lunes, 2 de marzo de 2015

¡Por fin! ¡Nuestra primera cita!



Aquel día era diferente. Carlos lo había intuido cuando el infame despertador sonó. Se levantó apresuradamente, se duchó, y casi a medio vestir, marchó corriendo a la oficina.

Cuando llegó, el portero estaba de pie en la entrada, leyendo el periódico como solía hacer cada día. Unos pasos más adelante, estaba la recepcionista, hablando por teléfono mientras se limaba las uñas. Y a unos metros, fotocopiando, estaba Alicia, la chica que le había robado el corazón.

Alicia pertenecía al departamento de contabilidad desde hacía unos meses. Recordaba aquel día perfectamente porque al verla quedó prendado. Ambos trabajaban en diferentes áreas y aunque se veían a diario, no había necesidad de entablar una conversación más allá de un cordial saludo. Sin embargo, aquella mañana, Alicia le miró de forma distinta, y sonriendo le dijo:

— Carlos, esta tarde voy a realizar un taller de teatro para niños. ¿Te gustaría venir?

Claro que quería, no había nada más que deseara en el mundo. Esa era su oportunidad, la ocasión que había estado esperando durante tanto tiempo para aproximarse a ella. Balbuceando respondió un casi imperceptible:

­— Sssssí.

Aunque la jornada transcurrió como de costumbre, a Carlos se le hizo eterna, sólo miraba el reloj y apenas pudo concentrarse. A la hora de la salida se fue escopeteado. Quería acicalarse antes de ir a la cita.  

De camino a casa no pudo parar de darle vueltas a la cabeza; soñaba con ella. Se imaginaba a ambos entre aquellos personajes de ficción, formando parte de las historias y decorados de la función teatral. Empezó a recordar los cuentos que le leían sus padres de pequeño: Cenicienta, Blancanieves, La Bella Durmiente; en todos había una bonita historia de amor como la que él deseaba protagonizar con Alicia.

Imaginaba  que en el ensayo, él sería el príncipe y ella la princesa a la que tendría que rescatar. Estaba convencido de que esa tarde era la definitiva. Sabía que su cita sería un éxito, hasta había planificado besarla. Se encontraba cavilando su estrategia cuando oyó un pitido; el semáforo se había puesto en rojo y se encontraba en medio del paso de peatones. Un conductor pitaba sin parar, mientras otro con la ventanilla bajada, le gritaba:

— ¡Muévase hombre! ¿Está atontado? ¡Que le van a atropellar!

Carlos dio un brinco del susto, y saliendo del embelesamiento, se apresuró a cruzar la calle. Siguió caminando a paso ligero, quería llegar a casa cuanto antes, estaba ansioso por llegar a la cita y poder por fin llevar su sueño de amor, de la fantasía a la realidad.


Minerva


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