El breve vuelo del vestido rojo corto dejó su color difuminado
durante unos breves instantes en el aire, alumbrando su atención, haciendo que
cada onda del pelo anochecido de la mujer formase un mar de tormenta al alba de
su descubrimiento.
Sus manos quedaron temblorosas, mientras el café bamboleaba
dentro de la taza, manchada de carmín. Sintió que su interior se desplomaba,
que su mente se nublaba. Soltó la taza y el plato se mezcló con la
transparencia del café. Desanudó de un breve tirón la corbata de suave seda,
del color de la hierba recién cortada, que le apretaba el cuello. Veía las
imperfecciones en la limpieza de los cristales que hacían de pared en aquel
café de esquina, viendo la dolorosa nitidez de la escena. Los ojos eran un vaso
que no supieron contener el líquido en su interior, y podría definir en qué
punto exacto su corazón quedó atravesado, al igual que el sol atravesaba el
vestido rojo marcando la figura de una esposa al trasluz de las manos de otro
cuerpo.
No existen dudas más dolorosas que las que no puedes
preguntar, ni razones más insensatas que las que no puedes encontrar. Buscaba a
palpas, cómo un interruptor en lugar desconocido, las razones por las que
estaba viendo a su mujer justo a la puerta de salida de un hotel.
Hacía demasiado que la distancia era evidente, que no
conseguían estar más de cinco minutos juntos, que no quedaba el postre
inmaculado por culpa de la pasión. No discutían, porque ya no hablaban. Desde
hacía mucho tiempo él había encontrado refugio en su trabajo, dedicándole todas
las horas que podía y cada fin de semana, que se convirtieron en sumas
continuadas de la huída de su casa. Dudaba, mientras hacía esta reflexión cual
era la verdad. Su trabajo se convirtió en su amante. Su mujer era el esfuerzo
diario.
Mientras el taxi que le devolvería a su oficina transitaba a
ritmo de despedida, miraba las terrazas en la línea del horizonte de los
edificios, buscando una ventana que le mostrase las vistas de lo perdido, buscando
una nube con forma de pasado, y unas cortinas del color de sus labios tras la
copa de vino. Volvería a cenar sólo en una cocina junto al trabajo atrasado y
dormiría en la cama que se suponía a los invitados. Pero esa noche pensaría,
que dos habitaciones más allá, su mujer
dormiría abrazada a una almohada que no le representaba, y que en el gran
vestidor, descansaría un vestido rojo corto de vuelo, que hacía juego con todo
lo que había tenido.
Jaime Ernesto
Primera parte; http://libresrelatos.blogspot.com.es/2014/09/justo-en-la-puerta-de-entrada.html
Tercera parte: http://www.libresrelatos.com/2014/12/justo-en-la-puerta-3-parte.html
Primera parte; http://libresrelatos.blogspot.com.es/2014/09/justo-en-la-puerta-de-entrada.html
Tercera parte: http://www.libresrelatos.com/2014/12/justo-en-la-puerta-3-parte.html
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