Sentado
en el borde del mundo, siento la brisa suave, eterna hija del tiempo
lamiéndome los pies. Sueño mientras los
balanceo sobre el abismo que se abre debajo de ellos, viendo como el mundo se
hunde envuelto en la locura ignorante que le ciega, llevándolo por el camino de
la perdición.
Es
extraño ver, que lo único que permanece inmutable sea la roca escarpada que
estoy utilizando de asiento, se diría que he sido elegido para poder contemplar
el implacable destino que está a punto de acontecer. Puede que me haya
convertido en el escribano de un tiempo que será un fin o, el incipiente nacimiento
de una nueva raza de seres de los cuales nunca se podría oír algo como:
¡Si tienes pensado tocarme el culo, no empieces lo que no puedes
acabar!
¡Generalmente antes de joderme me suelen besar!
¡Joderte yo! Antes me la
corto…
Y
varias lindezas por el estilo.
Que
es lo que se están gritando los vecinos de al lado, arruinando completamente
el momento poético en el cual me encuentro.
A
veces me pregunto por qué me ha dado por escribir poemas, cuando podría
escribir relatos soeces a puñados a cuenta de mi vecindad.
Bajaré
a tomarme un cerveza mientras estos dos se deciden de una vez a hacer las
paces, cosa que no sé si es mejor, total, se van a pasar parte del día aullando
en la cama.
Solo
es un día más en el edificio en el cual vivo.
Cuando
venda mis poemas, esos que no me dejan escribir, y sea rico, lo tendré todo
insonorizado, por estas.
Benjamín
J. Green
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