Aquel día era
diferente. Carlos lo había intuido cuando el infame despertador sonó. Se
levantó apresuradamente, se duchó, y casi a medio vestir, marchó corriendo a la
oficina.
Cuando llegó, el
portero estaba de pie en la entrada, leyendo el periódico como solía hacer cada
día. Unos pasos más adelante, estaba la recepcionista, hablando por teléfono
mientras se limaba las uñas. Y a unos metros, fotocopiando, estaba Alicia, la
chica que le había robado el corazón.
Alicia pertenecía
al departamento de contabilidad desde hacía unos meses. Recordaba aquel día
perfectamente porque al verla quedó prendado. Ambos trabajaban en diferentes áreas
y aunque se veían a diario, no había necesidad de entablar una conversación más
allá de un cordial saludo. Sin embargo, aquella mañana, Alicia le miró de forma
distinta, y sonriendo le dijo:
— Carlos, esta
tarde voy a realizar un taller de teatro para niños. ¿Te gustaría venir?
Claro que quería, no
había nada más que deseara en el mundo. Esa era su oportunidad, la ocasión que
había estado esperando durante tanto tiempo para aproximarse a ella. Balbuceando
respondió un casi imperceptible:
— Sssssí.
Aunque la jornada
transcurrió como de costumbre, a Carlos se le hizo eterna, sólo miraba el reloj
y apenas pudo concentrarse. A la hora de la salida se fue escopeteado. Quería acicalarse
antes de ir a la cita.
De camino a casa
no pudo parar de darle vueltas a la cabeza; soñaba con ella. Se imaginaba a
ambos entre aquellos personajes de ficción, formando parte de las historias y
decorados de la función teatral. Empezó a recordar los cuentos que le leían sus
padres de pequeño: Cenicienta, Blancanieves, La Bella Durmiente; en todos había
una bonita historia de amor como la que él deseaba protagonizar con Alicia.
Imaginaba que en el ensayo, él sería el príncipe y ella
la princesa a la que tendría que rescatar. Estaba convencido de que esa tarde era
la definitiva. Sabía que su cita sería un éxito, hasta había planificado
besarla. Se encontraba cavilando su estrategia cuando oyó un pitido; el
semáforo se había puesto en rojo y se encontraba en medio del paso de peatones.
Un conductor pitaba sin parar, mientras otro con la ventanilla bajada, le
gritaba:
— ¡Muévase hombre!
¿Está atontado? ¡Que le van a atropellar!
Carlos dio un brinco
del susto, y saliendo del embelesamiento, se apresuró a cruzar la calle. Siguió
caminando a paso ligero, quería llegar a casa cuanto antes, estaba ansioso por llegar
a la cita y poder por fin llevar su sueño de amor, de la fantasía a la
realidad.
Minerva
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