Me miro en el espejo y sólo puedo verlo a él, no sabía que
el mas allá sería esto, un simple contador conectado a mi corazón, no sabía muy
bien para que servía, cuando me desperté, estaba ahí, ahora sólo me quedaba
esperar, lo que sí me preocupaba un poco era el número que aparecía en el
display “34038”. Se ve que la tecnología también había llegado hasta aquí, sí, tuve que coger número para poder entrar a la
antesala del purgatorio y cuando por fin me tocó, me llevaron directamente ante
el diablo, el cual me informó de lo que tenía dispuesto para mí, por mi mala
vida y mis afrentas al estamento religioso, que como bien era sabido por todos,
sólo tenía pena de infierno.
Mi ahora jefe me confesó que le sabía mal tener que
condenarme, que la religión y él no tenían buenas relaciones, pero que había un
contrato que le obligaba a castigar a los que se mofaban de su celestial y
encumbrado colega. Y como no podía sustraerse de lo firmado, me condenaba por
reincidente, cansino y descreído, solo que no iba a ser apaleado ni torturado,
iba a estar confinado en un lugar con otros y otras como yo, hasta me guiñó el
ojo con sorna. Eran buenas noticias, no me iban a abrir en canal ni nada que se
le pareciera, así que seguí algo más tranquilo, al guardián que se me asigno tenía
pinta de filósofo griego.
Seguimos un largo pasillo, con innumerables puertas a los
lados, todas numeradas y al llegar a la 666 el filósofo se paró, abrió la puerta y esperó a que entrara.
Cuando esta se cerró, vi que me encontraba en un pequeño salón donde había un
par de personas sentadas en unas butacas, se parecía mucho a la sala de espera
de la consulta de cualquier médico, saludé a los presentes y me senté. De
repente una voz que salía de un altavoz me nombró, al mismo tiempo que se abría
una puerta en la cual no había reparado. Un poco receloso me encontré en una
sala inmensa y cuál fue mi sorpresa cuando la encontré atestada de purpurados,
santos, santas, patriarcas, profetas, papas, cardenales, santones e iluminados
de todos los colores, razas y religiones, no me lo podía creer, este cabrón de diablo
se había reído de mí con guiño incluido.
Pero lo peor es que todos me estaban mirando, como cordero
para sacrificio, y vi en sus ojos el ansia por convertir, subyugar y convencer,
casi me desmayo. De repente un hombre se me acercó, o sea un tipo más bien como yo, contador en
el pecho incluido. Después de haberme saludado me llevó junto a una especie de
cabina de cristal y me informó que los números del display no eran los años que
iba a pasar allí, eran los números de los que tenían que sermonearme por tantos
años de desprecio a las religiones, que sólo podría salir de la cabina cada dos
mil sermones y que lo sentía mucho por mí. Iba a negarme rotundamente a aquello,
pero antes de darme cuenta estaba encerrado y ya se estaba acercando el primero
de ellos con cara de loco furioso y con pinta de un Savonarola a punto de ser
conducido a la hoguera.
Llevo cincuenta sermones, ya no puedo más y el cristal sólo
refleja mi angustia, a la par de todo lo que me queda por escuchar... 3988
sermones.
Por hereje estoy bien jodido y por ateo convencido, así me
veo.
Benjamín J. Green
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