El mar murmulla brusco sobre las peñas, a cada embestida las
disloca, parecen inmutables, casi no se percibe. En su retirada deja sobre
ellas, mal dispuestas, afeándolas, jiras de algas marrones, mancillándolas una
y otra vez, de la misma forma pero de incontables maneras. Una, otra y otra
vez, las abraza, las compromete, las cubre, y en su retorno, las abandona sin
mirar atrás.
¿Sentirán frío,
desnudas, mojadas y sucias como me siento yo? ¿Dónde está el origen de tanta
desgracia? Una de mis amigas las justifica diciendo que vienen de otra vida de
la cual ni yo ni nadie tiene conciencia, ¿fui mala, tal vez perversa y merecedora
de tanta oscuridad?
Como producto de
nuestras elecciones tomadas en penumbra, andamos a ciegas, perdida la visión
completamente, nos condenamos a una vida de tacto. Piel con piel, boca a oído,
mientras la noche gris sigue dentro de mí. No voy a dejar de existir pero no
voy a morir ni voy a sentirme mancillada y fría como esas rocas, porque estoy
convencida de que tengo que vivir.
— Princesa, si no te
entregas no llego, no me das acceso, por mucho que hablemos y te ronde, no
puedo sacarte de ese acantilado. Si tú mueres de alguna forma muero un poco contigo.
Todo se convierte en un caminar por angostos senderos sin mensajes de amor y poco
espacio para el corazón. Todo el sentimiento albergado se lo lleva el viento si
no confías, me haces sufrir porque nadie te querrá nunca como te quiero yo, y
aunque no forme parte de tu vida y la distancia sea tanta, te deseo lo mejor.
— Me pides una
revolución interna y no tengo fuerzas para hacer frente a plantar batalla,
estoy agotada.
— Caminemos, sólo te
pido eso, echar andar, paso a paso ¿Confías en mí?
— No. Sí… No sé.
— Estás confusa.
— Estoy sola.
— La soledad se
combate en compañía.
— No necesito
compasión.
— Es simple cariño.
Crees que sola podrás hacer frente y no dudo que así sea, pero el camino será
más llevadero si lo hacemos juntos.
— Me cuesta creerte
porque nadie da nada gratuitamente.
— Entonces eso no es
amor. Alguien me dijo que cuando dos personas se juntan algo nuevo nace.
— Seré tu broche de
oro.
— Y para qué quiero un
broche de esos si no suelo usar abrigos. Sólo quiero ser contigo lo que nunca
he sido.
— ¿Qué?
— Sólo alguien mejor.
— ¿No tienes miedo?
– Claro que tengo miedo,
es muy humano tener miedo, es mejor no blindar la puerta y dejar que entre.
— Ni siquiera sabes mi
nombre… y te entregas.
— Por increíble que
parezca ya estuve ahí. Y anduve solo, desterré a toda persona, dando la espalda
al mundo, y ahora me arrepiento porque el sendero fue muy duro.
La mujer desvió su vista del mar y lo miró con ojos tristes
y cristalinos, en ellos vio la persistencia y fuerza de Isis, y comprendió en
ese instante que se quedaría con ella y que se salvaría costase lo que costase,
aunque la recuperación fuera lenta, en su interior sabía que aunque no la
conocía de nada, la quería, mientras las olas, seguían con violencia bramando
contra las rocas.
Laura Mir
precioso, yo creo en la gente, se que existen, los que merecen la pena, no todo es negro, sigue escribiendo, me encanta.
ResponderEliminar¡Bravo! ¡Bravo! Por ti y por la mar brava. Por la mar brava y por ti.
ResponderEliminarHola Laura.
ResponderEliminarLas fuerzas del amor y de
la vida, generadas por
el mar, ventana a la esperanza.
Me ha gustado mucho este gran relato
que he leído con gran placer.
Un abrazo cordial.
Benjamín
Muchas gracias por vuestros comentarios, y sí, creo que en los malos momentos tendríamos que tender una mano a esa persona que lo necesita, y no la tendencia actual de huir. Me alegra que os haya gustado. Un abrazo.
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