domingo, 19 de octubre de 2014

La Dama de Agua




Aquella tarde Clara estaba nerviosa, su padre volvía de un viaje de negocios después de una semana, resultaba insoportable aguantarla, arriba y abajo, saltando. Su abuela para tranquilizarla la hizo sentar a su lado y comenzó a contarle una historia:

— Hace algún tiempo, en un bosque cercano donde hay un río, vivía en sus profundidades, una linda Dama de Agua, de larguísimos cabellos negros y ojos cristalinos. Por la noche se sentaba en una roca a la luz de luna y con un peine de plata se peinaba y esperaba, durante el día era un mirlo negro y hermoso.

— ¿Qué esperaba abuela? ¿Qué es un mirlo? ¿Por qué era un mirlo? ¿Es en el bosque de al lado? ¿Es en el río del bosque?...

— Tantas preguntas no sé si podré contestarlas, ya se me ha olvidado la primera. Mira, te cuento la historia y luego me haces todas las preguntas — la niña asintió con la cabeza — Estas mujeres son muy raras de encontrar porque son escasas; pero son de una tal belleza que hechizan a los hombres, los enamoran, para tener descendencia.

— ¿Qué es enamorar abuela? ¿Y la descendencia?

— Enamorar es querer a alguien y la descendencia son los hijos que tiene la pareja, como tu padre y tu madre.

— A mamá no la conocí.

— Murió al nacer tú — dijo la abuela con pesar en los ojos mirando a aquella chiquilla de tez traslúcida — Sigo con la historia. Pues una de ellas, una noche conoció a un hombre y se enamoró perdidamente de él, cosa que una Dama de Agua no debe hacer jamás, porque nunca tienen niños, sólo engendran niñas que se llevan con ellas al fondo del río, porque son niñas tan especiales como ellas, de día pájaros y de noche mujeres acuáticas. Pero está se enamoró perdidamente, hasta el punto de que cuando tuvo a la niña por el amor que sentía hacia su pareja, la dejó a su cuidado, sacrificando el amor que una madre puede sentir. La excusa que puso es que quería que conociera los dos mundos, porque llegado el momento, la niña tiene que volver al lecho del río, al llegar al final de la pubertad se vuelven inmortales.

— ¿Qué es el final de la pubertad, abuela? — preguntó Clara ya más calmada.

— El final de la pubertad es cuando una niña deja de ser niña y se convierte en mujer.

— ¿Eso me pasará a mí?

— Eso nos pasa a todas.

— ¿Cuándo?

— Llegará un día que tu corazón te dirá que estás preparada para aceptar el amor de un hombre. Ese día, habrás dejado a la pequeña niña que eres, y serás una hermosa mujer.

Clara se quedó pensativa. No entendía que pudiera existir más unión que la que la unía a su padre y a su abuela. Los nervios volvieron a activarse, y corrió a la ventana en busca de una nube de polvo que le indicara la proximidad de su padre. Bajo la coreografía rítmica de los vencejos, vio que el momento ya llegaba, estaba a punto de llegar.

Corrió hacia la puerta.

— Clara — dijo su abuela interrumpiendo su carrera. – Dame un beso.

Dudó un segundo, y a la misma velocidad, corrió hacia a su abuela a darle un abrazo, mientras ella acariciaba toda la largura de su pelo. Al salir, dejó que entrara toda la luz por la puerta que quedó abierta.

Mientras el rugido del coche cesaba, y se escuchaban los gritos enérgicos de la niña, la abuela estrechó entre sus manos aquel peine de plata, que su hijo trajo junto a su nieta recién nacida.



Sonia Mallorca y Jaime Ros


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