— Madre,
¿quién era ese hombre que vino a casa esta tarde?
— ¿Qué hombre,
hija? — balbuceó Doña Dolores mientras intentaba enhebrar la aguja.
— El joven
caballero que ha recibido usted en el despacho. También le vi en el funeral de
padre. ¿Trabajaba para él? ¿Es un empleado? –inquirió con curiosidad.
Doña Dolores
se quedó paralizada. No pensó que su hija se hubiese percatado de aquella breve
visita. No supo qué contestar, de repente palideció, y sin decir nada, alzó su
mirada hacia Marina. Esta vez no tenía escapatoria, era una joven muy despierta,
y tan cabezota como su difunto padre, que Dios tenga en su gloria. Sabía que no
pararía hasta descubrir la identidad de aquel apuesto desconocido.
Desde el día
del funeral, Marina no había parado de pensar en él. Era un joven muy atractivo,
alto, moreno, con ojos de color avellana. Le recordaba a su padre en sus años
jóvenes, tal y como se veía reflejado en el retrato del salón. Le pareció muy raro
que estuviese allí, de haberlo visto
antes lo recordaría.
Su padre no había sido una persona muy
sociable, apenas tenía amigos y ella creía conocer a todos sus empleados. Tampoco
entendía por qué no se había acercado a dar el pésame a su madre como habían
hecho el resto de los asistentes. Además, tan pronto acabó el funeral,
desapareció sin dejar rastro, como si de un fantasma se tratara.
Tanta reserva
había despertado su imaginación. ¿Sería un nuevo empleado? ¿Algún proveedor?
¿Un acreedor al que su padre debía dinero? ¿O tal vez un familiar lejano
malavenido? Esto último lo pensó por el evidente parecido.
— Es tu
hermano, mejor dicho, tu medio hermano — dijo dirigiendo la mirada hacia la
ventana en un vano intento de esconderse de Marina.
— ¿Cómo? Es
una broma ¿verdad? Madre por favor, conteste.
— No, hija no,
es la verdad.
— ¿Pero cómo
es posible? ¿Usted lo sabía?
Doña Dolores
miró a su hija fijamente y dijo tratando de disculpar a su esposo y a sí misma:
— Algo había
oído, hace mucho tiempo, pero no estaba del todo segura y quise creer que era
tan solo habladurías. Fue antes de que tu padre y yo nos casáramos. Era tan
buen hombre, me adoraba, y siempre me fue fiel.
—Pero madre,
tuvo un hijo con otra mujer y no se lo dijo… Tengo un hermano mayor. ¿Nunca
intentó averiguar más acerca de esos rumores? ¿No sentía curiosidad?
— Sí, hija sí,
claro que sí. En muchas ocasiones quise preguntarle a tu padre, pero no me vi
con fuerzas. Tenía miedo de la verdad, en el fondo no quería saberlo. Él nos
quería y eso era lo único que importaba. Hija mía, algún día te darás cuenta de
que a veces es más fácil negar las cosas que enterarse
de ellas.
Ahora fue
Marina la que palideció. Nunca se le hubiese pasado por la cabeza algo como
esto. Su familia era muy conservadora y tradicional. Su madre una respetada
señora de su casa y su padre, un gran hombre de negocios. Ambos eran discretos
y muy religiosos, para nada el posible centro de atención de ningún escándalo.
Marina miró a
su madre sin saber qué decir. Una mezcolanza de sentimientos la invadía:
rencor, decepción, lástima, asombro, alegría. Se levantó y sin decir nada se
retiró a su dormitorio, necesitaba pensar. Sabía que aquella noticia cambiaría
su vida para siempre. ¡Un hermano! Aún le costaba asimilarlo. Tiempo, tiempo es
lo que necesitaba para aceptar el secreto de su padre.
*Este relato participa en el juego FRASELETREANDO de la comunidad ALMAS DE BIBLIOTECAS Y CINES con la frase de Mariano José de Larra: "Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas".
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