viernes, 30 de enero de 2015

Un poeta sentado en el borde del mundo



Sentado en el borde del mundo, siento la brisa suave, eterna hija del tiempo lamiéndome  los pies. Sueño mientras los balanceo sobre el abismo que se abre debajo de ellos, viendo como el mundo se hunde envuelto en la locura ignorante que le ciega, llevándolo por el camino de la perdición.

Es extraño ver, que lo único que permanece inmutable sea la roca escarpada que estoy utilizando de asiento, se diría que he sido elegido para poder contemplar el implacable destino que está a punto de acontecer. Puede que me haya convertido en el escribano de un tiempo que será un fin o, el incipiente nacimiento de una nueva raza de seres de los cuales nunca se podría oír algo como:

¡Si tienes pensado tocarme el culo, no empieces lo que no puedes acabar! ¡Generalmente antes de joderme me suelen besar!
¡Joderte yo! Antes me la corto…
Y varias lindezas por el estilo.

Que es lo que se están gritando los vecinos de al lado, arruinando completamente el momento poético en el cual me encuentro.

A veces me pregunto por qué me ha dado por escribir poemas, cuando podría escribir relatos soeces a puñados a cuenta de mi vecindad.

Bajaré a tomarme un cerveza mientras estos dos se deciden de una vez a hacer las paces, cosa que no sé si es mejor, total, se van a pasar parte del día aullando en la cama.

Solo es un día más en el edificio en el cual vivo.

Cuando venda mis poemas, esos que no me dejan escribir, y sea rico, lo tendré todo insonorizado, por estas.


Benjamín J. Green



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