Recuerdo que por aquellos tiempos corrían rumores sobre una
bestia grande y atroz, que destrozaba con sus fauces todo lo que encontraba en
su camino, el pueblo estaba atemorizado, las gentes corrían a meterse en sus
casas cuando el sol empezaba a caer y las sombras se alargaban.
Aquel día, estaba con mis ovejas, tuve un problema con una
de las churras y me recogí más tarde de lo habitual. Es por ese motivo que pude
verlo todo, y juro que es como lo cuento.
Las ovejas de repente quedaron en silencio, Tomás, el perro,
levantó las orejas, agachó el rabo y erizó el lomo. Ni siquiera el viento
ululaba, todo era estático por aquel sendero.
Tomás me cogía del brazo e intentaba que retrocediera, fue
tanta su insistencia y por miedo a que me mutilara para siempre, decidí llevar
al rebaño tras una gran roca y allí nos escondimos.
A los pocos minutos por la vereda vi que venía caminando una
niña sola, vestida con una caperuza, iba tranquila y ajena a esa quietud
inquietante que se respiraba.
A medida que se acercaba, pude agudizar la vista, y la
sombra que proyectaba se alargaba y engrandecía a la velocidad en que oscurecía
la noche; era cada vez más y más grande, hasta tal punto que se integró en la
pequeña y sólo era bestia.
En pocos minutos el brutal animal saltó por encima del risco
donde me hallaba y en un santiamén, lo que se tarda en suspirar, devoró a mis ovejas,
Tomás y yo temblábamos abrazados, fue una masacre, cuando sació su hambre me
miró por unos instantes, en sus ojos vi al mismísimo diablo, contuve el
aliento, noté el suyo, giró la cabeza y huyó.
Pasaron horas hasta que Tomás y yo pudimos reponernos, era
casi al alba cuando reemprendimos el camino al pueblo, con miedo y sin las
churras, y con la certeza de que volvíamos del mismo infierno.
Fue como os lo cuento – Dijo el pastor sin rebaño dejando
con mano temblorosa el vaso de vino sobre la barra del bar.
Laura Mir
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