Existen días que piden recogimiento. Una manta, un café
humeante apretado con fuerza entre las
temblorosas manos. La única iluminación que se desprende es la de la pantalla,
y escuchar la humedad del día. El sol
estaba en todo lo alto pero se me presentó en la línea del horizonte. Enfrente,
cegador, agrandando luces, proyectando sombras, saltando lágrimas de unos ojos
medio abiertos, como si fuese la misma sal sobre piel abierta.
No existe mayor día de lluvia que cuando un sol vivo
difumina una vida huidiza.
Se movían los
labios, sí, y hasta en la profundidad de mí ser cada frase iba formando una rayuela
pero esos cuadros de tiza eran un caos. Yo no era capaz de lanzar la piedra sobre un número con forma de esperanza.
Intentaba ordenar mis ideas, digerir la noticia, colocar el pasado en
una secuencia lógica que pudiera comprender, saber cómo podía haber llegado
hasta allí. Buscar entre sus pausas si existía un futuro, y entre sus palabras
qué sería de mi presente. Pero quién puede ordenar una baraja, si las cartas
están boca abajo. Daría tanto por encontrar la carta marcada, pero en una
habitación con olor a desahucio y desahogo no se pueden hacer trampas.
Y el sol insiste en entrar a latigazos por la ventana.
No sé por qué ahora
es cuando tengo que venir a traicionarlos. Ahora, que sentarse alrededor de una
mesa es tener al alcance todo lo que se quiere, tengo que venir a retirar la
silla, arañando el suelo con las patas de metal, levantando un chirrido que se
cuela por cada espalda, cambiando gestos a dolor. Los segunderos comienzan a
descontar, sin tener la decencia de llegar al mediodía de una vida, hecha de
cariño y libertad.He de separarme, con pasos de tacón sobre punta, que el
ruido no despierte a la misericordia, sin levantar una mota de polvo que se
cuele en un ojo haciéndolo vidrioso. La debilidad que siento se ve en la
mirada, y no puedo permitir que me lean los ojos. Prefiero ser traición a ser
sufrimiento, que el hueco que dejo se vaya rellenando sin demasiadas excusas.
Que las vistas me traspasen. Quiero ser el transparente vidrio de la ventana de
este hogar. Aislarles, del frío, del calor, del ruido, de la tormenta, pero al
igual que ese cristal, quiero ser invisible y que tal vez, quede una huella de
sus dedos sobre mi piel.
No quiero que me comprendan, es darles ventaja en una
batalla que no les corresponde. La explosión que va revolviendo mi interior ha
de ser sólo mía. Aquí el séptimo de caballería viene con bata blanca, y no
existe más trompeta que el grito que desgarra mi garganta sin más testigo que
la soledad y las piedras. Ese indio es sólo para mí, porque a él sí que lo voy
a mirar a los ojos, verá donde queda mi fuerza, se verá derrotado porque no
supo elegir a su enemigo. Nació cobarde. Será su cabellera la que narre la
heroicidad de una amazona aferrada a una
crin que galopa a contraviento.
Me ha prometido, y yo me he correspondido, que serán unos
meses, sólo unas estaciones, que las espinas harán que brote sangre de mis
dedos, que existirá ese reflejo de llevármelos a la boca, donde la saliva
sanará y dará fuerzas para coger este bolígrafo, de la misma forma que ahora,
con el que os cuento. Así será, porque sentiré de nuevo todo el calor del sol.
No volverá a existir una tormenta que encoja a estallidos mi
corazón.
Me ha resultado conmovedor. Ese relato en primera persona tiene mucha vida. Felicidades.
ResponderEliminarMeses de transparencia durante un proceso duro y personal... Me gusta mucho como lo has hecho ir. Muchas gracias por compartirlo.
ResponderEliminarBesitos.