Ni siquiera había anochecido y estaba realmente cansada,
había tenido un día terrible. Llamada tras llamada, consulta tras consulta,
urgencia tras urgencia; pero una en especial de última hora, que había durado
más de dos horas entre la vida y la muerte, habían mermado todas mis fuerzas.
Llegué a casa arrastrando de mí misma, me tumbé en la cama,
sólo por unos instantes simplemente para reponerme. Cuando me di cuenta estaba
soñando, y mientras soñaba, soñaba que soñaba que me había dejado la luz
encendida, las gafas puestas, el libro sobre el regazo y la aguja con la que me
recojo el pelo y siempre termino clavándomela, en la mano.
Por un instante pensé que la escena era grotesca y
descontrolada, precisaba con urgencia ser inmortalizada, nunca me había pasado
algo así, por lo que abrí los ojos, conecté el ordenador y empecé a escribir,
dejándome llevar…
Volví al mismo árbol, como hago siempre, para cambiar las
flores marchitas, abrazarme al tronco para sentirme un poco más cerca de ti, y
gritar en alto tu nombre:
— ¡¡¡SERGIOOOOOOO!!!
Pero todo era diferente, la carretera estrecha y tortuosa ya
no era la misma, ni las florestas, ni los boscajes, ni los árboles, ni siquiera
el árbol, el maldito árbol no estaba allí. Los colores eran distintos, más
vivos y los aromas más suaves. Giré a mí alrededor por si me hubiese equivocado
de lugar, pero no era así, la casa de la loma seguía en el mismo sitio,
enmarcada por un impresionante cielo azul, desfiguraba el horizonte con
altanería e insolencia. No entiendo cómo después de tanto tiempo, de tantas
veces como había ido, nunca lo había apreciado. Despertó mi interés y emprendí el
sendero hacia la cancela.
A medida que me aproximaba llegaban los sonidos a
chiquillería, risas, juegos y algarabías de bocas infantiles.
Pude verlos bien tras la verja, jugaban, reían, eran felices
y emanaban nueva vida.
Estaban todos, todos aquellos niños mutilados que salvamos
de las minas.
Y entonces caí en la cuenta, comprendí, pude comprender por
fin tus palabras ante tantas quejas: Nunca
somos por lo que tenemos, ni siquiera somos por lo que creemos, somos, y
escucha bien, sólo somos, por lo que hacemos.
Me giré, no quise molestarlos y comencé a desandar el
camino.
Desperté plena de una emoción que no puedo definir, es como
si lo sintiera cerca, muy cerca, casi en mi interior, como nunca lo había
sentido estando en vida.
Fuera había anochecido; me quité las gafas, cerré el libro,
me recogí el pelo, apagué la luz y abracé con fuerzas mis piernas. Y con la
cabeza recostada entre ellas, consideré lo que construimos juntos en aquellos
campos de refugiados, en aquél ardiente desierto en guerra, plantando cara a la
muerte, fue donde en realidad fuimos,
cerré los ojos y comprendiendo, la herida de mi pecho cicatrizó, y por fin,
pude llorarte.
*****
¿Recuerdas
cuando rodábamos por las dunas hasta que nuestros cuerpos chocaban en un rincón
del desierto?
Estuve
mucho tiempo en lo alto de la duna contemplando las islas de arena rodeadas de
sus propias sombras. Hasta que me dejé caer por la ladera buscando entre
caricias, a piel suave, entre enfermedades y lucha, una velocidad que diera un
sentido a los criminales ecos de cada fatalismo. Mi velocidad se tuvo que
reducir a cero. Cumplí. Sólo fue eso, que mi vida plena tuvo que decir adiós.
Ahora no sé
saber decirte que estoy bien, ahora no sé saber decirte que el sol ya no me
quema, que vivo en una constante puesta de sol. Ahora no sé hacer para que la
luz que tanto me llena te atraviese, ahora no sé hacer que la sombra que es tu
dolor se convierta en el primer rayo del día.
Intento
comprender por qué es mi nombre el que se desgañita en tus noches de desvelos,
mientras es pura placidez la que me ha llegado tras mi muerte.
Quisiera
que bailaras bajo la lluvia del desierto, como cuando tus pies descalzos se
iban hundiendo bajo los granos que no soportaban tu peso, quisiera volver a ver
tu pelo mojado aplastado en tu cara quemada por el Sol, y que de ahí, de esa
agua, de esa sonrisa, volvieran a salir las Reinas del Desierto, volviera a
brotar tu risa que bien valía la condena de mil noches de desierto.
Deja, entre
bailes y risas, que el agua que nos besaba desde el cielo, vaya limpiando cada
grano de dolor que se adhiere a tu alma, que se quede en su lugar, en el suelo
del desierto, bajo las estrellas que nunca supimos contar, porque era nuestro
calor el que nos protegió del frío de cada día que allí vivimos.
Deja que
sea lo que soy, comprende y deja ahora, que sea libertad.
Sonia Mallorca y Jaime Ernesto
No hay comentarios:
Publicar un comentario