En un pueblo con ciertas pretensiones vanguardistas existe
un bar con axiomáticos aires argentinos, del que hace unos años era casi asidua,
por lo diario, pero dejé de ir. No por el café que era bueno, si no por el
personal que lo atendía. Si tenían ganas de ser amables lo ocultaban muy bien,
y te atendían sin cuidar el detalle. Por lo tanto, decidí pasar de largo y
celebrar mi ceremonial particular culto al café en otro sitio.
Hace unas semanas coincidí con unas amigas, clientas por
cercanía y simpatía, y decidieron ir allí, cosa que no llegué a comprender en
un primer momento, porque donde no me respetan ni pagando, pues que no, que no
voy. Pero fue tanta y tanta la insistencia que al final cedí. Y tengo que
confesar que me llevé una grata sorpresa. Conocí a un camarero muy, pero que
muy singular. Le pregunté su nombre, porque el servicio lo realizan personas y
las personas poseen nombre, y me dijo que se llamaba Juanca.
No hablaré mucho del local, porque ni es pretencioso, ni
posee por sí mismo ninguna notoriedad; sólo diré que está limpio y la comida es
buena, al igual que en muchos otros establecimientos. De lo que si hablaré es
de la simpatía y amabilidad del camarero. Rezuma por cada poro de su piel buen
trato sin fingimientos ni hipocresía, con esa verdadera alegría natural que
encandila, y un aguante que maravilla.
Pongo como ejemplo a mi apreciada amiga, que tiene la
habilidad de convertir un simple café con leche en una pesadilla, descafeinado
de máquina, muy caliente, corto de café, con leche semi, mucha espuma, con
sacarina y en taza de porcelana blanca. Juanca no dijo nada en un primer
momento, simplemente tomó nota mental de la solicitud, y al traer las
consumiciones nos dijo:
- Está todo como me lo han pedido, pero además me
he tomado la libertad de encarar la cucharilla a cuarenta y cinco grados a la
izquierda con respecto al meridiano de Greenwich. - Nos reímos por la gracia y el salero que
empleó, sin apenas molestarse, cuando en otros sitios hacia la misma solicitud
nos habían puesto cara de vinagre.
Y nos quedamos, todo el resto: la media tarde, cena y
posteriores visitas realizadas, transcurrieron de este modo tan célebre, alegre
y singular. Porque la singularidad no es la del local en sí, ninguno lo es, si
el trato del personal resta más que suma; si no el estilo propio y puro que con
su buen hacer realiza a diario Juanca, que de forma espontánea y con muy buen
humor, te hace sentir como en tu casa y por un breve rato, entre palabras, carcajadas
y café, te hace olvidar todos los
problemas.
Laura Mir
Real como la vida misma. Lo que cuentan son las personas.
ResponderEliminarBien por todos los Juanca de este bendito pais.
ResponderEliminarMe alegra mucho encontrar personas como JUANCA, atentas y con profesionalidad para, con una simple frase, hacer que tomarte un café sea lo agradable y placentero que significa sentarte con unos amigos y no pensar más que en disfrutar de una simple parada en nuestro día a día.
ResponderEliminarUn sí rotundo por esos profesionales, que los hay.
Sin la calidad humana todo se queda en agua de borrajas. El mío, descafeinado, de máquina y con leche, Juanca ;)
ResponderEliminarLo que se agradece un Juanca a primera hora de la mañana, cuando aún estás malhumorada por tener que madrugar. Todos las camarer@s tendrían que parecerse a ese.
ResponderEliminarSolo, cortado, con leche, semi, de soja, intenso, nube, caliente, frío, con hielo, decorado, espumoso, rápido, tarde, largo, descafeinado, doble, americano, de sobre, de máquina... sólo un café de tantos.
ResponderEliminarPero la simpatía, esa, siempre será única de cada uno.
Juanca, soy tu pesadilla, la del café, eres el.más mejor camarero del mundo. Pos ya está.
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