Soy de mente distraída.
De no saber de concentraciones más allá de este segundo, que en el siguiente ya
me he perdido. Así, cuando mi cabeza no me lo pide, no dejo escapar una
oportunidad de tener papel para dedicarme a rayarlo. Lo hago en reuniones
inútiles, en conversaciones telefónicas o simplemente cuando tarda más de la
cuenta internet en cargarse. Mi desconcentración se hace dueña dejando el
protagonismo entre dibujos distraídos.
Así, ante un papel en
blanco voy escribiendo cualquier cosa, y cualquier cosa significa exactamente eso, cualquier cosa.
Puedo escribir mi nombre, de múltiples formas, Nombre, nOMBRE, Erbmon, Nombre, Nombre. Escribir
aquello que no sé si es por pronunciación, o es por ser una búsqueda oculta,
“Camino”, escrito cientos de veces, una detrás de otra. Escribo frases, que ni
sé cuáles son, simplemente alguien las pronunció y las plasmo en los trozos
blancos que vayan quedando. Voy dibujando, como una casa, o dibujo un fondo marino, que
eso es cuando creo que me ahogo. Dibujo flores, o figuras que figuran que no
son nada, sombreando, de oscuro degradado a claro. Hago estos trazos, al igual
que podrían ser números, e incluso oraciones. Pero resulta que soy más bien de carácter
descreído. No creo en dioses, ni demonios. Por no creer no creo ni en el alma.
Como puede doler tanto
algo en lo que no se cree.
Tiendo a querer creer
que el dolor es eso. Un folio en blanco que se ha ido rellenando de dolores
distraídos, porque nadie en su sano juicio lo rellenaría usando el más mínimo
de concentración. Se colma el alma en el pliegue de sus verdades, de que es
imposible tenerla doblada y guardada. Se quedan impregnados los nombres que no
debieron escribirse nunca, pero que ahí quedan, escritos de cualquier forma,
porque son dolorosos hasta cuando se recuerda del revés. El dolor que lo que no
se supo encontrar, o que nunca fue la verdadera búsqueda, “Camino”. Frases que
se quedaron en el más puro nada, o en nada debieron quedarse. De lo interesante
que se perdió o no se llegó a conquistar, de lo que se degradó a tanta
velocidad de claro a oscuro. El ruido del avión al despegar, que te hace
encorvarte, de cuclillas, tapándote los oídos para que el dolor no te llegue
tan adentro. Todo cabe en un folio si se rellena de dolor.
Quieres creer que se
puede pasar a la siguiente hoja, pero esa página sólo es el reverso, y ves, que
los trazos caerán inevitablemente sobre las marcas que se trasparentaron, sobre
las marcas apretadas del otro lado. No puedes borrarlas, ni metiéndola en agua,
que los dolores distraídos se irán emborronando, mezclándose unos con otros,
sin saber dónde empieza uno, dónde acaba el otro. Ahí, de mis raras creencias,
quiero creer que no quiero que nadie venga a borrarlos, que el folio ya nunca
estará nacido blanco, y aunque así fuese, sólo serviría para que viniesen
nuevos dolores distraídos a rellenarlos.
Anónimo
*Música: Aquarela - Toquinho
Gracias. No diré más, para qué? Si luego resulta que todo acaba siendo un borrón en un triste trozo olvidado de papel. Un millón de gracias!:)
ResponderEliminarNúria A.
Me ha recordado a aquellos dibujos que hacía en colegio en los apuntes o el libro: figuras, tachados en negro, palabras escritas sobre palabras. Muchas gracias.
ResponderEliminarY digo yo, no sería más fácil prenderle fuego a los dibujos dolorosos del pasado?... También se pueden dibujar mariposas que dicen que simbolizan la transformación. Bromas al margen, es un buen relato, gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn abrazo.