumas situado a los pies de la
cama y le sirvió una copa de Moet.
Él siguió con su lluvia de palabras sin sentido.
***
— Calla—. Ordenó la bella dama poniendo un dedo enguatado
sobre sus labios en señal de silencio. — Acabarás por desvelar todos los
secretos, y no es el momento. Demasiadas palabras dices, que expresan y
ocultan, cargadas de ofensas, impregnan de incomprensibles estas paredes.
Prefiero el silencio a tu verborrea. Os pronunciáis hombres pero en realidad
sois bestias. Humanos, disculpa que me ría, os creéis por encima de cualquier
ley natural y sois tan vulnerables que en uno de mis alientos dejáis de ser
TODO para convertiros en NADA.
Se acercó a la ventana, apartó la cortina y observó al mundo
a través del cristal.
— Dime una cosa simple mortal, porqué esa obsesión tan
vuestra de querer controlar el tiempo, mil formas de hacerlo y seguís
envejeciendo. No entiendo esa fascinación que sentís por algo que jamás podréis
dominar—. Se giró y lo observó—. Veo que te tiemblan las manos. ¿Tienes miedo?
La dama extendió los brazos sin esperar respuesta y
observándose las uñas por encima de los guantes, añadió:
— Durante mucho tiempo me parecisteis unas curiosas
criaturas y os envidié, quise ser uno de vosotros a cualquier precio, poder
sentir y ser capaz de emocionarme por una pequeña muestra de este maravilloso
mundo en el que habitáis, sentir la pasión cuando se ama, entregarse a la vida
sin reservas. Pero después de siglos y siglos anhelando esas facultades y ver
como desperdiciáis la existencia propia, muchas veces sin el más mínimo indicio
de aprecio ni voluntad, he acabado por decepcionarme por completo. Y estoy muy
cansada, demasiado cansada de ver tanta indiferencia.
De la mesilla cogió un cigarro puro y lo prendió, aspirando
el humo amargo que no la invadió. Se acercó al hombre recostado en el sofá y
exhaló, llenando la estancia de silencio, frío y oscuridad.
Nora Biel y Laura Mir
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