Recuerdo muy bien aquellas noches de verano, cuando
extendíamos una manta sobre la arena fina de la costa, nos tumbábamos juntos
observando las estrellas, mientras con tu índice las señalabas y me indicabas
el nombre de casi todas ellas, te las sabías tan bien.
Me dijiste que el universo siempre estaba en pleno
movimiento y te pregunté si la luna y el sol no paraban nunca a descansar, aún recuerdo tus
carcajadas que duraron un buen rato.
Otra de aquellas noches te pregunté por qué la marea dejaba
sobre la orilla aquellos maravillosos tesoros envueltos en algas que nadie quería
excepto nosotros. Sonreíste y empezaste a hablar, con el ceño fruncido y la
mirada perdida en el horizonte, sobre unas extrañas botellas con mensajes en su
interior que la gente desesperada tiraba algunas veces al mar. Aquello suscitó
mi curiosidad y desde aquel día estuve mucho más atenta en nuestras búsquedas. Pero,
por desgracia, y por mucho que escudriñé entre tantos objetos, no encontré
ninguna.
Ahora sé que por aquella época lo estabas pasando mal y
dejaste para protegerme muchas palabras guardadas y bordeadas de silencio.
Te pregunté tanto y tanto por ellas, que un día me hablaste
en serio de esas misteriosas botellas, me
dijiste que todas tienen que abrirse. Aunque ignoremos lo que hay en su
interior, aunque no tengan etiquetas indicativas, aunque sean sacadas de entre
las olas del mar. Hay que abrirlas. Algunas estarán llenas de nada, otras de
cosas inútiles, alguna puede que esté llena de sentimientos y conceptos
distintos a los tuyos que puedan dañarte. Pero tienes, recuerda bien, que
descorcharla igual, porque todo es experiencia y todo sirve. Pero llega el día
que menos esperas, ese en que te has dado casi por vencida en el que encuentras una botella medio enterrada en la
arena, brillando desde lejos por los rayos del sol. Y es en esa, en la que no
buscabas, en la de por casualidad, en la que te cuesta un poco desenterrar,
donde se encuentra todo lo anhelado.
La esperanza nunca es pequeña, me dijiste, puede que un poco
gris por esas nieblas nuestras que nos impiden ver más allá, pero pequeña nunca,
no la menosprecies. La esperanza, al igual que la ilusión o el sueño, por
diminuta que nos parezca es en realidad enorme, porque te mantienen aquí, te
hacen luchar cada jornada, hasta que un día te das cuenta de que has podido
sobrevivir sola a la adversidad.
Hoy me veo aproximándome despacio a la profundidad de este océano
de agua y sal que nos separa, para entregarle a las olas una de esas
fantásticas botellas de las que me hablaste, con un mensaje escrito en su
interior para ti:
Laura Mir
Precioso
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Muchas gracias por tu comentario. Saludos.
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