Estoy en un lugar de mi vida en el cual, tengo más pasado que futuro y que puedo elegir lamentarme por ello o alegrarme por lo que me queda. No siempre tengo claro cual de las dos cosas hago ni por qué lo hago. Cuando me encuentro en ese intermedio en el cual ni una cosa ni la otra existen.
Hay días que me invade esa cansada lucidez, que me cuenta
cosas que ya conozco y recuerdo, que pesan tanto como el mundo que llevo a mi
espalda cansada y torcida por el tiempo que pasa indiferente a mis negros,
tristes y caducos pensamientos.
Otros son claros como las mañanas de primavera, donde el sol
brilla y calienta esta mente joven que solo contempla el horizonte o el lugar
donde se juntan el cielo y la tierra, que me llama y me promete que todo será
del color de los sueños que aún están por llegar, pero no llegan.
También existen aquellos por los cuales uno camina, sin
pasado ni futuro, mirando a través de los ojos de otros, que a su vez hacen lo
mismo hasta el infinito que no existe y que se pierde en los confines de lo que
nunca podrá ser, de lo que nunca es y de lo que nunca fue.
Los años malos y buenos se mezclan en esa batidora que se
llama existencia, que todo lo masca y que acaba siendo algo que te acompaña por
el sendero que conduce a Yggdrasil, el árbol de la vida, guardián de la
sabiduría y del destino, esperando a que las hilanderas del hilo infinito que
guía tu vida se cansen de ti, y lo corten.
Días de pasados, futuros e inciertos, se van turnando en la
rueda que nunca para de girar, llevándonos en su baile enloquecido por las
edades que nos toca vivir, reír o llorar, sin que nada puedas hacer, más que
seguir girando hasta que un día te caigas de ella y pases a formar parte del abono
que hace que el tiempo florezca los frutos, esos que nunca podrás probar ni
saborear.
Cuál es el aliciente que hace que te levantes por las
mañanas para seguir caminando, aunque sea a regañadientes, dolorido y exhausto,
decepcionado por lo que te rodea, hastiado de la esperanza y de las promesas
incumplidas de los tiempos. No lo sabes o quizá no te importe, sólo hay que
poner un pie delante del otro hasta que caigas por el abismo, que seguro más pronto
que tarde, se abrirá bajo tus pies.
Hoy caminas erguido ligero como la brisa que te lleva en
volandas hacia la luz del nuevo día, siguiendo la pista a los sueños de
felicidad y de locura compartida con la conciencia recién lavada y perfumada, hoy
vistes de nuevo, enseñando la eterna sonrisa del que cree firmemente en la
bondad y en la verdad de lo que le rodea, pisando fuerte por la senda del que
sabe que todo va a salir bien sin mirar hacia atrás.
Todo esto sería maravilloso si fuera humano, pero solo soy
un androide con forma humana, con un corazón digital, que está a la vista de
todo el mundo, que por alguna razón desconocida es capaz de soñar, sentir o
imaginar. Me siento tan solo entre los míos, tan despreciado por los humanos,
que cuando observo mi imagen reflejada en un cristal con ese display que enseña
los años de mi corazón de metal, además de la tristeza de mi mirada, me refleja
un corazón destrozado a pellizcos.
Sólo deseo que se apague de una vez para poder descansar.
Sonia Mallorca
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