domingo, 1 de junio de 2014

Esa planta, esa Luna y esa ventana




De aquellas cosas que nunca piensas cuando te desperezas en la mañana, ni lo haces cuando se regresa, tal como se regresaba. Era una pequeña planta, mortecina, pocha, en una pequeña piedra enraizada. La cogí sobre dos de mis dedos, mientras volteada se balanceaba.

La dejé en un antiguo cenicero como si fuese cultivada por un cáncer traicionero, con la poca humedad que a sus raíces tenía enganchada, y le puse capas de tierra, de otra planta, que no fue fiel a esta estancia. La regué, la puse bajo la ventana, que no le faltase luz, ni aire, ni una gota del agua que primavera condesara. La ventana quedaba al lado del sillón de las reflexiones que fueron mal pensadas. Allí me senté, a mirarla, a contemplar cómo resaltaba, tal como estaba, medio muerta de ser abandonada. Iluminaba aquellas vistas tan apagadas. De la estantería que guarda polvo y acumula páginas, cogí un libro, que quise que el azar dictara, puse el dedo en una línea, que pudo quedar más arriba, que pudo quedar en nada. Le leí, a la pocha planta, y fue la casualidad quién quiso que fuese entre versos que respirara, entre bellas palabras, palabras para amarla.

Vi que el tallo se ensanchaba, que cogía aire, con cada golpe que las sílabas arrastraba, y  sus diminutas hojas mi aire inspiraban. La tierra, humedecida como estaba, se alzaba y bajaba, señal que las raíces palpitaban. Quería verla crecer, de la noche a la mañana, pero me retiré, que del cansancio de volver a la vida descansara. La dejé bajo la ventana, a la luz de la desnuda Luna, que su brillo la arropara.

Me levanté por la mañana, y los regañadientes, en mi sorpresa, quedaron en la cama. El comedor parecía que de pintura tenía una nueva capa, que aquel desorden que tanto clama quedó en orden, alrededor de una planta que por ventura fue salvada. Mojé dedos en agua, como si fuese para bautizarla, y sobre ella los puse para que el agua resbalara. El agua hacia la tierra bajaba, haciendo espirales, como si un bolígrafo probara. Salí por la puerta, y en verdad, yo en mi casa, me quedara, pero resultó que la colonia de la vecina, que tanto apestaba, la encontré de mi agrado, quizá por una planta que las vistas iluminaba.

Caminé como si me acercara, pero en realidad me alejaba. No vi gente malhumorada, ni conductores con mala gaita, ni si quiera oí que un claxon sonara. También se me escapó, y sigo sin comprender por qué, si había alguna planta más que estuviese pocha, mortecina o con la raíz en la acera mal enraizada.

De aquellas cosas que nunca se piensa cuando se regresa, tal como se regresaba, las pensaba aquel día cuando el sol ya se despedía. Las pensaba porque el ansia mis prisas empujaban, de llegar y hablar entre paredes que son siempre tan calladas. Allí llegué, y allí me senté para que mi dedo de tinta se manchara mientras yo exhalaba para que ella inspirara. Cuanto más aire salía y entraba, más la tierra se alzaba. Cuanto más rico era el verso, mejor respiraba, y si era de palabra hermosa, su respiración, se entrecortaba. Si era entre mis palabras, que de nuevo el verde encontrara, como no quería, que de tal alegría, mi corazón empujara.

Era por eso, por eso pienso que sería, que sería por eso, que una noche, cuando tras la ventana a la Luna un velo un tercio cubría, no fue poesía, fue canción, que a la planta le cantara. Fueron muchas las noches, que entre música la cuidara, y sólo para ella yo bailara. La tierra entre vibraciones se mostrara, tanto que el cenicero pareciese que se trasladara.

Si fueron palabras, canciones, música y lo que le bailara, lo que hizo que la planta una nueva vida trobara, que no haría, si mi sangre la alimentara. Un pinchazo sentí para que sangre y tierra se mezclara, para verde y rojo se fusionaran, tantos pinchazos sentí hasta hacerla crecer y de ventana y Luna yo me olvidara.

De aquellas cosas que se piensa en un sillón de reflexiones mal dadas, pensaba que era mía, porque de mi aire respiraba, porque de mis palabras palpitaba, de mis canciones bailaba y de mi sangre se acrecentaba.

De aquellas cosas que nunca, nunca se piensa cuando se regresa, tal como se regresaba, pensaba que estaría cuando yo llegara, pero resultó que ya se sintió fuerte, pero no se sintió bien enraizada, y desapareció por esa ventana, bajo esa luna de la cual yo ya ni me acordaba. 



Jaime Ernesto


* Música: Donde todo empieza - Fito y fitipaldis



4 comentarios:

  1. Un texto muy bien llevado.Con un pretexto tan sencillo y natural como una planta nos hablas de cierta soledad, del renacer y de alzar el vuelo. Desde mi punto de vista, logras una fábula más que notable sin ninguna pretensión vana.

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  2. Es precioso. Muy poético. Felicidades.

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  3. Recoges un corazón partío , lo sanas y lo abrigas del frío, cualquier noche persiguiendo a la Luna se te escapa por la ventana, mal negocio. Algo hacemos mal, creo que debemos ser un poco más egoístas y no dar tanto que al fin y al cabo agradecen poco.

    Al margen de "arriba" y no digo leer en el techo, es un buen relato, muy trabajado y con cierto aire lírico. Insisto, aunque real como la vida misma.

    Un beso

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  4. ¡Me encanta esa forma tan sutil de decir las cosas!
    Un abrazo

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