Hay muchas maneras de sentirse, pero en la situación que
estoy viviendo actualmente puedo afirmar que es de extrañeza, como si lo extraño no fuera ya
suficientemente raro, inhabitual e increíble; cuando piensas que nada puede
sorprenderte, el destino te da un revés con mano vuelta mostrándote con todo
lujo de detalles, lo equivocada que estabas.
Heredé esta casa señorial de dos pisos, al fallecimiento de
mi abuela paterna, junto a un pequeño montante en efectivo que no llegaba para
cubrir por completo su restauración, por lo que opté por pagar los tributos,
rehabilitar la planta baja, adecentar un poco el jardín y darle una buena
podada a la salvaje hiedra que amenazaba con cubrirlo todo. Acabadas las obras
y en espera de un golpe de mayor fortuna, nos instalamos hace unos meses mi
perro Chasco y yo.
Todo parecía ir bien, pero me sentía como si en la casa
hubiese alguien más. No, no es que faltase nada, pero notaba que las cosas a la
vuelta del trabajo no estaban tal como las había dejado, y por las noches en la
planta superior se oían ruidos, pero en las casas viejas ya se sabe, todo cruje.
Ni puertas, ni ventanas forzadas, todo cerrado para aumentar la intriga.
Día tras día, vivía con la sospecha, y antes de que la
paranoia me afectara por completo y acabaran encerrándome en un psiquiátrico, seguí
el consejo de un compañero de trabajo e instalé una cámara detectora de
movimiento, de esas que se ponen en marcha y echan fotos por segundo.
Cuál no sería mi sorpresa al revelar las casi dos mil fotos,
cuando en las últimas instantáneas aparecía un hombre mayor, trajeado y bien
peinado junto a mi perro Chasco. Entonces me di cuenta de que ese señor con tan
buena planta, vivía en mi casa, a unos metros por encima de mí.
Por un momento pensé en llamar a las autoridades y que ellas
se encargaran, que para eso están. Pero por otro lado y ante este carácter
romántico y mistérico que me posee, quería conocer a toda costa, la identidad
de mi carismático inquilino, exento de alquiler.
Preguntando por el pueblo, aquí y allá, a las porteras por
vocación más que por oficio, me enteré de que mi abuela vivía con un amante,
todo un caballero de los de antes, educado y galante, caído en desgracia, pero
que le dio compañía y calor en sus últimos años, del cual nosotros no teníamos
menor noticia.
A su fallecimiento, ante el talante intransigente y egoísta
de mi padre, por nadie ignorado y para evitar mayores sufrimientos a la familia,
la buena mujer decidió no dejarle nada a ninguno de los dos, y legarme la
totalidad de sus bienes, con la esperanza de que pareciéndome a ella en su
compasión y por caridad humana, diera cobijo y abrigo a ese hombre.
Ya han pasado varias semanas de este descubrimiento, y como
si no pasara nada, que sí que pasa porque es muy extraño, los dos hacemos
nuestra vida haciendo que nos ignoramos por completo. Existiendo un nexo de
unión entre ambos, mi perro, mejor dicho, nuestro perro Chasco, que parece que
ha adoptado al caballero, por el cariño que le profesa.
Cuando creen que estoy dormida, hombre y perro salen a contemplar
las estrellas, pero en realidad les observo desde mi ventana, dándome cuenta de
la forma curiosa con que la hiedra crece, tupida, espesa y con fuerza salvaje, custodiando
los velados secretos, por todo el jardín.
Sonia Mallorca
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