miércoles, 30 de abril de 2014

Paseo matutino



Es temprano, demasiado temprano para mí. Pero hoy, tengo que hacerlo.

Acabo de llegar de una noche de juerga con los amigos. Mi padre no se encuentra demasiado bien  y me ha dicho que tenía que sacar a la perra a pasear. Tiene razón, pero maldito bicho, vaya unas ganas que tengo de hacerlo. Así que la saco ahora, porque si me acuesto no me levanto.

Trato de poner mi mejor cara. Sé que los animales captan nuestro estado de ánimo, pero no puedo disimularlo. Se me nota el malhumor y el animal lo siente, pero parece tan tranquila como siempre.

Decido dar una vuelta rápida, que haga lo que tiene que hacer, y para casa.

Pasamos por delante de un bar camino del parque. Veo gente tomándose el café mientras esperan  el autocar o lo que sea para ir a trabajar, y me doy cuenta de que me miran. No me extraña, con la pinta que llevo y con la perra tengo que resultar de lo más chocante.

Oigo una voz dando el alto. Tardo un momento en darme cuenta de que es a mí, me giro y veo a dos policías que se me acercan, con cara de que tampoco les gusta mucho tener que madrugar. Supongo que son otros a los que les ha chocado mi pinta…

¿Qué hace? Pasear a la perra -qué pregunta más tonta, ¿es qué no la ven?-. Documentación. La liamos, ¿dónde la llevo?, no me acuerdo. Siempre la saco de la cartera cuando voy de copas, por si acaso. Empiezo a buscarla y uno me empieza a mirar mal, el otro cada vez tiene más cara de sueño. Me acuerdo de dónde la puse, en el bolsillo interior izquierdo de la chaqueta. Digo un “aquí” triunfal y con rápido gesto me dispongo a sacarla. Error. No sé que piensa que voy a sacar, pero el de cara de mala uva es más rápido que yo, me coge el brazo y empieza a retorcérmelo. Segundo error. La perra también es muy rápida, y además tiene dientes. Ya no me retuercen el brazo,  un policía grita de dolor, el otro de susto, y la gente que nos miraba desde el bar sale para ver mejor. Reacciono rápido, calmo a la perra, que suelta el bocado sin dejar de gruñir, pido perdón al policía  -no sé por qué, es culpa suya-, está cabreado, quiere matar a la perra, pero -Dios, gracias-, de entre los mirones sale mi vecino -estudiante de derecho que trabaja de estibador para pagarse los estudios-, y le comenta que no se olvide de poner en el informe que él empezó el altercado al ponerme la mano encima. El herido le mira como si también quisiera matarlo, pero el asustado, da un vistazo, ve la gente que hay expectante, decide que es verdad y se lleva al compañero para que lo curen.

Le doy las gracias al vecino, me dice que no es nada. Le comentó que con todo el jaleo no les he enseñado la documentación. Se echa a reír. Me dice que he tenido suerte, y se va a comentar la movida con sus amigos de café.

Estoy solo, solo con la perra. Le digo: “En vaya follón me has metido”, y ella me mira. Me mira con esa mirada mezcla de amor y deseo de saber si ha hecho bien, que no puedo soportarlo. Se me anegan los ojos de lágrimas y le digo: “Sí, has hecho muy bien, guapa”, le doy un beso en la cabezota, y me la llevo a dar un largo, largo paseo por el bosque que hay en las afueras del pueblo.


Basado en hechos reales




Albert Gran

7 comentarios:

  1. Me gusta como haces ir esta aventura con la perra, son tan nobles... Gracias por compartirlo con nosotros. Un besito.

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  2. Me ha encantado. Y también me encanta que los perros no reconozcan a la autoridad, y más cuando abusan de ella.

    Felicidades.

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  3. Gracias por los comentarios, me dan ánimos para seguir escribiendo, aunque reconozco que me cuesta bastante tener la inspiración necesaria.

    Saludos

    Albert Gran

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  4. Un relato muy divertido y bien contado, lo he pasado genial leyéndolo. ¡Gracias por compartirlo!
    Saludos

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  5. Muchas gracias Fernando por tu comentario, me alegro que te haya gustado.

    Saludos.

    Albert

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