domingo, 13 de abril de 2014

Esperanzas Embotelladas




Recuerdo muy bien aquellas noches de verano, cuando extendíamos una manta sobre la arena fina de la costa, nos tumbábamos juntos observando las estrellas, mientras con tu índice las señalabas y me indicabas el nombre de casi todas ellas, te las sabías tan bien.

Me dijiste que el universo siempre estaba en pleno movimiento y te pregunté si la luna y el sol  no paraban nunca a descansar, aún recuerdo tus carcajadas que duraron un buen rato.

Otra de aquellas noches te pregunté por qué la marea dejaba sobre la orilla aquellos maravillosos  tesoros envueltos en algas que nadie quería excepto nosotros. Sonreíste y empezaste a hablar, con el ceño fruncido y la mirada perdida en el horizonte,  sobre  unas extrañas botellas con mensajes en su interior que la gente desesperada tiraba algunas veces al mar. Aquello suscitó mi curiosidad y desde aquel día estuve mucho más atenta en nuestras búsquedas. Pero, por desgracia, y por mucho que escudriñé entre tantos objetos, no encontré ninguna.

Ahora sé que por aquella época lo estabas pasando mal y dejaste para protegerme muchas palabras guardadas y bordeadas de silencio.

Te pregunté tanto y tanto por ellas, que un día me hablaste en serio de esas misteriosas botellas,  me dijiste que todas tienen que abrirse. Aunque ignoremos lo que hay en su interior, aunque no tengan etiquetas indicativas, aunque sean sacadas de entre las olas del mar. Hay que abrirlas. Algunas estarán llenas de nada, otras de cosas inútiles, alguna puede que esté llena de sentimientos y conceptos distintos a los tuyos que puedan dañarte. Pero tienes, recuerda bien, que descorcharla igual, porque todo es experiencia y todo sirve. Pero llega el día que menos esperas, ese en que te has dado casi por vencida en el que  encuentras una botella medio enterrada en la arena, brillando desde lejos por los rayos del sol. Y es en esa, en la que no buscabas, en la de por casualidad, en la que te cuesta un poco desenterrar, donde se encuentra todo lo anhelado.

La esperanza nunca es pequeña, me dijiste, puede que un poco gris por esas nieblas nuestras que nos impiden ver más allá, pero pequeña nunca, no la menosprecies. La esperanza, al igual que la ilusión o el sueño, por diminuta que nos parezca es en realidad enorme, porque te mantienen aquí, te hacen luchar cada jornada, hasta que un día te das cuenta de que has podido sobrevivir sola a la adversidad.

Hoy me veo aproximándome despacio a la profundidad de este océano de agua y sal que nos separa, para entregarle a las olas una de esas fantásticas botellas de las que me hablaste, con un mensaje escrito en su interior para ti:

Cómo me gustaría que en estos días negros estuvieras de nuevo aquí.


Laura Mir

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