Por donde pasaba crecía la maldad, la vida se marchitaba y la locura se apoderaba de los hombres, las ratas negras de las alcantarillas que raramente se dejaban ver, se lanzaban a la caza de cualquier cosa que se moviera, incluido a los pobres desgraciados que se encontraran solos por la calle, atacándolos en manadas enloquecidas por el olor a sangre, clavándoles los colmillos en los ojos y cegándolos para después, devorarlos vivos. Las madres arrojaban a sus hijos por las ventanas y se cortaban las venas, cuando no se intentaban matar entre ellas, como fieras sedientas de sangre mientras gritaban y morían maldiciendo a los cielos negros.
Se veía como las personas se agredían unas a otras con cualquier cosa que tuvieran a mano, mientras las fuerzas de la ley disparaban a todo aquel que se ponía a tiro, el caos más sanguinario se apoderó de la pequeña ciudad, que pasó de ser un lugar agradable a una especie de campo de batalla donde los cuerpos se pudrían en montones diseminados aquí y allá, sirviendo de alimento a los perros que se habían unido a aquella matanza, sin que nada ni nadie supiera muy bien el porqué de toda esa locura asesina.
Ya era la tercera ciudad donde se manifestaba aquella locura sangrienta, las autoridades del país no sabían lo que podía haber provocado tales matanzas y no tenían una respuesta lógica a todo aquello, era algo incomprensible, la preocupación y la paranoia empezaban a hacer acto de presencia en el país, nadie sabía lo que pasaba y porqué.
Pronto una cuarta cuidad fue arrasada por sus habitantes en otro baño de sangre. Se declaró la ley marcial en todo el país, que estaba siendo abandonado por millones de personas, nunca en toda la historia de la humanidad había ocurrido algo semejante.
Hasta que en la décima cuidad asolada, se encontró a una superviviente.
La historia que contaban no tenía ningún sentido, hablaban de una niña vestida de negro, acompañada por una gran bestia que a su paso hacia que la gente se volviera loca, una niña pequeña y agradable, de profundos ojos negros que sonreía al hablar y que cuando lo hacía mostraba colmillos afilados como los de un animal.
La bestia ya caminaba sobre el mundo de los hombres, nada se podía hacer para detenerla, con ella caminaba el infierno y, ese fue el final de la humanidad.
Benjamín J. Green
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