miércoles, 2 de abril de 2014

Marina, Sergio y el sapo

Había llovido, el pavimento estaba húmedo y los bancos situados a lo largo de toda la ancha acera estaban mojados. No había donde sentarse, ni tampoco muchas ganas de hacerlo. Caminaba con paso apresurado por la calle desierta y fría, quizás como si llegara tarde a una cita. Sólo se oía el eco de su pisada firme y el ruido de algunas gotas que de vez en cuando se estrellaban contra el suelo. La noche cerrada la acompañaba.

La vi pasar desde mi ventana. Era Marina, la chica que vivía en el edificio blanco de la esquina, la de sonrisa franca y ojos tristes, rodeados de esa aureola en los párpados que dejan, como huella de su paso, las lágrimas incontroladas y el dolor.

Recordé mi encuentro casual de hacía unos días con ella en la biblioteca, curiosamente los dos íbamos a buscar el mismo libro, La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Yo lo tenía en las manos y ella me preguntó si me lo iba a llevar. Yo le comenté que sí, vi su cara de desilusión y, con un gesto caballeroso por mi parte, se lo cedí. Yo lo había leído hacía muchos años, pero no sé por qué extraña razón me apetecía volverlo a leer. Me lo agradeció con su bonita sonrisa.

Sin pensarlo mucho, cogí mi chaqueta y salí corriendo escaleras abajo tras ella. Adónde iría tan aprisa, mi intuición no me estaba fallando, era cierto lo que pensaba. Aceleré el paso.

-        Marina! Espera! – Casi le grité en medio de la calle.

Se paró en seco y se giró hacia mí. Tenía el rostro arrasado por el dolor. Sentí cierta punzada lacerante en mi interior, preguntándome qué podía pasarle a esta mujer que supuestamente lo tenía todo, un completo conjunto de realidades que hacen que la vida sea dichosa. Ella, sin duda lo tenía, lo poseía si no todo, casi todo, quizás lo único que le faltaba era tan doloroso e insoportable como para encontrarse en ese deplorable estado.

-        Marina, ¿terminaste de leer el libro?. – Le dije lo primero que se me ocurrió.

-        ¿A quién le importa tanta palabrería facilona? ¿Las decisiones que tomamos importan? ¿A quién? – Me preguntó con un ligero tono desdeñoso, mientras corrían las lágrimas por sus mejillas.

-        A ti misma. – Le contesté. – Todo lo que vives y como lo vives es producto de tus decisiones.

La así del brazo y la conduje a la única cafetería que sabía que estaba abierta a esas horas, dos calles más abajo. Durante el trayecto no hablamos, simplemente oíamos el sonido sordo de nuestros zapatos sobre el asfalto.

Entramos en el pequeño local de vidrios empañados. Estaba vacío. Nos sentamos en una mesa para dos, al fondo. Pedimos café que nos sirvió un camarero soñoliento.

Abrió su bolso y sacó un paquete de cigarrillos. Cogió uno nerviosa y se lo puso en los labios temblorosos. Buscó y rebuscó el mechero, pero no lo encontró. Con calma le presté el mío.

No hablamos durante un rato, nos limitamos a mirarnos. Hasta que ella rompió el silencio.

-        Dime una cosa Sergio. ¿Por qué hay hombres que se comportan como verdaderos hijos, y perdona la expresión, de mala madre?.

Me explicó una historia personal sórdida y llena de mentiras con un hombre al que en realidad amaba. Él estaba atrapado desde hacía muchos años en un matrimonio de honor rutinario y aburrido, donde los dos cónyuges se engañaban mutuamente. En cierta manera él la utilizaba, le regalaba los oídos para luego quedarse en nada, se sentía fatal y por momentos se desesperaba, creía que acabaría perdiendo el rumbo, llevaba años con esa relación improductiva. Creía que era el hombre de su vida, y estaba harta de darle besos a un sapo que solo se convertía en desdicha y sufrimiento. Pero lo amaba y no entendía la forma con la que actuaba, se sentía muy mal, tanto que no tenía ganas de continuar. Lloraba, con ese llanto sigiloso por lo que ya es irreparable.

-        “Hacen falta muchas razones para morir, pero solo una para seguir viviendo”.  – Le dije. – Déjame que sea una de esas razones importantes para que tú sigas aquí.

Hoy, escribo estas palabras mientras observo su cuerpo al otro lado de mi cama, no puedo evitar pensar las veces que Marina se enfrentó al mar embravecido de sus sentimientos y salió victoriosa, con cicatrices, pero viva; sin duda ha aprendido a base de golpes que lo más difícil de la vida no es vivir, si no hacerlo con cierta dignidad. 

Quizás algún día Marina teniéndome a mí pueda olvidar al sapo que surgió de un salto de la profundidad del mar oscuro, el de sus propias mentiras.

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Querida, la naturaleza, el tiempo y el destino me han enseñado que no todo dura eternamente, en muchas ocasiones las maravillosas verdades de ayer son las dolorosas mentiras de hoy, pero lo peor de todo esto es entender las razones de un malsano comportamiento, y asimilarlo.


Laura Mir

2 comentarios:

  1. ME HA GUSTADO MUCHO.

    La rutina en las relaciones personales matan más almas que las propias armas. Cadenas invisibles, remordimientos, memoria de un tiempo que da paso a nuevos encuentros. Así es la vida de los emparejados a largo plazo.

    Saludos

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    1. Muchas gracias por tu amable comentario Carlos y nos alegra que te haya gustado.

      Saludos.

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