jueves, 23 de octubre de 2014

Haciendo camino - Relato a 5º Concurso Arma una Historia basada en una imagen


Siempre pensé que la vida era un sueño dentro de otro sueño, de los cuales solo se podía hablar susurrando en un lugar que estaba mucho más allá de nuestros sentidos. Un lugar con un pozo al cual debía uno asomarse y hablar muy bajo, si no querías que el eco te dejara sordo. Me gusta desplazarme hasta allí a menudo, me paseo, pienso, intento vislumbrar algo del futuro o vuelvo a recordar cosas del pasado, allí el tiempo no existe, no hay prisas, la palabra ruido no tiene ningún significado, estoy en paz conmigo y con lo que me rodea. Un lugar al fin al cabo que no existe más que en la imaginación de los filósofos.

Cierto día de un principio de otoño, mientras escribía, se sentó a mi lado una tristeza pasajera, que se puso a hablarme de su vida, sueños y fracasos. Por educación la escuché un rato, hasta que me cansé y decidí irme a dar una vuelta por el páramo yermo, donde se encuentra mi pozo de los susurros. Cuando me asomaba a él, alguien me empujó, era esa mala pécora de tristeza la que lo había hecho y mientras caía me gritaba que así aprendería a no dejarla con la palabra en la boca. Caí y caí durante lo que me pareció una eternidad, dejé de ver, sentir y oír mientras me hundía en la oscuridad, hasta que perdí el conocimiento.

Cuando lo recobré, estaba tendido sobre un mullido colchón de hiedra que formaba un camino que discurría en medio de una llanura de tierra oscura, el cielo extrañamente claro estaba lleno de estrellas, donde una de ellas parecía hacer de sol, como un foco. Que alumbraba algo que desde aquí se adivinaba mas allá en el camino, no se distinguía muy bien, pero parecían ser dos siluetas, una de ellas debía ser un hombre, la otra era más pequeña, así que decidí acercarme un poco más.

Efectivamente la silueta alta era la de un hombre y la pequeña era la de un perro, el camino se acababa allí, a los pies del hombre. Él y su perro estaban inmóviles, vueltos hacia la luz de aquella estrella, todo estaba en silencio, era un poco tétrico.

Me acerqué aún más, y sorprendido me fijé que la hiedra subía por el lomo del animal, por las piernas y brazos del hombre, era como si ellos fueran el camino o el camino les hubiera hecho a ellos, como algo simbiótico. No sabía muy bien qué hacer, ellos no se movían y yo estaba un poco asustado, pero seguí acercándome, mi curiosidad podía más que el miedo. Cuando por fin llegué a su altura, ellos seguían sin moverse, parecían dos estatuas que de alguna manera aparentaban respirar y estar vivas. Sólo cuando estaba a punto de rebasarlas, el hombre volvió la cabeza y me miró.

Existe un lugar apartado del tiempo donde no hay nada, tan sólo una tierra yerma bajo un cielo extraño donde una estrella brilla más que las demás. Ese es el escenario donde transcurre la vida de un hombre, que a medida que avanza deja detrás de él un camino, para que los que una vez le hubieran conocido o amado, pudieran seguir sus pasos y enseñanzas.

Cuando el hombre me miró, reconocí a mi padre y a su último inseparable compañero. Entendí que mi momento había llegado, debía coger el relevo, a mi lado ahora está mi perro y miramos hacia el brillante futuro, mientras la hiedra crece y seguimos haciendo camino para los que un día vengan a relevarnos.


Benjamín J. Green

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