viernes, 13 de junio de 2014

Formas arrastradas por un pincel



Fue un tropiezo de tantos, de no levantar los pies por no conocer prisa que le empuje. Nunca se lo había planteado, su imaginación nunca le había llevado a intentar conquistar formas arrastradas por un pincel. Cuando vio el lienzo la interrogación se escurrió dentro de su pantalón, subió recorriendo su espalda con un calambre que fue a morir en su nuca.

Entró con decisión, como si fuese verdad que un pasado futuro pudiese cerrarse ante sí. Escogió ese lienzo, y no quiso otro, quiso ese, y quiso el pincel que le acompañaba, y las pinturas que se arrastraban bajo el caballete que le apoyaba. Se sintió caballero en busca de aventuras, aunque las aventuras fuesen con pies inamovibles, y sobre caballetes, y la princesa se tuviera que conquistar vistiendo el blanco.

De lo que nunca se quiso aprender nunca se supo, es por eso que su imaginación tiraba de cojera sin muleta en la que apoyarse. Fue cogiendo los diminutos tubos de pintura y empezó a dejar pegotes sobre la blanca pared. Los fue cruzando, mezclándolos, negros con blancos, amarillos con rojos, marrones con azules, hasta que la pared se perdió entre borrones degradados de colores. Sólo quedaron diminutos espacios del color original, como si la pared fuese de ganchillo, como si pudiese entrar los paisajes, empaparse de color y estamparse solos en el lienzo.

Si aquel manto que descansaba sobre el caballete era un castillo que derribar, era indudable que su princesa debería habitarlo.  Se sentó frente a la pared, a observar cómo eran los colores que adornaban el mundo. Nunca hubiese pensado que la vida pudiese tener más color que el gris. Habló con sus defectos, los mismos que zancadilleaban su coja imaginación. Se fue presentando a cada uno de ellos, para que los enemigos no sitiaran el castillo.

Pintó unos pómulos de suave melocotón, donde deslizara la aspereza. El pelo de color cobre, que bajase los humos al oro del que quería llenar sus entrañas. La piel fue en rosa pálido, del color de la misma vida que no tenía, de buscarla sólo con una pierna sana. Pensó en el negro para vestirla, pero quedaba muy alto en la esquina de la pared,  la vida trae muchas sombras para esconderse, mejor la frescura del melón, que traiga nuevos aires, que se puedan llenar los pulmones como cuando se abre la nevera. A los ojos, un toque de felicidad fugaz le vendría bien, de ahí no le importó ponerse de puntillas sobre un taburete de tres patas para poder alcanzar el color deseado. Los labios los quiso repasar con el color de su propio corazón pero las manos eran demasiado inexpertas para que tomasen esa forma y ese tono. La sonrisa quedó de comisura dormida, quedando abajo, cuando se quiso arriba. Vio que los ojos podían tener el color de la felicidad, pero su forma era la transparencia del reflejo de un cristal.

No quiso que ningún sol fuese madurando al melocotón ni al melón, y la envolvió de una niebla hecha con la ceniza de un cigarro fumado por el olvido. Fue así como pintó el suelo del color de las hojas de otoño para que no desentonara con la transparencia de la mirada ni de la comisura dormida. Apoyado entre los colores que se iban transpirando en su piel quiso perfilar pero su muñeca temblaba, como si el frío que llega después de las hojas caídas ya estuviese llenando de azul sus huesos. Fue pintando pecas, del color de los sueños escapados. Un punto, un final, punteando la cara, viendo la puerta abierta a cada punto, a cada sueño, a cada final, en cada huída.

No hubo manera de que la cojera remitiera, de que la forma que dio la inexperiencia cogiese la deseada, y estaba convencido de que por más experiencia no habría más princesa que la que se enseñaba en aquella ventana. Quiso que sus defectos le hubiesen contestado, y que ella hubiese despertado a su comisura, para que en la transparencia de la mirada le hubiese preguntado si en tu soledad o en la mía.


Jaime Ernesto

1 comentario:

  1. Qué maravillosa forma es la de crear a golpes de pincel lo que deseamos, aunque no exista nada más que en nuestra imaginación. Estando cerca de conseguir una ilusión y no llegar, nos queda la cojera de la caída para siempre. Muy buen relato, gracias por compartirlo.

    Saludos

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