Aún estaba el sonido del despertador
zumbando en mi cabeza, y yo en la esquina, con los mismos ecos de cada mañana,
entre coches y persianas que se alzaban. Hasta que fueron tus sandalias de
tacón, golpeando sobre el pavimento, como gotas de lluvia cayendo de mi cuerpo
empapado de sudor, los que me auparon de las sábanas.
Mientras el conductor del autobús mantenía
el pie sobre el pedal del acelerador; tu cuerpo giró la esquina, y no hubo
puñal que haya pasado por mi mano que en ese instante no sintiese clavado en mi
cuerpo. Pude verte por tan breve tiempo, que tuve tentaciones de arrancarme los
ojos para retener tu imagen. Casi percibí
tu aroma, como el celo que provocaste, y no hubo latido que golpeara mi pecho
que impidiera que te escuchase.
Tu pelo recogido en una cola de
caballo, se me presentó como pentagrama para inútil músico. Ese castaño, ese
color, es el que debería marcar los caminos de mi futuro. El color de tus ojos
es el que transparenta mis deseos, al igual que tu vestido, de puro blanco, se
hizo translúcido en mi imaginación. Se caerían esos tirantes, atados con un
lazo que mis dientes quisieran…
¿Te imaginas ese nudo de deseo atado a
mi cuerpo presentado como un regalo para ti? ¡Tus dientes cogiendo de unos de
sus extremos mientras tu nariz me roza!
¡Qué bendita es la inocencia cuando no
sabes la noche que me hiciste pasar!
Qué fuese tu lengua la que separara
mis labios, y yo, poder concentrarme en el aroma. Ese olor que se condensa en
toda una noche, que se prensa como flor seca en libro, entre tus sábanas que no
conocen del tacto de mi piel.
Imagino un pezón tímido, asomando por
escote marcado por el tirante que ya ha caído. La luz, de cuando aún no ha
amanecido, trajo un despertar, una nueva imaginación, un nuevo bautizo, para
una coronilla ya escasa de nada que la bendiga.
Cada mañana mi rodilla se clava en esa
misma esquina. Mis labios, más acostumbrados a salivazos de fulanas, besan la
palma de mi mano, acariciando el suelo que pisas. Estoy allí, con los ojos
cerrados, encarado hacia las sombras que forman las montañas para intentar
distinguir el aroma que has dejado a tu paso, o para formar una cruz entre
pecho, frente y abdomen, si el destino tuvo a bien que fuese rápido. Siempre
ahí, retenida en mi imaginación, aun conociendo la mitad del verano, como
estampa otoñal, de baile flácido con las costuras descosidas entre todos mis
dedos, y dientes que nunca se forjará tijera que tanta ansia contenga. Ese
baile que forma una hoja en su caída, como debe hacer tu melena cuando buscas
un arroyo para calmar tu sed. Tu brazo erguido, como lo que ahora mismo tengo
entre mis manos, como dirigiendo al resto del universo, buscando la armonía de
planetas que no caen y almas que no saben levantarse.
Jaime Ernesto
Un relato muy intenso, que deja entrever pasiones desbocadas y arrepentimiento a partes iguales. Una historia evocadora y pasional. Enhorabuena, me ha gustado.
ResponderEliminarSaludos
Gracias por publicarlo, me hace sentir cuando lo leo la intensidad de la ensoñación de tenerla pero por otro lado la frialdad de no tenerla en realidad. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn beso
Un corazón hirviente, perforado y sumido en la fantasía. Un saludo.
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